Jueves después del Miércoles de Ceniza

Breve artículo donde explicaremos el significado del Jueves después del Miércoles de Ceniza, y hablaremos sobre la Misa y oraciones de este día. Debemos prepararnos para vivir una santa Cuaresma, y una buena forma de hacerlo es estando informados sobre el significado de esta solemnidad.

La ley del ayuno nos obliga desde ayer; no entramos, sin embargo, todavía en la Cuarsma propiamente dicha. La solemnidad se iniciará el próximo sábado a Vísperas. Para distinguir precisamente estos cuatro días" añadidos del resto de la santa Cuaresma, continúa la Iglesia cantando las Vísperas a la hora ordinaria y permite a sus ministros rompan el ayuno antes de haber cumplido con el rezo de este Oficio. Desde el sábado ya será otra cosa; cada día, a excepción del domingo que no admite ayuno, las Vísperas de feria y fiestas serán anticipadas de manera que, a la hora en que los fieles toman la refección ordinaria, se haya celebrado ya el Oficio vespertino. Es un recuerdo de la Iglesia primitiva. Entonces los fieles no interrumpían el ayuno antes de la puesta del sol, hora a que corresponde el Oficio de Vísperas.

La Santa Madre Iglesia ha distinguido estos tres días que siguen al miércoles de Ceniza, señalando para cada uno de ellos una lectura del Antiguo Testamento y otra del santo Evangelio, para que se lean en la misa; las daremos aquí acompañadas de algunas reflexiones y precedidas de la Colecta propia de cada día.

La Estación en Roma se celebra en S. Jorge in Velabro. Posee la cabeza de este mártir que el Papa Zacarías (741-752) llevó de Letrán.

COLECTA

Oh Dios, que te ofendes con la culpa y te aplacas con la penitencia: escucha propicio las preces de tu pueblo suplicante, y aleja de nosotros los castigos de tu ira, que merecemos por nuestros pecados. Por el Señor.

EPISTOLA

Lección del Profeta Isaías.

En aquellos días enfermó de muerte el rey Ezequías: y entró a él Isaías, hijo del Profeta Amos, y le dijo: Esto dice el Señor: Dispón de tu casa, porque morirás, y no vivirás. Y volvió Ezequías su rostro hacia la pared, y oró al Señor, y dijo: Suplícote, Señor, te acuerdes de cómo he caminado delante de ti en verdad, y con corazón perfecto, y de cómo he obrado el bien ante tus ojos. Y lloró Ezequías con grande llanto. Y habló el Señor a Isaías, diciendo: Vete, y di a Ezequías: Esto dice el ¡Señor, Dios de tu padre David: He oído tu oración, y he visto tus lágrimas: he aquí que añadiré quince años a tus días: y te libraré de la manó del rey de los Asirios, y también a tu ciudad, y la protegeré dice el Señor omnipotente.

PREPARACIÓN A LA MUERTE

Ayer nos ponía la Iglesia ante nuestros ojos la certeza de la muerte. Moriremos; está empeñada en ello la palabra de Dios y no puede figurarse ningún hombre razonable, que puede él sólo objeto de privilegiada excepción. Mas si el hecho de que hemos de morir es indudable, no estamos cierto del día preciso en que dejaremos de existir. Juzga Dios oportuno ocultárnoslo, en los designios de su sabiduría; es nuestro asunto el vivir de modo que no nos sorprenda desprevenidos. Por ventura esta tarde vendrá a decirnos como a Ezequías: "Arregla los negocios de tu casa porque vas a morir." Hemos de vivir en espera de esta nueva, y si Dios nos otorgara prolongación de vida como al Rey de Judá, forzoso es llegar pronto o tarde al último trance; más allá ya no hay tiempo, sino eternidad. Al disponer la Iglesia que buceemos en la vanidad de nuestra existencia, quiere fortalecernos contra las seducciones del presente, a fin de que nos entreguemos de lleno a esa obra de regeneración para la que nos viene preparando casi desde hace tres semanas. ¡Cuántos cristianos, que ayer recibieron la ceniza, no presenciarán en la tierra las alegrías de la Pascua! ¿Seremos nosotros, por ventura, del número de víctimas destinadas a muerte tan cercana? ¿Quién de nosotros osará afirmar lo contrario? En tal certidumbre aceptemos con agradecimiento la sentencia del Señor: "Haced penitencia, porque el reino de Dios está cerca'".

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Mateo. En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaum, se acercó a Él un centurión, rogándole y diciendo: Señor, mi siervo yace en casa paralítico, y es muy atormentado. Y le dijo Jesús: Iré yo, y le curaré. Y, respondiendo el centurión, dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo: dilo sólo de palabra, y sanará mi siervo. Porque también yo soy un hombre, constituido bajo potestad, que tengo soldados a mis órdenes. Y le digo a éste: Vete, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oírle Jesús, se admiró, y dijo a los que le seguían: En verdad os digo: No he hallado una fe tan grande en Israel. Y también os digo que vendrán muchos de Oriente y de Occidente, y se sentarán, con Abrahán e Isaac y Jacob, en el reino de los cielos: mas los hijos del reino serán arrojados en las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de dientes. Y dijo Jesús al centurión: Vete; y, como has creído, te suceda. Y sanó su siervo en aquel instante.

LA ORACIÓN

Las Sagradas Escrituras, los Santos Padres y los teólogos católicos distinguen tres clases de obras penitenciales: oración, limosna y ayuno. En las lecturas que nos proporciona la Iglesia los primeros días de la Cuaresma, pretende adoctrinarnos sobre el modo de cumplir estas tres obras; hoy, nos recomienda la oración. El centurión viene a implorar del Señor la curación del criado. Su oración es humilde: de lo íntimo de su corazón se considera indigno de recibir la visita de Jesús. Aparece henchida de fe; no duda un instante que el Señor podrá seguramente otorgarle lo que pide. ¡Con qué ingenioso ardor exhibe la demanda! La fe de este pagano sobrepasa la de los hijos de Israel y merece la admiración del Hijo de Dios. Así debe ser nuestra oración, cuando imploramos el remedio de nuestras almas. Reconozcamos que somos indignos de hablar a Dios; insistamos, sin embargo, con fe inquebrantable; su poder y su bondad exigen de nosotros la oración para galardonarla con la efusión a manos llenas de sus misericordias. El tiempo en que estamos es tiempo de oración. Reitera la Iglesia sus plegarias apremiantes; las ofrenda por nosotros; no consintamos dejarla rogar sola. Depongamos nuestra tibieza, y acordémonos que si todos los días pecamos, la oración repara nuestras faltas y nos preservará de cometer otras de nuevo.

Humillad vuestras cabezas ante Dios.

ORACIÓN

Perdona, Señor, perdona a tu pueblo: para que, castigado con justas flagelaciones, respire por tu misericordia. Por el Señor.

Fuente: GUERANGER, Dom Prospero (1954). El Año Litúrgico. Burgos, España. Editorial Aldecoa.