La Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo

En este artículo, veremos cómo se fue manifestando la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo en los distintos pasajes de su vida terrenal y pública hasta llegar a su muerte y resurrección.

Antiguamente ya se llamaba al cuarto evangelio el Evangelio Espiritual, y a su autor el Teólogo. De ahí el símbolo que se le ha dado: el Águila. Sin embargo, San Juan es realista y preciso en cuanto a las circunstancias de lugar y de tiempo. No olvida jamás que el Verbo se hizo carne. De ahí el acento a la vez místico y concretamente verídico de su relato. Se palpa que él ha visto lo que escribe y que su testimonio es auténtico (21, 24). En el prólogo afirma con fuerza: «Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios, Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho...». Después, da ejemplos elocuentes del Poder divino de este hombre, que declarará a los judíos: «Ya que no me creéis a mí creed, en mis obras» (10, 38).

LA ENTREVISTA CON NICODEMO (Jn 3)

Jesús recibió una extraña visita: de noche, para no ser descubierto, vino a verle un fariseo llamado Nicodemo. Era una persona buena y honesta, que creía incluso que Jesús venía de la parte de Dios. Ahora bien, durante la conversación, Jesús se atribuye a sí mismo propiedades que sólo le pertenecen a Dios, como la ubicui­dad (estar en todo lugar): «Nadie sube al cielo sino el que bajó el cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo» (3, 13), y el poder de dar la vida eterna: «Tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que cree en El no perezca sino que tenga la vida eterna» (3,16).

LA SAMARITANA (Jn 4)

¿Cómo calificar esta entrevista? No cabe duda de que el título más apropiado para este episodio conmovedor sería el de «el corazón misericordioso de Jesús». Un corazón que se inclina sobre una miseria, y éste corazón es el de Dios.

-Pero, en fin, esta mujer era conocida... ¿Cómo sus conciudadanos la escuchan cuando clama: «He encontrado al Mesías»? (29, 40). Y, ¿a la hora de la comida? Lo dejan todo para ir a Jesús...

-¿No será que lo que les llama la atención es ver a la pobre samaritana completamente transformada? La gota de agua que ella ha recibido, agua que brota hasta la vida eterna, la ha santificado.

EN JERUSALÉN, EL PARALÍTICO DE BETSAIDA (Jn 5)

-Notemos que estaba paralítico desde hacía 38 años, sin poder llegar hasta el agua en el momento preciso. «Levántate, toma tu camilla y anda» le dice Jesús (5, 6). Curación completa e instantánea, cuando ya sabemos que es necesaria una larga reeducación después de una hospitalización de algunos meses.

-Pero es sábado. Cólera de los judíos. Jesús no teme llamarse a sí mismo «dueño del sábado», manera equivalente y clara de declararse igual a su Padre. Jesús es Dios. «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también» (5,17 y 18).

 MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES Y DISCUR­SO SOBRE EL PAN DE VIDA

-El pueblo está ya conquistado por este profeta. No ha visto todavía lo más fantástico.

-Jesús sube a la montaña, seguido de una multitud, cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, precisa San Mateo. Con cinco panes y dos peces alimenta a todas esas gentes, y aún se recogen doce canastos con las sobras.

La multitud está entusiasmada. La tradición anunciaba que el Mesías daría de comer a su pueblo; es, pues, Jesús el Salvador esperado. Bien puede nombrár­sele rey.

Jesús desaparece. Pero, al día siguiente, al otro lado del lago, pronuncia su ma­gistral discurso sobre el pan de vida. Este pan es la doctrina y es la Eucaristía. Jesús afirma ser Él mismo este pan de vida, bajo estos dos aspectos:

1) «Creer en el que Dios ha enviado» (6, 29), «el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo» (6, 33) «Yo soy el pan vida» (6, 35).

2) Muy claramente desde el versículo 51 hasta el 59, Jesús insiste y repite, precisamente a causa de la incredulidad de sus auditores: «El que come mi carne y bebe ni sangre tiene la vida eterna... mi carne es verdaderamente comida y mi sangre verdadera bebida...». Sólo Dios puede hablar así.

INTENTAN EN VANO PRENDERLE (Jn 7)

-Cuatro meses después de la curación del paralitico, próxima la fiesta de los Tabernáculos, Jesús se dirige a Jerusalén. Los judíos furiosos envían guardias para prenderlo. Pero los guardias regresan sin haber osado poner la mano sobre Él, diciendo: «Jamás ha hablado nadie como este hombre». Imaginemos a los policías de hoy no cumpliendo la misión tan severamente ordenada... Es que se obraba una especie de milagro psicológico, la autoridad moral de Jesús.

YO SOY LA LUZ, YO SOY (Jn 8)

-Más sorprendentes aún, son las declaraciones del final del capítulo octavo: «Yo soy la luz del mundo» (8, 12). «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que YO SOY...» (8, 28). Y todavía: «En verdad en verdad os digo: Antes que Abrahám naciese, YO SOY...» (8, 58).

Esta es la respuesta de Dios a Moisés cuando le pide su nombre (Ex 3,14): «YO SOY el que SOY». Es lo que afirma San Juan en el prólogo del cuarto Evangelio: «Al principio... el Verbo era Dios...». Es Dios, sin limitación temporal.

Sus enemigos lo habían comprendido tan bien que querían apedrearlo, como culpable de blasfemia. «Pero Jesús se ocultó y salió del templo» (8, 59).

 EL CIEGO DE NACIMIENTO

Una curación que supone como una creación de órganos, o si se quiere, como una resurrección de partes de órganos inexistentes o atrofiados, un poco como el hombre paralítico desde hacía 38 años.

Lo interesante es la larga discusión que sigue. Todo el mundo conocía al ciego. La gente se sorprende. «Soy yo», insiste (9, 9).

Los jefes del pueblo no quieren reconocer el prodigio. Interrogan al hombre curado, después a sus padres. La amenaza de expulsión de la Sinagoga pesa sobre cualquiera que reconozca que Jesús es el Cristo. Pero la evidencia está ahí. Como el milagro había sido obrado en sábado, los fariseos pueden decir al ciego: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que este hombre es un pecador» (9, 24). Y él responde: «Si es pecador, no lo sé. Lo que sé es que yo era ciego y ahora veo» (9, 25).

El hecho está bien encuadrado. Constituye una prueba de la declaración: «Yo soy la luz del mundo».

EL BUEN PASTOR (Jn 10)

-En el Antiguo Testamento, Dios es llamado algunas veces el Pastor de su pueblo. Este título conviene más particularmente al Mesías. Llamándose Buen Pastor, Jesús se da un título de jefe supremo. Además, añade poco después: «El Padre y Yo somos una sola cosa» (10,30). Lo que impulsa a sus auditores a quererlo lapidar de nuevo: «Porque tú, siendo hombre, te haces Dios» (10, 33).

RESURRECCIÓN DE LÁZARO

Vuelvan a leer el relato detallado. Enfermedad del amigo de Jesús, la llamada de Marta y María, espera de Jesús, muerte de Lázaro y después de cuatro días, su resurrección.

El valor probatorio del milagro está afirmado por el taumaturgo mismo, cuando Jesús ruega a su Padre: «Yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que Tú me has enviado» (11, 42).

San Juan recalca: «Muchos de los judíos... que vieron lo que Jesús había hecho, creyeron en Él» (11,45). Otros, en cambio, no (11, 46).

Se objetará que los milagros no prueban directamente la divinidad de Jesús. Prueban que «Dios está con Él», como dice Nicodemo, ya que Jesús es un hombre de Dios, como los profetas, que también han hecho prodigios, y aun obtenido de Dios resurrecciones de muertos. Pero adviertan que Jesús opera milagrosamente para apoyar sus declaraciones: «Yo soy el Hijo de Dios... Uno con el Padre».

SU CONDENACIÓN A MUERTE

-No cabe duda de que el principal motivo por el que Jesús fue condenado a muerte fue el de haberse proclamado Dios. Así lo aseguraron los mismos Judíos.

-Según ellos, era un blasfemo, y por consiguiente merecía la muerte más humillante de todas. Por eso, escogieron la crucifixión, que era el suplicio que los romanos daban a los esclavos o a los grandes criminales. Así acudieron a Pilatos, acusando a Jesús de ser un «malhechor».

Pilatos no les hizo caso: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley», pensando que se trataba de un simple conflicto con su ley. Pero, en seguida éstos le dicen lo que quieren hacer con Jesús: «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie», y añade San Juan, «para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, significando de qué muerte había de morir» (12, 32).

Pilatos, viendo que la cosa iba en serio, interrogó a Jesús e incluso intentó evitar su muerte, proponiendo librarlo en lugar de Barrabás, mandando que lo flagelaran; no hubo nada que hacer: los judíos pedían su muerte. ¿Por qué? Por este motivo que finalmente le declaran a Pilatos: «Nosotros tenemos una ley y, según esta ley, debe morir: porque SE HA HECHO HIJO DE DIOS» (19, 7).

SU RESURRECCIÓN (Jn 20)

La mayor prueba, sin embargo, de su divinidad, la quiso dar Jesús con el milagro de su propia resurrección. Este es el verdadero signo de que Él es realmente Dios. Jesús fue condenado a muerte por haber afirmado su divinidad. Y resucitó para dar de ella la prueba definitiva.

Resurrección que Él mismo había profetizado: «Yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy... Tengo poder para darla y poder para volverla a tomar» (10, 17-18). E incluso del modo en que había de morir, como ya hemos visto: siendo «levantado» en la cruz (3, 14; 8, 28). Por eso, cuando el Apóstol Santo Tomás ve a Jesús resucitado, exclama: «Señor mío y Dios mío» (20, 28)

San Juan canta esta fe a la divinidad de Jesús a lo largo de todo su Evangelio y termina su libro diciendo: «Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro, y éstas fueron escritas para que creáis que JESUS ES EL MESIAS, HIJO