15° domingo después de Pentecostés - reflexión espiritual

Fuente: Distrito de México

Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos del 15° domingo después de Pentecostés.

“No os engañéis, nadie se burla de Dios” (Gl 6,7)

No hay cosa más odiosa, y puede aún decirse que no la hay más impía, que la disimulación y la mojiganga en materia de religión y de piedad. ¿Qué idea se ha formado de Dios cuando se pretende engañarle con un exterior hazañero y con una ostentación que sólo sirve para engañar a los simples? Podemos burlarnos del público fascinándole con un aparato artificial de virtud, podemos sorprenderle y embelesarle con palabrotas y falsos pretextos de reforma; podemos aún, por un artificio secreto del amor propio, alucinarnos a nosotros mismos. No es una cosa extraordinaria que el entendimiento sea el juguete del corazón; las pasiones, y sobre todo la de la sensualidad y la del orgullo, tienen resortes secretos que remueven artificiosamente la máquina.

El espíritu de tinieblas sabe el arte de transformarse en ángel de luz. Los pretextos, los motivos, aún los más especiosos, hacen impresiones sobre el alma, a las cuales es difícil no ceder, y todavía más difícil el no ser engañado por ellas. Entrégase uno a ciegas a las más groseras ilusiones; abraza atolondradamente el error, le sostiene con tenacidad, se rebela contra las potestades legítimas establecidas por Dios, y se imagina todavía que le hace un servicio. En una palabra, es uno esclavo de la concupiscencia y de los deseos de la carne, y se figura que vive conforme al espíritu de Dios y a las máximas más puras del Evangelio.

La pasión es el primer móvil de todo: el espíritu de interés, de ambición, aún el de venganza, es el alma de todas las acciones y por una ceguera lamentable, por una contumacia maligna se toma la pasión por virtud, y la acritud, la animosidad, la enemistad, el odio mismo por celo. En medio de este desorden de corazón y de espíritu se vive en una seguridad soporífera, como si Dios debiese estar muy satisfecho de nuestros servicios. Se vive tranquilamente en la molicie y en los placeres, y a favor de algunas apariencias muy superficiales de buenas obras, y de una máscara de piedad, se lleva una vida enteramente mundana.

No os engañéis, nadie se burla de Dios impunemente. Dios sí que se burlará de nuestras ilusiones y de nuestras añagazas.

La máscara no dura más que hasta la hora de la muerte; el prestigio se desvanece a la vista del sepulcro, el disfraz se borra con el sudor frío con que se expira. Dios castiga entonces de un modo muy severo, el desprecio que se ha hecho de la santidad y la religión. El fuego eterno sucede a la comedia que se ha representado. ¿Cómo podemos ignorar que Dios penetra el fondo del corazón y permite que los hombres se dejen fascinar con engañosas apariencias?

Fuente: Año Cristiano de Croisset.