Apariciones de Nuestra Señora de la Salette
Melanie Calvat, a quien conocemos como Melanie de La Salette, Hermana María de la Cruz o como la pastora de La Salette, nació en Corps, Isere, en 1831.
Su familia era tan pobre, que su padre, albañil y leñador, tenía que ausentarse por varios meses para ganarse la vida. Pierre Calvat amaba a sus diez hijos. Era un buen cristiano que animaba a sus hijos a vivir con temor de Dios y en el cumplimiento de sus mandamientos. Cuando estaba presente, cuidaba que las oraciones de la noche fueran rezadas con devoción. Tenemos a este hombre, como un hombre íntegro.
Su mujer, por el contrario, buscaba las diversiones y se preocupaba poco de la religión. Después del nacimiento de dos hijos varones, el nacimiento de Melanie la hizo esperar en ella una compañera de entretenimientos y distracciones, y una vida menos severa. Fuera de casa, con tan sólo meses de edad, la niña se agitaba y gritaba cuando su madre la llevaba a algún espectáculo o a las reuniones de cotilleo.
Melanie se reveló rápidamente, atraída hacia Dios, provocando el más grande disgusto de su madre, la cual aprovechaba las largas ausencias del padre para arrojarla lejos de la casa, tanto de día como de noche, todo el tiempo, sin comida ni ropas apropiadas.
La primera vez que fue abandonada, la niña apenas sabía caminar. Llorando, seguido se veía obligada a ir a refugiarse en los bosques aledaños. Y fue allá, en la desolación, donde comenzó a ver a un niño hermoso, quien iba a jugar con ella, le proporcionaba alimento celestial, la reconfortaba y le daba la instrucción divina.
Antes de que su padre llegara, él le avisaba para que Melanie regresara a tiempo a casa de sus padres a fin de que la paz no fuera perturbada por su causa. En su simplicidad, tuvieron que pasar largos años para que ella entendiera que ese amable niño, cuya presencia la llenaba de gran felicidad, era el Niño Jesús.
Melanie vivía en un mundo muy distinto al nuestro. La instrucción que ella recibía en esos momentos la introducía en las más altas esferas de la mística.
Un día, en esta temprana edad, su “buen hermano”, como ella lo llamaba, le comunicó su deseo ardiente de sufrir por amor a Dios, y Él le impuso los estigmas. Ella tenía cuatro o cinco años. Los animales la obedecían.
Privada muy a menudo de comida, se la encontró, más tarde, sin recibir más alimento que la Eucaristía.
El 19 de septiembre de 1846, hacía un tiempo radiante. Melanie tenía 14 años, no sabía leer ni escribir, no hablaba ni entendía más que su dialecto.
Durante dos días, Maximin Giraud, un niño de diez años, tan ignorante como ella, había cuidado el rebaño de su patrón junto con el de Melanie. Después de un frugal almuerzo y de una pequeña siesta, se les apareció una luz deslumbrante que, cuando se disipó, les descubrió a una hermosa señora, sentada, con la cabeza entre las manos. Esta bella mujer se levantó mirándolos y les dijo: “Acérquense, niños, no tengan miedo, yo estoy aquí para darles una gran noticia”.
Los niños se acercaron a ella cuando comenzó a hablar mientras las lágrimas salían de sus bellos ojos. Este discurso se puede dividir en tres partes:
1. Se puede llamar “Discurso público” a este primer mensaje, el cual es una advertencia a todo el pueblo cristiano por las blasfemias y desdenes hacia los mandamientos de Dios y los de la Iglesia.
2. La segunda parte comprende los “secretos” dirigidos a Melanie y a Maximin, a cada uno por separado. Melanie recibió la orden de no divulgarlos hasta 1858. Maximin no reveló el suyo más que al Papa Pío IX y de manera escrita.
3. La tercera parte consiste en una Regla de vida religiosa, la cual fue dictada a Melanie. Ella no quiso dar esta regla más que a aquellos que estaban dispuestos a seguirla.
Ya en la noche, cuando regresaron al pueblo, los niños contaron los hechos y palabras de la bella dama. El cura fue puesto al corriente, luego, el obispo de Grenoble, Monseñor De Bruillard, después de haber interrogado a los niños, se convenció rápidamente de la autenticidad de los hechos, los cuales podían ser proclamados oficiales únicamente por el Papa.
Pío IX, teniendo la información en sus manos, proclamó su autenticidad, y la aparición fue confirmada más tarde también por el Papa León XIII.
Una fuente milagrosa brotó en los alrededores de donde había estado la Santísima Virgen. Rápidamente identificada por las autoridades eclesiásticas, las multitudes no tardaron en concurrir a La Salette, donde se produjeron numerosos milagros y conversiones. Los niños repitieron el “Discurso público”, pero no se les podía arrancar ni una sola palabra de sus respectivos secretos, que ni entre ellos mismos se transmitieron.
Los niños comenzaron a ser instruidos. Melanie hizo su noviciado con las religiosas de Corps.
Pero el enemigo siempre vigilante, y ante la rapidez con la que se propagaban los hechos maravillosos, suscitaría en contra de las palabras de Nuestra Señora una campaña de sospecha contra los videntes, particularmente, contra Melanie.
Una ola de calumnias y mentiras orquestada por el nuevo obispo de Grenoble, Monseñor Ginoulhiac, le prohibió hacer su profesión como religiosa. Después logró enviarla a Inglaterra y hacerla entrar a un Carmelo, donde ya no tendría posibilidades de difundir el mensaje dado por la Santísima Virgen, y que debía publicar a partir de 1858.
Con la ayuda de la providencia, Melanie salió del carmelo inglés. Fue eximida de sus votos con el fin de poder permanecer fiel a las peticiones del cielo, pero tuvo que exiliarse en Italia para encontrar la protección de Monseñor Petagna y mandar imprimir su “secreto”.
Este largo secreto, Melanie lo redactó y pudo ponerlo en las manos del Papa León XIII en 1878, y con su permiso, a partir de 1879, se encargó de su difusión. Ella lo había recibido con las siguientes recomendaciones, repetidas en dos ocasiones:
- “Las harán llegar a todo mi pueblo”.
- “Hagan comentarios del secreto para que el pueblo lo entienda bien”.
El licenciado Amédée Nicolas, de Lyon, se acercó para estudiar los hechos y fue impedido para llevar a cabo este trabajo debido a la feroz hostilidad que existía en el clero.
Este secreto, que podría compararse con el Apocalipsis de San Juan, parece presentar algunas contradicciones de ciertos pasajes. Sin embargo, conforme fue transcurriendo el tiempo, ahora parece una pintura grandiosa e impresionante. El clero se lo cuestiona muy a menudo.
Melanie murió en Italia, en la pobreza extrema, apartada de todo. Maximin pasó sus últimos días en la enfermedad y la miseria.
Nuestro Señor conoció la agonía, el sufrimiento y la cruz, y no es el siervo más que su señor.
G. T. – Toulouse