10° domingo después de Pentecostés - textos litúrgicos
Hoy la Iglesia nos da la verdadera noción de la humildad cristiana. La Liturgia nos recuerda que el alma humilde se precia de reconocer su nada. Solamente confesando su verdadera necesidad el Redentor la ensalzará, mientras que humillará a los orgullosos de este mundo.
RUINA DEL CULTO ANTIGUO
La ruina de Jerusalén ha clausurado el ciclo profético en su parte consagrada a las instituciones y a la historia del tiempo de los símbolos. El altar del verdadero Dios, fijado por Salomón en el monte Moria, era para el mundo antiguo el título auténtico de la verdadera religión. Aún después de la promulgación del nuevo Testamento, la existencia permanente de este altar, reconocido antes por el Altísimo[1] como el solo legítimo, podía, hasta cierto punto, disculpar a los partidarios retrasados del antiguo orden de cosas. Después de su destrucción definitiva, no hay excusa alguna; hasta los más ciegos se ven obligados a reconocer la abrogación completa de una religión, reducida por el Señor a la imposibilidad de ofrecer nunca jamás los sacrificios que constituían su esencia.
Las atenciones que la delicadeza de la Iglesia guardaba hasta ahora con la sinagoga que expiraba, ya no tienen razón de ser. Con plena libertad irá a las naciones para someter con el poder del Espíritu Santo, sus indómitos instintos, para unificarlas en Jesucristo, y ponerlas por medio de la fe en la posesión sustancial, aunque no visible todavía[2], de las eternas realidades que anunciaba la ley de las figuras.
EL NUEVO CULTO
El Sacrificio nuevo, que no es sino el de la Cruz y el de la eternidad, aparece cada vez más como el centro único en donde su vida se afirma en Dios con Cristo su Esposo[3], y de donde surge la actividad que desarrolla para convertir y santificar a los hombres de las sucesivas generaciones. La Iglesia, cada vez más fecunda, permanece estabilizada más que nunca en la vida de unión, de donde la viene esta admirable fecundidad.
LAS ENSEÑANZAS DE LA LITURGIA
No hemos, pues, de admirarnos si la Liturgia, que es la expresión de la vida íntima de la Iglesia, refleja ahora mejor que nunca esta estabilidad de la unión divina. En la serie de semanas que se van a seguir, desaparece toda gradación en las fórmulas preparatorias del Sacrificio. Entre las mismas lecturas del Oficio de la noche, a partir del mes de agosto, los libros históricos han cedido o van a ceder su lugar a las enseñanzas de la divina Sabiduría, que pronto irán seguidas de los libros de Job, Tobías, Judit, Ester, sin otra unión entre ellos que la santidad en precepto o en obra. Ni se advierte, como hasta aquí, la conexión entre las lecturas y la composición de las Misas del Tiempo después de Pentecostés.