El Concilio y la Santísima Virgen María
“Todas las generaciones me dirán bienaventurada.” (Luc 1,48) Por primera vez en la historia de la Iglesia un concilio ecuménico iba a hacer mentir esta profecía del Magníficat. Mientras que los esquemas preparatorios del Concilio glorificaban a la Virgen María proclamando el dogma de su mediación universal, los modernistas, quienes en su inicio tomaron las riendas del Concilio, resolvieron silenciar las alabanzas marianas en la Iglesia. Se dice que el rechazo a la Virgen María es el sello distintivo de las sectas hostiles a la iglesia. Los modernistas, rechazando a la Virgen, transformaron un concilio de obispos católicos, en lo que desde entonces se llama la "secta conciliar.
La Santísima Virgen víctima del Ecumenismo
Cuando al inicio del Concilio casi todos los esquemas preparados por la comisión preparatoria fueron rechazados, lo que estuvo dedicado a la Santísima Virgen María desapareció por completo y, al contrario de otros, no fue reemplazado por uno nuevo. Hablaremos otra vez de esta pugna dirigida por los obispos modernistas que cambió diametralmente la orientación del concilio. ¿Por qué el esquema sobre María Santísima fue suprimido?
De hecho, los obispos modernistas sabían que la doctrina católica sobre la Virgen María impide el dialogo ecuménico con los protestantes. ¿Cómo ganar la simpatía de los protestantes quienes se niegan a honrar a Nuestra Señora, si el concilio cantaría las alabanzas de la Madre de Dios? Así los pastores luteranos Dibelius, Hampe y Kunnert señalaron públicamente, ya antes del comienzo del Concilio, que un nuevo documento sobre María sería un nuevo muro de división entre los católicos y protestantes. El Concilio debería elegir entre el ecumenismo y la devoción a la Santísima Virgen. "Si se adopta este esquema sobre María - dijo Karl Rahner, el gran mentor del campo modernista - resultaría un mal inimaginable en el punto de vista ecuménico." Los obispos modernistas eligieron sin vacilar el ecume-nismo y se dieron la consigna de evitar cualquier referencia a la Virgen María.
Sin embargo, la dificultad dejaba engañar a los obispos de buena fe. ¿Cómo contentarles sin despertar su sospecha? Protestantes "moderados" como el Pastor Meinhold sugerían una solución: reemplazar el esquema sobre la Santísima Virgen por un capítulo dedicado a María en el esquema sobre la Iglesia, describiéndola como “miembro de la Iglesia”. Karl Rahner apoyó esta solución como "la forma la más fácil de eliminar cualquier declaración teológica mariana” en la asamblea conciliar.
Sin embargo, la estrategia no pasa desapercibida. Por ejemplo, el Obispo brasileño Giocondo Grotti intervino el 27 de octubre de 1963 contra la reducción del esquema mariano con palabras muy claras:
¿Consiste el Ecumenismo en confesar la verdad, o en ocultarla? ¿Debe el Concilio explicar la doctrina católica, o la doctrina de nuestros hermanos separados? Ocultar la verdad nos perjudica tanto a nosotros como a quienes están separados de nosotros. Nos perjudica a nosotros, porque aparecemos como hipócritas. Perjudica a quienes están separados de nosotros, porque les hace aparecer como débiles y capaces de sentirse ofendidos por la verdad. (...) Separemos los esquemas. Profesemos nuestra fe abiertamente. Seamos maestros de quienes están en la Iglesia instruyéndoles con claridad, y no ocultando lo que es verdad”. (El Rin desemboca en el Tiber, pg. 110)
Pero la lógica ecumenista, apoyada por Pablo VI, predominó. El 29 de octubre, cuando se votó la cuestión: “¿Desean los Padres conciliares que el esquema sobre la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, se convierta en el capítulo VI del esquema sobre la Iglesia?”, hubo 1114 votos a favor de la fusión. La mayoría exigida era de 1097. Karl Rahner y la “Alianza Europea” modernista habían ganado por un margen de 17 votos.
El Concilio contra María Mediadora
El propósito de la táctica modernista era eliminar cualquier afirmación teológica que pudiera desagradar a los protestantes. ¿De cuáles afirmaciones teológicas se trataba aquí? Esencialmente de una declaración sobre la Santísima Virgen como Mediadora de todas las gracias.
La devoción a María Mediadora no era nueva en la Iglesia, incluso siempre fue fuertemente combatida por los protestantes. Estos se basan en las palabras de san Pablo afirmando que “sólo hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo.” (1Tim 2,5) Pero san Pablo quiere decir aquí que nuestro Señor Jesucristo es el camino indispensable entre Dios su Padre y los hombres: "Nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Obviamente, esto no excluye que pueda haber una mediadora al lado el mediador, una corredentora unida al Redentor. María, según la bella expresión de San Luis María Grignion de Montfort es la "tesorera" del Mediador. No reemplaza ni al Mediador, ni al Redentor, pero participa en esta mediación y en la redención. Es lo que San Pío X explicó en su encíclica “Ad diem illum”: De la misma manera que no podemos ir al Padre sino por el Hijo, no podemos ir al Hijo sin pasar por su santa Madre. San Luis María, Doctor de la verdadera devoción a la Virgen, desarrolló ampliamente esta verdad en sus obras: "Es por la Santísima Virgen María que Jesucristo vino en este mundo, y es también a través de ella que Él debe reinar en este mundo" (Tratado de la Verdadera Devoción). A esta enseñanza bien anclada en la Tradición católica le faltaba el sello del magisterio infalible de la iglesia. Por eso, varios obispos esperaban la solemne definición del dogma de la mediación universal de María durante el Concilio Vaticano II. Esperaban que fuese una forma de glorificación adicional a la Santísima Virgen, una fuente de gracias por la cristiandad y una nueva protección para la Iglesia. Durante el Concilio, preocupados por su silencio sobre la Virgen Santísima, más de 300 obispos pidieron expresamente esta definición, pero sus firmas desaparecieron misteriosamente.
El Concilio contra Fátima
Un total de 760 obispos pidieron a Pablo VI que el Concilio fuera la ocasión de cumplir la petición explícita de la Virgen María en Fátima de consagrar Rusia a su Inmaculado Corazón. Las apariciones en Fátima, en Portugal, en 1917 habían sido reconocidas públicamente por la Iglesia. La condición para la paz en el mundo y del triunfo de su corazón dada por María en Fátima, estaba en la solemne consagración de Rusia por el Papa con todos los obispos del mundo. El concilio pareció ofrecer la oportunidad perfecta para responder a la solicitud de la Virgen. Pero Pablo VI tranquilizó a estos obispos, prometiéndoles una consagración al final del Concilio. El 21 de noviembre de 1964, en la clausura de la tercera sesión, en una oración a María, Pablo VI recordó la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, hecha por Pío XII en 1942, sin siquiera renovarla explícitamente. ¡Y eso fue todo!
Sin embargo, él aprovechó esta oportunidad para proclamar a María "Mater Ecclesiae" (Madre de la Iglesia) como quitapesares por las omisiones graves del Concilio. La mayoría de los padres se pusieron de pie para aplaudir. Pero el Padre Berto, experto en el Concilio, describe la actitud de Pablo VI, durante su declaración: "Ni holgura, ni gozo en sus palabras, sino una constricción de la garganta, como si temiera - ¡y tenía miedo!” Él notó: “En las bancas del aula conciliar muchos obispos no se habían unido a la aclamación común, pero permanecieron sentados, verdes de rabia.” Es que esta declaración podría desagradar a los protestantes y así arruinar el diálogo ecuménico...
El Concilio contra el Rosario
¡Cuántas batallas ganadas por la Iglesia, cuántas almas salvadas a través del Rosario! Antes de los terribles ataques del infierno contra las almas y contra la Iglesia en nuestros tiempos modernos, un centenar de obispos, entre ellos el cardenal patriarca de Lisboa, Manuel Cerrajeara, piden que se mencione en el capítulo VI de Lumen Gentium al santo rosario como ejercicio particular de piedad en honor de la Santísima Virgen. Pero la comisión que se ocupaba del capítulo sobre María respondió que "el Concilio no debe favorecer devociones en particular."
No se puede dejar de pensar en las palabras de Sor Lucía, la vidente de Fátima:
La decadencia que existe hoy en el mundo es, sin duda, la consecuencia de la falta de espíritu de oración. Fue en previsión de esta desorientación que la Virgen recomendó con tanta insistencia el rezo del rosario. Y como el rosario es, después de la liturgia eucarística, la oración más capaz de mantener la fe en las almas, el demonio ha desatado su lucha contra él. ¡Vemos los desastres que ya ha causado! El Rosario es el arma más poderosa para defendernos en el campo de batalla." Y: "la Santísima Virgen en estos últimos tiempos en que vivimos, ha dado una nueva eficacia al rezo del Rosario." ¿Cómo explicar que un concilio rehusó recomendarlo?
Conclusión
Dejemos concluir este triste capítulo de la historia del Concilio Vaticano II por San Luis María, quien no estuvo afectado por el temor de desagradar a los protestantes o a los ecumenistas. Él afirma claramente:
De la misma manera que en el orden natural es necesario que un hijo tenga padre y madre, así en el orden de la gracia todas las verdaderas criaturas de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre; y quien no tenga a María por Madre, no tiene por Padre a Dios. Por eso tanto los réprobos como los herejes, los cismáticos, etcétera, que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen, no tienen a Dios como Padre por más que de ello se jacten, porque no tienen a María por Madre; pues si la poseyesen como Madre, la amarían y honrarían de la misma manera que un buen hijo ama naturalmente y honra a la Madre que le ha dado la vida. La señal más infalible y más indudable para distinguir a un hereje, a un hombre de mala doctrina, a un réprobo, de un predestinado, está en que tanto el hereje como el réprobo, no tienen sino menosprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor tratan de amenguar por medio de sus palabras y ejemplos, ora abierta, ora ocultamente y a veces con pretextos ingeniosos. Por eso ha dicho Dios Padre a María que no habitase en ellos, porque son falsos como Esaú" (Verdadera Devoción, I. 2,3.).