17° domingo después de Pentecostés - textos litúrgicos
La liturgia nos recuerda esta semana el gran mandamiento de la caridad para con Dios y para con nuestro prójimo. "El precepto es doble", declara San Agustín, "pero la caridad es una".
MISA
Las decisiones de Dios son siempre justas, ya confunda en su justicia a los orgullosos, ya en su misericordia ensalce a los humildes. Vimos hace ocho días a este arbitro soberano manos a la obra en la distribución de las plazas reservadas para los santos en el banquete de la unión divina. Al cantar el Introito de este día, recordamos las pretensiones y la suerte diversas de los invitados a las bodas sagradas, y sólo apelamos a la misericordia.
INTROITO
Justo eres, Señor, y recto es tu juicio: haz con tu siervo según tu misericordia.
— Salmo: Bienaventurados los puros en. su camino: los que andan en la Ley del Señor. V. Gloria al Padre.
El obstáculo más odioso que el amor divino encuentra sobre la tierra, es la envidia de Satanás, que busca, sirviéndose de una usurpación monstruosa, suplantar en nuestras almas a Dios, que las crió.
Unámonos a la Iglesia al implorar en la Colecta la asistencia sobrenatural que necesitamos para evitar el contacto impuro de la serpiente.
COLECTA
Suplicámoste, Señor, hagas que tu pueblo evite los contagios diabólicos y te siga a ti, solo Dios, con alma pura. Por Nuestro Señor Jesucristo.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Efesios (Ef. IV, 1-6).
Hermanos: Os suplico yo, preso en el Señor, que caminéis de un modo digno de la vocación con que habéis sido llamados: con toda humildad, y mansedumbre, con paciencia, soportándoos mutuamente con caridad, conservando solícitos la unidad del espíritu en el vínculo de la paz. Sed todos un solo cuerpo, y un solo espíritu, como habéis sido llamados a una sola esperanza. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, obra por todos y mora en todos nosotros, el cual es bendito en los siglos de los siglos. Amen.
La Iglesia prosigue con San Pablo, en la carta a los Efesios, la exposición de las grandezas de sus hijos, a quienes ruega hoy respondan dignamente a su excelsa vocación.
EL LLAMAMIENTO DE DIOS
Esta vocación, esta llamada de Dios, en efecto, ya la conocemos; es el llamamiento del género humano a las bodas sagradas de la unión divina, la vocación a nuestras almas para reinar en los cielos en el trono del Verbo, que ya es su Esposo y su cabeza. El Evangelio de hace ocho días estaba antiguamente mucho más en relación con la Epístola que se acaba de leer, la cual le servía de comentario luminoso; por otra parte, en dicho Evangelio se hallaba perfectamente explicada la Epístola de hoy. "Cuando seas llamado a las bodas, decía el Señor, cum VOCATUS fueris, ocupa el último lugar"; el Apóstol dice: "mostraos con toda humildad dignos de la vocación a que habéis sido llamados: digne ambuletis VOCATIONE qua VOCATI estis".
FIN Y MEDIOS PARA CONSEGUIR ESA VOCACIÓN
Y ahora, ¿qué condición tenemos que cumplir para ser dignos del honor supremo que el Verbo eterno nos hace? La humildad, la mansedumbre y la paciencia son los medios que se nos recomiendan para conseguir el fin. Pero el fin es la UNIDAD de ese cuerpo inmenso que el Verbo hace suyo en la celebración de las místicas bodas; la condición que el Hombre-Dios exige a los que llama a ser, como miembros de su Esposa la Iglesia, hueso de sus huesos y carne de su carne, es conservar entre sí tal armonía, que haga verdaderamente de todos un mismo espíritu y un solo cuerpo, en el vínculo de la paz. "¡Vínculo espléndido!, exclama San Juan Crisóstomo; lazo maravilloso que nos une a todos mutuamente, y a todos juntos con Dios. "Su fuerza es la del mismo Espíritu Santo, todo santidad y amor, pues es el Espíritu Santo quien forma sus nudos inmateriales y divinos, el Espíritu, que en la multitud bautizada, hace las veces del soplo vital que en el cuerpo humano anima y unifica a todos los miembros. Para él, jóvenes y ancianos, pobres y ricos, hombres y mujeres, aunque distintos de raza y de carácter, son un solo todo fundido en el inmenso abrazo de amor en que arde perpetuamente la Trinidad eterna. Mas, para que el incendio del amor infinito pueda apoderarse de ese modo de la humanidad regenerada, es menester que se purgue de las rivalidades, rencores y disensiones, que probarían que es todavía carnal y, por lo mismo, nada a propósito para que prenda en ella la llama divina y se realice la unión que esta llama produce.
LA CARIDAD FRATERNA Y SUS FRUTOS
Unámonos a nuestros hermanos con esta santa cadena de la caridad que sujeta nuestras pequeñas pasiones y dilata nuestras almas, para dejar que el Espíritu las guíe de un modo seguro a la realización de la única esperanza de nuestra común vocación, que es unirnos a Dios por amor. Ciertamente aun para los santos la caridad aquí abajo es una virtud trabajosa, porque de ordinario ni siquiera en los mejores logra la gracia restaurar sin defectos el equilibrio de las facultades roto por el pecado original; así se explica que las enfermedades y otros desarreglos de nuestra pobre naturaleza se ordenen a veces no sólo a que el justo se ejercite en la humildad, sino también los que le rodean, en benévola paciencia. Dios lo permite para aumentar de ese modo el mérito de todos y reavivar en nosotros el deseo del cielo. Y, en efecto, la armonía fácil y total con nuestros semejantes sólo la encontraremos en la pacificación completa de nosotros mismos bajo del imperio absoluto de Dios, tres veces santo, hecho para nosotros todo en todos[1]. En aquella bienaventurada patria, Dios mismo enjugará las lágrimas que sus elegidos habrán derramado por las miserias pasadas y los renovará en su fuente infinita[2]. El Hijo eterno, después de abolir en todos sus miembros místicos el imperio de las potencias enemigas y vencido a la muerte[3], aparecerá en la plenitud del misterio de su encarnación como verdadera cabeza del género humano santificado, restaurado y perfeccionado en él[4].
Ya conocemos los dones inapreciables que el Hombre-Dios hizo a la tierra[5]; gracias a los prodigios de poder y de amor que el Verbo divino y el Espíritu santificador han obrado, el alma del justo es verdaderamente un cielo.
En el Gradual celebramos la felicidad del pueblo cristiano, que Dios escogió por herencia.
GRADUAL
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor: el pueblo que Dios se escogió por heredad. Y. Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos: y todo su ejército por el soplo de su boca.
Aleluya, aleluya. V. Escucha, Señor, mi oración, y llegue a ti mi clamor. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mt., XXII, 34-46).
En aquel tiempo se acercaron a Jesús los fariseos: y le preguntó uno de ellos, doctor de la Ley, tentándole: Maestro, ¿cuál es el mayor mandamiento de la Ley? Díjole Jesús: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. Y el segundo, semejante a éste, es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos está contenida toda la Ley y los Profetas. Y, reuniendo a los fariseos, les preguntó Jesús, diciendo: ¿Qué os parece de Cristo? ¿De quién es hijo? Dijéronle: De David. Díjoles: ¿Cómo, pues, David le llama en espíritu Señor, diciendo: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? Si, pues, David le llama Señor: ¿cómo puede ser hijo suyo? Y nadie supo responderle palabra: ni nadie se atrevió desde aquel día a preguntarle más.
LA CARIDAD
El Apóstol que había dicho: el fin de la ley es la caridad[6], dijo también: El fin de la ley es Cristo[7]; ahora vemos la armonía de estas dos proposiciones, como comprendemos también la relación que hay entre estas palabras del Evangelio de hoy: En estos dos mandamientos están encerrados toda la ley y los profetas, con estas otras del Señor: Escudriñad las Escrituras, pues ellas dan testimonio de mí[8]. La plenitud de la ley que ordena las costumbres está en la caridad[9], cuyo fin es Cristo; asimismo el objeto de las Escrituras reveladas no es otro sino el Hombre-Dios que resume para los suyos en su adorable unidad la moral y el dogma. Él es su fe y su amor, “el fin de todas nuestras resoluciones, dice San Agustín; todos nuestros esfuerzos sólo tienden a perfeccionarnos en El y en esto consiste nuestra perfección, en llegarnos a Él. Cuando hayas llegado a Él, no busques ya más: Él es tu fin”[10]. Y el Santo Doctor, al llegar aquí, nos da la mejor fórmula de la unión divina: Unámonos a Él solo, gocemos con El solo y seamos todos uno con El: "haereamus uni, fruamur uno, permaneamus unurn"[11].
No sabemos por qué ya desde los primeros tiempos señalaron este día a la hermosa antífona del Ofertorio de hoy. Antiguamente iba acompañada de unos versículos, que daremos a conocer. El último de ellos termina con la nueva de la llegada del príncipe de los ejércitos celestiales en ayuda del pueblo de Dios. Recordando que este Domingo abre la semana de la fiesta del gran Arcángel en el Antifonario publicado por el beato Tommasi conforme a los manuscritos más antiguos, y que el Domingo siguiente se designa en él con el nombre de primer domingo después de San Miguel (post Sancti Angeli), nos parece hallar en dicho último versículo la explicación que deseábamos.
OFERTORIO
Yo, Daniel, oré a mi Dios, diciendo: Oye, Señor, las preces de tu siervo: brille tu cara sobre tu santuario: y mira propicio a este tu pueblo, sobre el cual ha sido invocado tu nombre, oh Dios.
V.I. Todavía estaba yo hablando, rogando y confesando mis pecados y los de mi pueblo Israel,
Sobre el cual ha sido invocado tu nombre, oh Dios,
V.II. Cuando oí una voz que me decía: Daniel, presta atención a las palabras que te dirijo, pues he sido enviado a ti, y he aquí que Miguel ha venido en mi ayuda.
Y mira propicio a este tu pueblo, sobre el cual ha sido invocado tu nombre, oh Dios.
Perdón para lo pasado y gracia para lo futuro, tales son los efectos que produce el gran Sacrificio. En la Secreta le pedimos con la Iglesia.
SECRETA
Suplicamos, Señor, humildemente a tu Majestad hagas que, estas cosas santas que ofrecemos, nos purifiquen de los delitos pasados y de los futuros. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Mientras se celebran los sagrados Misterios el alma cristiana, entusiasmada de amor, presenta al Señor sus promesas y sus votos. Entréguese, sí, por entero al Dios escondido que así la colma de favores; pero no olvide en esa expansión tan natural de su corazón que el que así se oculta tan misericordioso debajo de los velos eucarísticos es el Altísimo, terrible a los reyes y castigador de perjuros.
COMUNIÓN
Haced votos al Señor, vuestro Dios, y cumplídselos cuantos, estando a su alrededor, le traéis dones: al terrible, que quita el respiro a los príncipes: al terrible para todos los reyes de la tierra.
Es la misma santidad de Dios la que viene en este divino Sacramento a curar nuestros vicios y fortalecer nuestros pasos por el camino de la eternidad. Por medio de la Oración de la Poscomunión ofrecemos nuestras almas a su acción salvadora.
POSCOMUNIÓN
Haz, oh Dios omnipotente, que con tus Sacramentos sean curados nuestros vicios y alcancemos los remedios eternos. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Fuente: GUERANGER, Dom Prospero. El Año Litúrgico. Burgos, España. (1954) Editorial Aldecoa.
[1] I Cor., XV, 28.
[2] Apoc., XXI, 4-5.
[3] I Cor., XV, 24-28.
[4] Ef., I, 10.
[5] Ef., IV, 8.
[6] I Tim., I, 5.
[7] Rom., X, 4.
[8] San Juan V, 39.
[9] Rom., XIII, 10.
[10] Explicación del Salmo LVI.
[11] De la Trinidad IV, 11.