16° domingo después de Pentecostés - textos litúrgicos

Fuente: Distrito de México

"Procuremos ser humildes, pues es una condición absoluta para entrar en el Reino de los Cielos: por esto debemos hacernos como niños."

MISA

La resurrección del hijo de la viuda de Naim reavivó el Domingo pasado la confianza de la Iglesia; su oración se alza cada vez más insistente hacia su Esposo desde esta tierra, donde El la deja ejercitar algún tiempo el amor en el sufrimiento y las lágrimas. Tomemos parte con ella en estos sentimientos, que la sugirieron elegir el siguiente Introito.

INTROITO

Ten piedad de mí, Señor, pues a ti clamo todo el día: porque tú, Señor, eres suave y manso, y copioso en misericordia para todos los que te invocan. — Salmo: Inclina, Señor, tu oído hacia mí, y óyeme: porque soy débil y pobre. V. Gloria al Padre.

En el orden de la salvación es tal nuestra impotencia, que, si la gracia no se nos anticipase, no tendríamos siquiera el pensamiento de obrar, y si no continuase en nosotros sus inspiraciones para llevarlas a término, no sabríamos pasar nunca del simple pensamiento al acto mismo de una virtud cualquiera. Por el contrario, fieles a la gracia, nuestra vida ya no es más que una trama ininterrumpida de buenas obras.

En la Colecta pedimos para nosotros y para todos nuestros hermanos, la perseverante continuidad de ayuda tan preciosa.

COLECTA

Suplicámoste, Señor, nos prevenga y siga siempre tu gracia: y haga nos apliquemos constantemente a las buenas obras. Por Nuestro Señor Jesucristo.

EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Efesios (Ef., III, 13-21).

Hermanos: Os ruego que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria. Por esto, doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, del cual procede toda paternidad en los cielos y en la tierra, para que, según las riquezas de su gloria, haga que seáis corroborados con vigor por su Espíritu en el hombre interior: que Cristo habite por la fe en vuestros corazones: que estéis enraizados y cimentados en la caridad, para que podáis comprender con todos los santos cuál sea la anchura, y la largura, y la sublimidad, y la hondura: que conozcáis también la caridad de Cristo, que sobrepuja toda ciencia, para que seáis henchidos de toda la plenitud de Dios. Y al que es poderoso para hacerlo todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y siglos. Amén.

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