12° domingo después de Pentecostés - reflexión espiritual
Fuimos introducidos en la vida espiritual por medio del sacramento del Bautismo y nos convertimos en soldados de Cristo con el sacramento de la Confirmación. La Iglesia hoy nos llama a cumplir con los deberes que nos impone la caridad.
“La letra mata, y el espíritu vivifica”.
No hay heresiarca, no hay hereje a quien la letra, por decirlo así, no haya muerto por el abuso que han hecho de la Escritura Santa. Entregados por un secreto orgullo a su propio espíritu, han seguido los errores y han sido los juguetes de todas las flaquezas. Como Dios en las divinas Escrituras ha hablado a los hombres, les ha hablado, por decirlo así, en el lenguaje de los hombres; pero los términos, las expresiones, el idioma con que les hablaba, encerraba el sentido de Dios.
La letra no es más que la corteza bajo de la cual está oculto un sentido místico y enteramente divino. Ahora bien, sólo el Espíritu divino es el que bajo de la letra humana puede descubrir el sentido espiritual, el cual por lo común es el solo verdadero: el entendimiento del hombre no puede pasar de la corteza sin desbarrar, y no viendo más que lo que la letra presenta naturalmente a su entendimiento, o concibe sino lo que está a su alcance; si va más lejos, se extravía, sólo pues el espíritu de Dios es el que entiende, el que penetra el verdadero sentido de la habla divina.
En esto consiste que antes de la venida del Salvador el pueblo judío nunca tuvo más que una inteligencia baja, material y grosera de la Escritura; nada concebía que no fuese terreno y natural. Los Patriarcas, los Profetas y algunos otros santos del Antiguo Testamento fueron únicamente los que penetraron el sentido espiritual de los Libros Santos, pero esto fue por una revelación especial de Dios. Así es que sólo Jesucristo es el que ha podido darnos la inteligencia, y dejando su espíritu a su Iglesia, la ha dejado con el depósito de la fe, la inteligencias de las Santas Escrituras; ella sola tiene el derecho inajenable de conocer su verdadero sentido y descubrírselo a los fieles, a ella sola pertenece el derecho de interpretar y enseñar, sólo ella no puede errar puesto que el Espíritu Santo es quien la anima, quien la conduce, quien la ilumina, fuera de su escuela no hay más que ignorancia, ilusión, falsedad, extravagancia, fuera de la Iglesia no hay más que tinieblas, y si aparece alguna luz, sólo pueden ser sombríos vislumbres que producen las malignas exhalaciones, falsos brillos, fuegos fatuos que llevan todos al precipicio y que no pueden hacer otra cosa que extraviar.
Recordemos todos los herejes desde el nacimiento de la Iglesia, no hay uno que no haya seguido su propio espíritu y sus propias luces en perjuicio de la verdad. Obstinados en no querer escuchar a la Iglesia, ¿en qué espantosas extravagancias, en qué lamentables errores no han caído, no siguiendo más que las débiles luces de su propio espíritu? No hay siglo alguno que no produzca tristes ejemplos de ello. ¡Qué de absurdos en sus sistemas! ¡Qué de libertinaje en su moral! ¡Qué de variaciones en sus dogmas! ¡Qué irreligión en sus sectas! ¡Qué de corrupción en sus costumbres! En las colonias de la rebelión y del error, la policía civil ha reglado toda la religión, si se puede llamar religión un montón de errores, de contradicciones y de reglamentos arbitrarios; sectas donde no se sabe lo que se cree, y en donde ordinariamente no se cree nada. Tales han sido hasta hoy, y tales serán hasta el fin de los siglos todas las herejías, sin embargo, ninguna hay que no se lisonjee de poseer la Escritura, pero concebida e interpretada según el espíritu particular de cada uno. Una simple mujer, pobre de talento, de corto alcance, imbécil… imagina que está inspirada y pretende entender la Escritura santa tan bien como un concilio; ella interpreta, enseña, profetiza y se la escucha; ¿no es esto lo que se ha visto en nuestros días entre los herejes fanáticos? A la verdad, el fanatismo es inseparable de todas las sectas heréticas; no hay ningún ignorante que no se crea doctor. Tanta verdad es que la letra sin el espíritu de Jesucristo mata: sólo el espíritu vivifica; pero sólo el espíritu de Cristo y de la Iglesia, y de ningún modo el espíritu particular.
Fuente: Año Cristiano de Croisset.