Don Hernán Cortés y México
Uno de los más grandes héroes de nuestra historia lleva sangre española, Don Hernán Cortés; sin embargo, los prejuicios que se han esparcido desde hace algunos siglos, impiden al pueblo en general, reconocer la grandeza de este hombre.
Debemos, por tanto, entender primero quiénes somos como nación. De acuerdo con el libro Breve Historia de México, de Don José Vasconcelos, nuestra historia como país comienza con el descubrimiento y ocupación del Nuevo Mundo; antes de ello, México no existía como nación; existían una multitud de tribus, separadas por sus alrededor de trescientos dialectos, enemistadas entre sí y en guerra perpetua, lo que sólo la conquista española pudo terminar. Los aztecas dominaban una parte de la meseta, en constante rivalidad con los tlaxcaltecas, y al occidente los tarascos ejercitaban su soberanía independiente y lo mismo que por el sur los zapotecas.
Para Vasconcelos nada destruyó España, a menos que se tenga aprecio por el canibalismo de los caribes y los sacrificios humanos de los aztecas. No fue el azar, sino la Providencia, la que hizo que España dominase en América. La nueva civilización, al aumentar los productos de la tierra con nuevos cultivos; al elevar al indio, por la religión, a la categoría del amo; al ensanchar el espíritu del indio con el tesoro de las artes, las festividades religiosas, las esperanzas del cielo, fue, en verdad, la creadora de una patria mexicana. ¿Nos hemos preguntado cuál habría sido el resultado si en lugar de llegar los españoles, hubiesen sido los ingleses quienes hubiesen arribado aquí?
Don Hernán Cortés nos legó un territorio, de Sonora a Yucatán y más allá, en los territorios perdidos posteriormente por nosotros. La historia de la Conquista es una de las más grandes epopeyas y fue Cortés la herramienta de la cual Dios Nuestro Señor quiso valerse para civilizar el continente y traer la verdadera fe. Cuando la expedición salió de Cuba eran 508 soldados, 100 marineros y tripulación de barco, 16 yeguas y caballos, once navíos grandes y pequeños, 32 ballestas, 13 escopeteros y tiros de bronce y cuatro falconetes (cañones pequeños de bronce). ¿Cómo se logró la conquista si eran más de seis millones de indios dispersos por el territorio y sólo seiscientos los españoles? Sólo se entiende por la Divina Providencia y la gracia de Dios.
Salió Cortes de Cuba el 10 de febrero de 1519. Su primer combate fue a orillas del rio Grijalva, en Tabasco. Fundó la ciudad de Veracruz, dándosele el nombre de la Villa Rica de la Vera Cruz, porque desembarcaron el Viernes Santo. Fue testigo de los sacrificios humanos que practicaban los indios totonacas; en ese lugar destruyó a sus ídolos y los sustituyó por la Cruz de Nuestro Señor. Mandó desarbolar (quitar los palos que sostienen las velas) todos sus navíos, lo que se conoce en la historia como “quemar las naves”, para evitar que sus soldados tuvieran la tentación de retroceder ante la enorme magnitud de la empresa. Los tlaxcaltecas los enfrentaron con una fuerza de hasta cuarenta mil guerreros, liderados por su capitán Xicoténcatl, cuando ellos eran sólo 400 soldados. Y cuando Cortés y los suyos estaban ya en gran apuro, cansados, sin refuerzos y muchos heridos, quiso la Providencia que los de Tlaxcala aceptasen nuevas pláticas de paz y se pactó la alianza.
Llegó a la ciudad de Tenochtitlán y, a riesgo de ser fácilmente sitiado, decidió avanzar, encontrándose con Moctezuma el 8 de noviembre de 1519. Partió con trescientos de sus hombres para enfrentar a Pánfilo de Narváez, quién llegaba a Veracruz con órdenes de apresarlo, al mando de mil cuatrocientos soldados, una fuerza cinco veces mayor a la suya; y le venció. Regresó a la ciudad de Tenochtitlán a auxiliar a Pedro de Alvarado, quien se encontraba ya sitiado. Asediados y como única opción para sobrevivir, tomó la decisión de huir una noche por la calzada Tacuba, siendo ferozmente atacados en su camino por miles de indios. Perdió a más de la mitad de sus hombres, compañeros suyos y amigos. Sólo Dios sabe la angustia que experimentó al pensar en la suerte de aquéllos de los suyos que fueron capturados vivos. Se recuperó y mandó construir trece bergantines para atacar la ciudad de México por el costado de la laguna, preparando lo que sería la primera batalla naval en el continente. Marchó con sus hombres a la ciudad de México un día después de la Navidad de 1520, reforzado con diez mil tlaxcaltecas. Después de setenta y cinco días de sitio y una vez apresado Cuauhtémoc, cayó la ciudad de Tenochtitlán el día de la fiesta de San Hipólito, el 13 de agosto de 1521.
Me gustaría concluir con las palabras que uno de los primeros misioneros que llegaron a estas tierras, el fraile franciscano Toribio de Benavente –apodado Motolinía, que significa “el harapiento” en nombre indígena–, dijo sobre Hernán Cortés:
Aunque como hombre era un pecador, sin embargo, demostraba la fe y las obras del buen cristiano y empleó su vida y sus medios en acrecentar dicha fe en Cristo y para morir por la conversión de los gentiles. Se confesaba con muchas lágrimas, comulgaba con gran devoción y ponía sus medios y su espíritu en manos de sus confesores. Consumó grandes restituciones y proveyó donativos. Dios le impuso grandes aflicciones, enfermedades para purgar sus pecados y limpiar su alma. Creo que es hijo de la salvación y que tendrá mejor corona que muchos que tratan de desprestigiarlo."1
A. D.
- 1José Vasconcelos, Breve Historia de México, Trillas, México, p. 120.