Los mártires españoles - 1936-1939

Entre el verano y el otoño de 1936, miles de Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, decenas de millares de fieles fueron salvaje­­mente asesinados en España en odio de la fe católica. La violencia, la rapidez, la rabia, la crueldad de los perseguidores y la amplitud del número de sus víctimas en un tiempo tan corto sobrepasa con mucho las sangrientas per­se­­cuciones en ti­em­­pos del Imperio Romano e incluso el período del Terror durante la Revolución Francesa en 1793-4.

Apenas se puede comparar a los actos salvajes de las invasiones bárbaras: torturas múltiples y refinadas, es­tran­­gulami­en­tos, de­­gollaciones, apu­ñalamientos, fu­­si­lamientos, ahorca­mientos, violaciones, personas quemadas o enterradas vivas, tumbas profanas, cadáveres desenterrados y colocados en las calles, miles de iglesias incendiadas, saqueadas y devastadas...

Y todo esto ocurrió en el siglo XX, en el que no se deja de repetir: «Paz, paz»... al igual que en tiempos del profeta Jeremías (Jer. 6, 1; 8, 11) cuando no había ninguna paz sino un horror nunca visto. Y ante esta brutalidad de los nuevos bárbaros se levantó la firmeza de la fe católica, la paciencia de la esperanza, la generosidad y el ardor de la caridad de miles de almas, que gritaban antes de abandonar su cuerpo el motivo de su perseverancia y resistencia: «¡Viva Cristo Rey!», «¡Viva España católica!», «¡Arriba España!».

¿Cómo se llegó a esta tragedia en la España católica?

La relajación de la vigilancia de la Santa Inquisición permitió que en 1760 se instalara la primera logia masónica española, con apariencias de una pacífica sociedad fi­lan­­trópica. Esta empezó a tejer con relativa rapidez su tela de araña a través de todo el país, a suscitar una corriente de pensamiento innovador y a organizar estructuras de un poder paralelo oculto, capaz de salir parcialmente a la luz en la primera ocasión favorable. La entrada de las tropas revolucionarias napoleó­nicas en España en el año 1808 permitió que sus miembros fueran propagadores activos de las ideas del «89». La primera Restauración de 1814 y luego la segunda, de 1823 acabaron con la revolución de 1820 provocada por las logias, pero esto sólo consiguió retrasar el mal hasta la muerte de Fernando VII en 1833.

Durante el desconcierto que siguió a la llegada de su hija Isabel, sostenida por los «liberales» en contra de los Carlistas favorables al hermano del difunto rey (heredero según la ley sálica) ocurrieron ya sucesos que anunciaban los del siguiente siglo. El 17 de julio de 1834 fueron asesinados en Madrid un centenar de religiosos, jesuitas, franciscanos, dominicos y mercedarios. Al año siguiente, en 1835, hubo una masacre de otros religiosos en Zaragoza, Murcia, Reus, Barcelona y otras ciudades.

Este liberalismo inspirado y dirigido por las logias, en medio de la intimida­ción, de sobresaltos y de malestar político y revolucionario (1868-70) llevó a la 1ª República (1873), con la abolición del Concordato con la Santa Sede y la expulsión del Nuncio. Las guerras Carlistas consiguieron la Restauración el 28 de diciembre de 1874, en un sentido sin embargo liberal, para desarmar la resistencia legitimista.

Nuevas concesiones al espíritu revolucionario, bajo el empuje del poder oculto paralelo, sobre todo a partir de 1901, llevaron a una nueva abolición de la monarquía y a la proclamación de la 2ª República el 14 de abril de 1931. El espíritu anticristiano de la Revolución volvió a hacerse sentir públicamente.

El 11 de mayo de 1831, con la complicidad de los “representantes del orden”, decenas de conventos y de iglesias fueron incendiados, de las cuales 55 en 3 días, en Madrid, Murcia, Málaga, Granada, Barcelona, Sevilla, etc. Manuel Azaña, presidente entonces del Gobierno, gritó: «España ha dejado de ser católica».

Todas las expresiones del Catolicismo fueron perseguidas: expulsión de los Jesuitas en 1932, ley del divorcio, supresión de los Crucifijos en las escuelas, etc.

El 7 de diciembre de 1932 fueron incendiadas en Zaragoza diez iglesias y conventos y unos días más tarde, otras 6 en Granada. En octubre de 1934, durante un levantamiento en As­tu­­rias, fueron asesinados 34 eclesiásticos. En 1935, fueron incendiadas otras 9 iglesias.

El 3 de junio de 1933, el Papa Pío XI publicó su encíclica Dilectissima nobis para denunciar la legislación anticris­tiana en España. El 20 de julio de 1933 una ley decretaba el robo de todas las propiedades religiosas, iglesias y propiedades eclesiásticas.

En las elecciones del 16 de febrero de 1936, después de una victoria dudosa y corta del Frente Popular, constituido por una alianza entre socialistas, comunistas, anarquistas y la izquierda republicana, redobló la persecución religiosa.

Muchos sacerdotes fueron expulsados de sus parroquias, otros molestados o entorpecidos en su ministerio por violencias, canciones injuriosas, insultos y amenazas de muerte. Los católicos fieles eran objeto de burlas y amenazas y la justicia no hacía seguir sus quejas, favoreciendo al terrorismo y dejando impunes su delitos. Cuando Calvo Sotelo, diputado monarquista, protestó en las Cortes contra la impunidad de los incendiarios y asesinas, la comunista Dolores Ibárruri («La Pasiona­ria») le gritó: «¡Este ha sido su último discurso!».

El asesinato del portavoz de los monarquistas, Calvo Sotelo, fue la gota de sangre que hizo derramar el vaso de la paciencia católica. Provocó el levantamiento del General Franco en julio de 1936, que pronto fue seguido por la mayor parte del ejér­­cito y del pueblo. España se vio divida en dos zonas: la Católica y la roja o comunista.

Sanguinarios...

Después de esta división de España católica, el «Lenin español», Largo Caballero, jefe del partido socialista español y del gobierno republicano en 1936, declaró sin ningún tapujo: «No dejaremos piedra sobre piedra esta España que tenemos que destruir».

Y antes del comienzo de las masacres masivas, un jefe comunista dijo el 8 de agosto del 36 públicamente en un teatro en Barcelona: «Hay muchos problemas en España y los republicanos burgueses no se han preocupado en resolverlos: el problema de la Iglesia...; los hemos resuelto tomándolos en su raíz. ¡Hemos suprimidos sus sacerdotes, iglesias y culto!».

Ante estas declaraciones tan enfati­zadas, los revolucionarios quisieron añadir actos no menos espectaculares, para impresionar más, aterrorizar las voluntades y matar los corazones: «Los bárbaros rojos, dirigidos por algunos francma­sones notables, ateos comunistas y tchesquistas judíos, se entregaron a la masacre y a la persecución y al circo más abominable de todo lo que es Católico: la tumba del eminente filósofo español Jaime Balmes (1810-1848) fue profanado y se jugó al fútbol con el cráneo de un gran obispo catalán, Don José Torras y Bages (1846-1916).

La histeria atea llegó hasta el colmo de «fusilar» la estatua del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Angeles, en Madrid, donde el Rey Alfonso XIII en persona le había consagrado España el 30 de mayo de 1919.

Triste programa y realidad, mencionados por el Papa Pío XI en la audiencia especial que les acordó el 14 de septiembre de 1936 a los peregrinos españoles que habían escapado de la zona roja: «Se diría que una preparación satánica se ha esforzado en prender en la vecina España esta llama de odio y de feroz persecución confesada abiertamente, únicamente contrarias a la Iglesia y a la Religión Católica».

Intensidad de la persecución religiosa

La zona que quedó bajo el dominio del Frente Popular pronto se volvió roja con la sangre de miles de mártires.

Los horribles actos de barbarie ya mencionados tuvieron lugar en la zona roja, en la que sobre todo los sacerdotes y religiosos, aunque también los militares y católicos fieles, tenían que esconderse, cuando podían hacerlo, para escapar a una muerte segura.

La verdad es que la persecución religiosa en la zona roja llegó a una maldad sobrehumana y a una brutalidad nunca vista. Así, sólo en Madrid, funcionaban 226 che­cas, es decir, instituciones de terror provenientes de la Rusia soviética. Los católicos se hallaron ante una persecución cuya brutalidad y la abyección llegaron a sobrepasar la de los peores episodios durante el Terror en Francia.

Cifras elocuentes

Las cifras más exactas de las víctimas de esta persecución las da Antonio Montero en su Historia de la Persecución Religiosa en España, (B.A.C., 1961), donde publica una lista referente a los sacerdotes, religiosos y religiosas. Las cifras globales de las víctimas son de:

  • 13 obispos
  • 4.171 sacerdotes seculares
  • 2.365 religiosos y
  • 283 religiosas;

en total 6.832 Víctimas consagradas, a las que hay que añadir la horrible cifra de 210.000 fieles, hombres, mujeres, ancianos y niños. ¡Sólo en Madrid hubo 85.946!

La mayor parte de estos mártires fueron martirizados en los 10 últimos días de julio y durante el mes de agosto de 1936, otro gran número en diciembre y los demás desde entonces hasta el mes de marzo de 1939, como el obispo de Teruel y 40 otros.

Pío XI los denominó «Mártires en el sentido estricto de la palabra». Y hay que destacar que todo este Martirologio español no hubo ni un sólo caso de apostasía.

A estas víctimas hay que añadir el incendio de:

  • 3.941 iglesias o capillas e
  • innumerables sacrilegios y profa­na­ciones...

Las Carmelitas de Guadalajara (España)

Baste como botón de muestra la descripción del atroz asesinato de 3 carmelitas en la ciudad de Guadalajara, durante los primeros días de la persecución, es sólo un ejemplo entre muchos. A causa de la dispersión las Hnas. Teresa, María del Pilar y María de los Angeles huyeron juntas hacia algún lugar en el que poder refugiarse. Sin embargo, se toparon con un grupo de milicianos en auto, que incitaron a los hombres a dispararles.

Huyendo de ahí, y no hallando quién les diera un refugio, se volvieron a encontrar con los mismos milicianos, que empezaron a insultarlas. Como tenían ya la intención de matarlas, empezaron a disparar y Sor María de los Angeles cayo instantáneamente muerta.

Sor María del Pilar quedó gravemente herida y mientras se levantaba, uno de los milicianos sacó su cuchillo y la apuñaló tan brutalmente que le dejó al vivo los riñones. Llevada al hospital, murió perdonando a sus asesinos.

Sor María Teresa no fue herida por los disparos y horrorizada, se puso a correr. Dos milicianos se ofrecieron a acompañarla pero en realidad la llevaron fuera de la ciudad. Al pasar por un cementerio quisieron obligarla a gritar «¡Viva la República!», pero la única respuesta fue «¡Viva Cristo Rey!» y su perdón por lo que habían hecho con sus dos hermanas. Luego, intentó huir pero cayó bajo las balas asesinas, abriendo sus brazos y gritando «¡Viva Cristo Rey!»...