La nueva misa y la fe católica

La doctrina del Santo Sacrificio de la Misa pertenece al tesoro de verdad de la Iglesia. Y si hoy en día, en esta materia en particular, aparece una especie de ruptura con el pasado de la Iglesia, tal novedad debería alertar a cualquier conciencia católica, como en los tiempos de grandes herejías en los siglos pasados, y provocar una confrontación universal con la fe de la Iglesia inmutable.

La Iglesia de Cristo ha sido instituida para una doble misión: una misión de fe y una misión de evangelización de los hombres redimidos por la sangre del Salvador. Debe aportar a los hombres la fe y la gracia: la fe a través de su enseñanza, la gracia a través de los sacramentos que le confió Nuestro Señor Jesucristo.

Su misión de fe consiste en transmitir a los hombres la revelación, hecha al mundo por Dios, de las realidades espirituales y sobrenaturales, así como su conservación, a través del tiempo y de los siglos, sin alteraciones. La Iglesia católica es, ante todo, la fe inalterable; es como dice San Pablo, «la columna de la verdad», la cual –siempre fiel a sí misma e inflexible testigo de Dios– atraviesa el tiempo dentro de un mundo en perpetuos cambios y contradicciones.

A través de los siglos, la Iglesia católica enseña y defiende su fe, en nombre de un solo criterio: «lo que siempre se ha creído y enseñado». Todas las herejías, con las cuales la Iglesia se ha visto constantemente enfrentada, han sido siempre juzgadas y rechazadas en nombre de la no conformidad con este principio. El primer principio reflexivo de la jerarquía de la Iglesia, y especialmente de la Iglesia romana, ha sido mantener sin cambio la verdad recibida de los Apóstoles y del Señor. 

¿QUÉ ES LA MISA?

Ya sabemos que la Misa tradicional no ha sido siempre tal como la conocemos hoy. Mantiene, por supuesto, lo esencial de las celebraciones hechas por los Apóstoles por orden de Cristo; y, poco a poco, se le fueron añadiendo nuevas oraciones, alabanzas y precisiones, para explicar mejor el misterio eucarístico y preservarlo de las negaciones heré­ticas.

Así pues, la Misa se elaboró progresivamente, en torno a un núcleo primitivo que nos legaron los Apóstoles, testigos de la institución de Cristo. Como un estuche que encierra una piedra preciosa o el tesoro confiado a la Iglesia, fue pensada, ajustada y adornada como una obra musical. Sólo se conservó lo mejor, como en la construcción de una catedral. Se desarrolló con arte lo que estaba como implícito en su misterio. Echó ramas como la semilla de mostaza, por decirlo de algún modo, pero ya estaba todo contenido en la semilla.

Esta elaboración progresiva o explicación concluyó, en lo esencial, en la época del Papa San Gregorio, en el siglo VII. Sólo se le añadieron posteriormente algunos complementos secundarios. Este trabajo de los primeros siglos del cristianismo realizó una obra de fe que pone al alcance de la inteligencia humana la institución de Cristo en toda su verdad.

La Misa es, pues, la expresión del misterio eucarístico y su celebración.

LA DOCTRINA CATÓLICA DEFINIDA

Ante a las negaciones de Lutero, el Concilio de Trento reafirmó la doctrina intangible de la Iglesia católica y la definió en lo relativo al Santo Sacrificio de la Misa, en particular los tres puntos de doctrina siguientes:

1° En la Eucaristía, la presencia de Cristo es real.

2° La Misa es un sacrificio verdadero, es substancialmente el sacrificio de la cruz, renovado, verdadero sacrificio propiciatorio o expiatorio en remisión de los pecados, y no únicamente sacrificio de alabanza o de acción de gracias.

3° La función del sacerdote, en la ofrenda del Santo Sacrificio de la Misa, es esencial y exclusivo: sólo el sacerdote ha recibido, por medio del sacramento del Orden, el poder de consagrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

La Misa tradicional milenaria, latina y romana, expresa con suma claridad toda la densidad de esta doctrina, sin suprimirle nada al misterio.

¿QUÉ OCURRE CON LA NUEVA MISA?

Sabemos que la nueva Misa fue impuesta al mundo católico por necesidades ecuménicas: la Misa antigua, en efecto, era el mayor obstáculo para la unidad que pretendía reconstruir con los reformados del siglo XVI. Afirmaba con precisión, sin evasivas, la fe católica que niegan los protestantes, en los tres puntos esenciales de doctrina, es decir:

l. La realidad de la presencia real [1].

II. La realidad del sacrificio [2].

III. La realidad del poder sacerdotal [3].

La nueva Misa pone sordina a estas verdades de fe. Así, el nuevo rito —indiferente al dogma— se puede acomodar con una fe puramente protestante, o incluso servir como punto de encuentro al mundo de la unidad ecuménica, de una celebración única, en la que los dogmas discutidos se hayan disimulado con prudencia y sólo se hayan conservado los gestos, las expresiones y las actitudes que se puedan interpretar según la fe de cada uno.

¿Se puede negar la evidencia de los hechos?

Los cambios que ha hecho la nueva Misa se encuentran precisamente en los puntos de doctrina negados por Lutero.

[1] LA NUEVA MISA Y LA PRESENCIA REAL

En la nueva Misa, la presencia real no ocupa el papel central que tiene en la liturgia eucarística tradicional. Se ha eliminado cualquier referencia, incluso indirecta, a la presencia real. Nos damos cuenta con asombro de que los gestos y signos con los que se expresaba de manera espontanea la fe en la presencia real han sido abolidos o gravemente alterados.

Asimismo, las genuflexiones —los signos más expresivos de la fe católica— han sido suprimidas como tales. Aunque, por excepción, se ha conservado la genuflexión después de la elevación, por desgracia, ha perdido su significado exacto de adoración a la presencia real.

En la Misa tradicional, después de las palabras de la consagración, el sacerdote hace inmediatamente una primera genuflexión, que significa —sin equívoco— que Cristo se halla en el altar, realmente presente, debido a las palabras de la Consagración pronunciadas por el sacerdote. Después de la elevación hace una segunda genuflexión, que tiene el mismo sentido que la primera y añade la insistencia.

En la nueva Misa, se ha suprimido la primera genuflexión. En cambio, se ha conservado la segunda. Esa es la trampa para la gente mal informada de las astucias del modernismo: esta segunda genuflexión —aislada de la primera— puede ahora recibir una interpretación protestante. Aunque la fe protestante no se acomoda con la presencia física y real de Cristo en la Eucaristía, reconoce, sin embargo, cierta presencia espiritual del Señor, debida a la fe de los creyentes. Así pues, en la nueva Misa, el celebrante no adora en primer lugar la hostia que acaba de consagrar, sino que la eleva y la presenta a la asamblea de los fieles, la cual manifiesta su fe en Cristo y lo hace presente de manera espiritual. Luego se arrodilla y adora, lo que puede hacerse en el sentido puramente protestante de una presencia únicamente espiritual.

El rito exterior puede así ser compatible con una fe exclusivamente subjetival, que niegue incluso el dogma de la presencia real. La genuflexión que se sigue haciendo después de la elevación de la hostia y del cáliz ahora puede ser interpretada de modo protestante, porque tiene un sentido que se puede adaptar a la fe de cada uno y, por lo tanto, es equívoco. Ya no podemos decir que un rito de esta clase sigue siendo la expresión clara de la fe católica.

Otras alteraciones del rito tradicional -aunque menos graves que las que llegan al corazón mismo de la Misa- tienden, sin embargo, hacia una disminución del respeto que se le debe a la Sagrada Presencia. En este orden, se deben mencionar las eliminaciones siguientes que, aisladas, podrían parecer sin importancia, pero consideradas en su conjunto, nos indican el espíritu que prevaleció en las reformas. Se han suprimido:

  •  La purificación de los dedos del sacerdote sobre el cáliz.
  •  La obligación para el sacerdote de mantener juntos los dedos que han tocado la Hostia después de la Consagración, para evitar cualquier contacto profano.
  •  La palia que protege el cáliz.
  •  El dorado obligatorio del interior de los vasos sagrados.
  •  La consagración del altar, si es fijo.
  •  La piedra sagrada y las reliquias puestas en el altar, si es móvil.
  •  Los manteles para el altar, cuya cantidad ha sido reducida de tres a uno.
  •  Las prescripciones que conciernen al caso de una Hostia consagrada, que cae al suelo.

A estas supresiones, que representan una disminución del respeto debido a la presencia real, se deben añadir las actitudes que se sitúan en el mismo sentido y que han sido casi impuestas a los fieles:

  • La comunión de pie y, luego, en la mano.
  • Una acción de gracias -muy corta- y que se invita a hacer sentados.
  • Posición de pie después de la consagración.

Todos estos cambios, agravados por el alejamiento del sagrario, que se relega a una esquina del presbiterio, convergen hacia una misma dirección, es decir, a la disminución del dogma de la presencia real. Estas observaciones se aplican al nuevo Ordo Missae, sea cual sea el Canon que se escoja, incluso si la nueva Misa se dice con el Canon romano.

[2] LA NUEVA MISA Y EL SACRIFICIO EUCARÍSTICO

Además del dogma de la presencia real, el concilio de Trento definió la realidad del sacrificio de la Misa, que es la renovación del sacrificio del Calvario, y nos aplica los frutos de salvación para la remisión de los pecados y nuestra reconciliación con Dios. Así, la Misa es un sacrificio. También es una comunión, pero una comunión al sacrificio previamente celebrado: un convite, en el cual se come la víctima inmolada del sacrificio. La Misa es, ante todo, un sacrificio y en segundo término, también una comunión o un convite.

Ahora bien, toda la estructura de la nueva Misa acentúa el aspecto de la celebración como comida, en detrimento del aspecto sacrificial, lo cual va aún más en el sentido de la herejía protestante. La sustitución del altar del sacrificio por la mesa de cara a los fieles atestigua ya de por sí una nueva orientación, pues si la Misa es una simple comida, es mejor reunirse alrededor de una mesa que ante un altar situado frente a la cruz del Calvario.

Asimismo, la “liturgia de la palabra” (denominada también “mesa de la palabra”) ha tomado tal amplitud que ocupa la mayor parte de la nueva celebración y, por lo mismo, disminuye la atención que se debe al misterio eucarístico y al sacrificio.

Cabe esencialmente señalar la supresión del Ofertorio de la víctima del sacrificio y su remplazo por la ofrenda de los dones. Esta sustitución es propiamente grotesca y hasta parece una caricatura, pues, ¿qué significa la ofrenda de un poco de pan y de unas gotas de vino, frutos de la tierra y del trabajo de los hombres, que nos atrevemos a presentar al Dios soberano? Incluso los paganos lo hacían mucho mejor, ya que no ofrecían a la divinidad migajas de pan, sino algo más substancial: un toro u otro animal, cuya inmolación era un verdadero sacrificio. Lutero se sublevó de modo patente contra el Ofertorio del sacrificio en la Misa católica. No se equivocaba en su perspectiva de negación: la sola presencia de una víctima es la innegable afirmación de que se trata realmente de un sacrificio, y de un sacrificio expiatorio para la remisión de los pecados.

El Ofertorio de la Misa católica era, pues, un obstáculo para el ecumenismo. No dudaron en caricaturizarlo y obrar violentamente contra la fe católica. El antiguo Ofertorio precisaba la oblación del sacrificio mismo de Cristo: «Recibe, Padre Santo, esta hostia inmaculada...» (hanc immaculatam hostiam); «Te otrecemos, Señor, el cáliz de la salva­ción...» (calicem salutaris).

No se ofrecía a Dios sólo el pan o el vino, sino ya la Hostia inmaculada, el cáliz de la salvación, en la perspectiva de la consagración que se iba a hacer.

Los liturgistas, tan preocupados por la letra del rito, habían pretendido que se trataba de una repetición. Estaban muy equivocados. La intención de la Iglesia, expresada a través del sacerdote, es la de ofrecer la víctima misma del sacrificio (y no el pan y el vino). En el sacrificio de la Misa, todo se realiza en el momento exacto de la Consagración, cuando el sacerdote obra in persona Christi y cuando el pan y el vino son transub­stanciados en cuerpo y sangre de Cristo. Puesto que todas las riquezas espirituales del misterio euca­rístico no se pueden expresar al mismo tiempo, la liturgia de la Misa las expone a partir del Ofertorio. No se trata, pues, de una anticipación. sino de una perspectiva.

En la nueva Misa, se ha suprimido el Ofertorio de la víctima del sacrificio y, asimismo, los signos de cruz sobre las oblatas, los cuales eran una constante referencia a la cruz del Calvario.

Así, de manera convergente, la realidad misma de la Misa como renovación del sacrificio del Calvario, se esfuma en sus expresiones concretas, y eso incluso en el mismo centro de la celebración. Incluso las palabras de la Consagración en el rito innovador, son pronunciadas por el sacerdote, en tono narrativo, como si se tratara del relato de un acontecimiento pasado y no en tono conminativo de una consagración hecha en presente y proferida en nombre de la persona en cuyo nombre actúa el sacerdote.

Eso es muy grave.

¿Cuál será dentro de esta nueva perspectiva, la intención del celebrante —intención que, como lo recuerda el concilio de Trento, es una de las condiciones para la validez de la celebración-? Esta intención ya no se halla expresada en las ceremonias del rito. El sacerdote que celebra puede, sin duda alguna, suplirla por su propia voluntad y la Misa podrá ser válida. Pero ¿qué pasará con los sacerdotes innovadores preocupados ante todo por la ruptura con la antigua Tradición? En ese caso es legítimo dudar, y ya nadie podrá distinguir por las apariencias la nueva Misa —en su estructura general— de la cena protestante.

Nos dicen, sin embargo, que aún existe el Canon romano. Es cierto, pero en las prescripciones del nuevo rito, se le da al celebrante la oportunidad de escoger este Canon entre otras tres Plegarias eucarísticas. ¿Qué significa esta elección? El Canon romano que se conserva ya no es el antiguo canon. De hecho, ha sido mutilado de vanas maneras: ha sido mutilado en el mismo acto de la consagración, como acabamos de ver; ha sido mutilado al suprimir las genuflexiones que expresaban la fe en la presencia real; y ya no está presignificado por el Ofertorio del sacrificio.

Las versiones oficiales en lengua vernácula que se usan, por lo general, han sido traducidas de manera tendenciosa, escamoteando el rigor de la expresión de la fe católica. Además, ha perdido su carácter propio de “Canon”, es decir de oración firme, inmutable, como la roca misma de la fe. Ahora es intercambiable: puede ser substituido por otra Plegaria eucarística, según la preocupación o creencia de cada uno. Esa es, manifiestamente, la suprema astucia del ecume­nismo innovador.

Oficialmente, el celebrante puede escoger entre tres nuevas «Plegarias». Queda abierta la puerta a cualquier innovación y de hecho, ahora ya es imposible hacer una lista exhaustiva de todas las Plegarias eucarísticas que se han introducido y que se emplean en las diversas diócesis. No vamos a entretenernos en el estudio de estas liturgias “espontáneas”, que no son de ningún modo oficiales, y que, sin embargo, se mueven al viento de los reformas o mejor dicho de la revolución sea cual sea su origen. Sólo nos aplicaremos a un breve análisis de los tres nuevas Plegarias eucarísticas de la nueva Misa.

La segunda Plegaria, denominada “Canon de San Hipólito”, aun más antiguo que el canon romano, es en realidad el canon que el antipapa Hipólito compuso en el momento de su rebeldía, antes de morir mártir, lo que le hizo regresar a la unidad de la Iglesia. Este Canon probablemente jamás se uso en la Iglesia pontifical de Roma y sólo nos llegó en algunas reminiscencias verbales transmitidas por los relatos de Hipólito. Jamás formó parte de la Tradición de la Iglesia. En este canon, muy breve, que no contiene -aparte del relato de la Última Cena- más que algunas oraciones de santificación de las ofrendas, de acción de gracias y de eterna salvación, no se hace ninguna mención del sacrificio.

En la tercera Plegaria eucarística, se menciona el sacrificio, pero sólo en el sentido de sacrificio de acción de gracias y de alabanza. No se menciona para nada el sacrificio expiatorio renovado en la realidad sacramental presente, que nos obtiene la remisión de los pecados.

La cuarta Plegaria narra los beneficios de la Redención operados por Cristo. Pero la idea de sacrificio propiciatorio —renovado en el momento presente— tampoco es más explícita.

Así, en los tres nuevos textos propuestos, la doctrina católica del santo sacrificio de la Misa, doctrina definida en el concilio de Trento, se ha dejado de lado y, al no ser afirmada en el acto mismo de la celebración de la Misa, cae de hecho en el abandono y acaba siendo negación por omisión.

[3] LA NUEVA MISA Y EL PAPEL DEL SACERDOTE

La función exclusiva del sacerdote como instrumento de Cristo en la ofrenda del sacrificio, es un tercer punto de doctrina católica definida por el concilio de Trento. Este papel del sacerdote en la ofrenda del sacrificio desaparece en las nuevas celebraciones, lo mismo que el sacrificio, de modo que el sacerdote aparece como el presidente de la asamblea

Los laicos invaden el presbiterio y se atribuyen funciones clericales, como las lecturas, la distribución de la comunión y a veces la predicación.

No nos sorprenda que se hayan mantenido ciertas antiguas denominaciones, ya que ahora están abiertas a otro significado, como ya lo hemos observado. Se ha mantenido la palabra “Ofertorio”, pero no en el sentido de oblación de la víctima del sacrificio; asimismo la palabra “sacrificio”, que sigue estando aquí o allí, pero no forzosamente en el sentido de renovación del sacrificio del Salvador, sino que ya sólo significa la acción de gracias o alabanza, según la fe del creyente.

CONCLUSIÓN

En conclusión, de este breve análisis de los nuevos ritos, sólo podemos constatar —a la luz de los hechos— que la nueva Misa ha sido en su totalidad concebida y elaborada en un sentido ecuménico, que se puede adaptar a los diferentes creencias de las diversas iglesias.

Es lo que los protestantes de Taizé reconocieron de inmediato, al declarar que, teológicamente hablando, las comunidades protestantes pueden celebrar su Cena con las mismas oraciones que la Iglesia católica. En la Iglesia protestante de Alsacia, se pronunciaron con la misma opinión: «Ahora no hay nada en la Misa renovada que pueda molestar al cristiano evangelista». Y en una famosa revista protestante, se podía leer: «Las nuevas Plegarias eucarísticas católicas han abandonado la perspectiva (?) de un sacrificio ofrecido a Dios».

La presencia de seis teólogos protestantes, que participaron en la elaboración de nuevos textos, había sido ya una presencia significativa.

Esta Misa ecuménica ya no es la expresión de la fe católica. En su súplica al papa Pablo VI, los cardenales Ottaviani y Bacci no temieron hacer la siguiente observación, de la cual, nadie hasta la fecha, ha podido negar el rigor: «EI Novus Ordo Missae se aleja de manera impresionante, en su totalidad y en el detalle, de la teología católica de la santa Misa».