15° domingo después de Pentecostés - textos litúrgicos
Nuestro Señor nos hizo resucitar de la muerte eterna, tal como revivió al joven de Naím. Al igual que Cristo, la Iglesia Católica se lamenta por los pecadores, y se compadece de ellos como la pobre viuda de su hijo.
MISA
El episodio conmovedor de la viuda de Naim da hoy nombre al Décimoquinto Domingo después de Pentecostés. El Introito nos ofrece un modelo de las oraciones que debemos dirigir al Señor en todas nuestras necesidades. El Hombre-Dios prometió (Domingo anterior), socorrer sirvamos fielmente buscando antes que nada su reino. Al dirigirle nuestras súplicas, mostrémonos confiados en su palabra como es justo que lo seamos, y así oirá nuestros ruegos.
INTROITO
Inclina, Señor, tu oído hacia mí; y óyeme: salva, oh Dios mío, a tu siervo, que espera en ti: ten piedad de mí, Señor, pues clamo a ti todo el día. — Salmo: Alegra el alma de tu siervo: ya que a ti, Señor, elevo mi alma. V. Gloria al Padre.
La humildad de la Iglesia en las súplicas que dirige al Señor es un ejemplo para nosotros. Si la Esposa obra así con Dios, ¿qué disposiciones de humillación deben ser las nuestras al comparecer ante la soberana Majestad? Con razón podemos decir a esta tierna Madre, como los discípulos al Salvador: ¡Enséñanos a orar! En la Colecta, unámonos a ella.
COLECTA
Haz, Señor, que tu continua misericordia purifique y proteja a tu Iglesia: y, ya que sin ti no puede mantenerse salva, sea siempre gobernada por tu gracia. Por Nuestro Señor Jesucristo.