Dos milagros de Jesús: una palabra de Nuestro Señor sanará al leproso, cuya curación deberá ser oficialmente verificada por los sacerdotes, para así servir como testimonio de la divinidad de Cristo; mientras tanto, el centurión romano obtiene, gracias a su confianza, un gran milagro y testifica con humildad que Cristo es Dios. Y la Iglesia pone en nuestra bocas las palabras que él profirió.