¿Cómo descubrir la vocación?

¿Tengo vocación?

Hay que tener ideas claras sobre este tema. De lo contrario, muchos de los que son llamados no responderán. Y las almas que deberían salvarse gracias a ellos, quizás no se salvarán.

Pero ¿cómo saber si Dios me llama?

San Ignacio no plantea la pregunta de esta manera abstracta: “¿Tengo vocación?”

Porque muchas veces, uno lo sabe bien sólo después… ya que Dios tiene el derecho de pedir a quienquiera un sacrificio como el de Abraham (Dios le pidió a Abraham que le sacrificara su hijo Isaac, y en el instante en que el padre iba a clavarle el cuchillo, un ángel lo detuvo. Dios se conformaba con la obediencia). Así, San Camilo entró dos veces en los Capuchinos, y dos veces tuvo que salir… Dios lo reservaba para fundar la Orden de los Camilos. San Benito José Labre entró en la Trapa y luego salió. Y el señor Martín, futuro padre de Santa Teresita, ¿no fue a llamar a la puerta del monasterio de San Bernardo solicitando su admisión? Pero se la negaron. Dios tenía otros proyectos para él; pero su acto de generosidad perduró.

¡Cuántos jóvenes entraron en el Seminario mayor o en el Convento (no hablamos de los cobardes), y luego salieron legítimamente! Esos tales no sólo no deben tener vergüenza, sino que en el día del juicio quedarán asombrados de la recompensa extraordinaria y eterna que recibirán entonces por haber tenido en su juventud este gesto de dejarlo todo por Cristo, gesto con el cual el Maestro se contentó…

Dios quiso que en toda vocación haya algún riesgo. ¡También hay riesgo en cualquier matrimonio… en todo alistamiento de un marino o de un soldado…! ¿Por qué no arriesgar algo por Cristo?

En todo caso, sepan que este riesgo tendrá siempre su recompensa.

Así pues, San Ignacio no plantea la pregunta de esta forma: “¿Tengo vocación?”; sino que la formula de manera más concreta:

“¿Qué debo yo hacer hoy?”

Y el problema así planteado es mucho más fácil de resolver.

Un hombre de buena voluntad, que reflexione un poco, llega con bastante facilidad a saber lo que Dios quiere que haga… por lo menos de momento.

Porque esta pregunta: “¿Qué debo hacer hoy?”, se esclarece con principios teológicos y acontecimientos providenciales que nos muestran esta voluntad de Dios, que siempre debemos querer seguir.

A veces, la voluntad de Dios se manifiesta de repente, muy claramente. Otras veces, los caminos de la Providencia se van mostrando progresivamente. Dios exige nuestra buena voluntad y nuestra búsqueda. ¡Lo que está en juego bien vale la pena…!

Escuchemos al Magisterio de la Iglesia, al que ya hemos hecho referencia:

“En realidad, la mayoría de las veces la vocación para abrazar la vida sacerdotal no se revela directamente y por sí misma, sino que hay que detectarla como si fuera la perla evangélica escondida en el campo. Dios, que se reserva el llamamiento de aquellos a quienes elige, reclama la colaboración de los ministros sagrados para que los jóvenes tomen conciencia de la acción que la gracia celestial ejerce en sus almas, y lleven a madurez el germen divino que ha depositado en ellas…”

“¡No me habéis elegido vosotros a Mí, sino Yo a vosotros…!”

Por lo tanto, la vocación viene de Dios, no de nosotros. La palabra “vocación” proviene del término latino “vocare”, llamar. Es Dios quien llama.

No pocas veces, aun en las familias cristianas, se somete al niño a una deformación precoz cuando se le hace esta pregunta:

—“Hijo, ¿qué quieres ser cuando seas grande?”

Si el niño, en los días anteriores, vio a un obispo, a un oficial aviador o a un agente de policía, contestará enseguida:

—“Quiero ser obispo… aviador… policía…”, etc.

San Ignacio, en el preámbulo para considerar los estados de vida (Ejercicios espirituales, nº 135), dice al ejercitante:

“Empezaremos, mientras contemplamos su vida [la de Nuestro Señor], a indagar y preguntar a Dios en qué estado o género de vida su Divina Majestad se dignará servirse de nosotros”.

La perspectiva cambia totalmente. No nos toca a nosotros elegir en primer lugar, sino a Dios. Eso no hay que olvidarlo. Así lo confirma el Magisterio de la Iglesia:

“Esta vocación depende totalmente de una decisión misteriosa de Dios, según la afirmación misma del Redentor: «No sois vosotros los que me habéis elegido a Mí, sino Yo a vosotros»” (Juan 15, 6).

No se trata entonces de saber si me gusta o no, sino de saber si Dios me llama… Se trata de buscar “dónde Dios se dignará servirse de mí” durante mi breve peregrinación en esta vida, cuyo fin es “alabarlo, honrarlo y servirlo aquí en la tierra, y mediante esto salvar mi alma” (nº 23).

Esta es la luz que nos ayudará a ver la voluntad de Dios sobre nosotros.

Se trata, pues, de “elegir, dice San Ignacio, lo que mejor nos conduce al fin para el que fuimos creados”. El asunto empieza a aclararse. Sigamos:

“Si vis…!” (¡Si quieres…!)

“Pero Dios pide al hombre, continúa enseñándonos la Iglesia, que conteste a su invitación con el libre asentimiento de su voluntad; o, dicho de otro modo, la vocación divina exige que el hombre la escuche…”

Por supuesto, hay que “proporcionar a los fieles, y en particular a las almas de los jóvenes, los elementos subsidiarios por los que dichas almas puedan oír el llamamiento divino y sepan responder a Dios…”

“En todo esto, prosigue, se ha de respetar la acción de Dios y la libertad de los candidatos”.

En el capítulo 19 de San Mateo, vemos cómo Nuestro Señor nos da una clase magisterial sobre todo este asunto:

“¡Si quieres… ven… sígueme…!”

Un joven se acercó a Jesús:

—“Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna…?

—“Si quieres entrar en la vida eterna, observa los mandamientos”, etc.

Y el joven replicó:

—“Todo esto ya lo he hecho desde mi juventud”.

Jesús lo miró y… lo amó, observa San Marcos.

El joven tenía idoneidad. El Señor acababa de verlo con su respuesta. Le hizo, pues, el llamamiento:

—“¡Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme!

“Si vis…!” Ya no le quedaba nada más que querer. Pero Dios respeta la libertad: “¡Si quieres!”

¡Ay! Este joven, en lugar de responder al llamamiento, se fue muy triste. La reflexión que hizo entonces Jesús nos hace a nosotros dudar incluso de la salvación de ese adolescente.

Por lo tanto, desde ya:

Tenemos dos elementos respecto de la vocación:

1º El llamamiento de Dios: llamamiento que se concreta a través del Obispo o del Superior eclesiástico responsable, encargado de aceptar a alguien, en nombre de la Iglesia, a un estado de perfección, y…

2º La voluntad libre del candidato: “Si vis…!” Si tú quieres…

Quedan por ver ahora otros elementos, que son los que permitirán a los Superiores pronunciar el llamamiento, y al candidato responder, presentarse y dejarlo todo para entregarse totalmente a Dios en tal o cual estado de vida superior o “vocación”.

¡Nuestra Señora del Buen Consejo, ayúdame a ver con claridad!
¡San José, Patrono y Guardián de las vocaciones, dígnate venir en mi ayuda!

Pero ¿cómo saber si soy llamado?

“Habla, Señor, que tu siervo escucha…”

1º Para saberlo, primero hay que rezar. Una vocación requiere muchas oraciones:

a) para ver claramente,

b) para establecerse en la docilidad.

Decid con San Pablo: “Señor, ¿qué quieres que haga…?”; o con el joven Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Invocad a Nuestra Señora del Buen Consejo, Patrona de las vocaciones; a vuestro ángel de la guarda, a vuestro santo Patrono, etc.

2º Haced los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

Los Ejercicios Espirituales

El Magisterio de la Iglesia, en el documento que venimos transcribiendo, no nombra explícitamente los Ejercicios Espirituales, pero sí pide que se favorezcan las condiciones que ayuden y dispongan a los jóvenes a escuchar el llamado de Dios. Ahora bien, las condiciones enumeradas se encuentran reunidas, de hecho y principalmente, en el transcurso de los Ejercicios Espirituales:

“En primer lugar, el silencio interior…, porque su pensamiento [el de estos jóvenes] se ve asaltado por una enorme multitud de excitaciones exteriores, muchas veces vanas y vacías, muchas otras incluso malas y perniciosas, que le impide concebir y meditar la idea de la vida perfecta, el valor y la belleza de esta vida… Les serán, pues, muy provechosos algunos momentos de silencio, de recogimiento…, la meditación de las realidades eternas, la acción de gracias después de la Misa, pues sobre todo gracias a esto se unen con Dios, y Dios mismo les va revelando paulatinamente sus voluntades misteriosas… Así los jóvenes logran entender mejor si son llamados al sacerdocio, o cuál es el papel que Dios les confía”.