17° domingo después de Pentecostés - reflexión espiritual
Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos del 17° domingo después de Pentecostés.
“No hay más que una fe” (Ef 4, 5)
Nosotros creemos lo que creían los primeros cristianos y lo que han creído los santos, y esto que han creído les ha hecho santos. Nuestra religión no se ha alterado ni en el dogma, ni en la doctrina, ni en la moral. La fe es la misma, el mismo el objeto de la fe, las mismas verdades de la fe, los mismos misterios. La fe no envejece, no está sujeta ni a la vicisitud de las cosas humanas, ni a las revoluciones, ni a las mudanzas. Todo se altera en la sucesión de los tiempos, todo se debilita. Las monarquías nacen, tienen su apogeo y se ve enseguida su declinación. Todas las cosas tienen sus edades, y todo camina a su fin. Sólo la fe de la Iglesia es invariable. Los pueblos pueden perder la fe; pero la fe nunca pierde nada por el desarreglo y apostasía de los pueblos.
Las costumbres pueden corromperse; pero la fe de la Iglesia es inalterable. Ella ha visto nacer y morir a todas las herejías y todas las sectas. Los astros más brillantes del mundo cristiano pueden eclipsarse, las mayores lumbreras de la Iglesia pueden extinguirse, las luces de la fe, empero son siempre puras. Las tinieblas del error ofuscan la claridad del entendimiento; más con respecto a la fe no son a lo más sino como las nieblas y las nubes más espesas con respecto al sol, no pueden empeñar su resplandor. La noche no es más que para aquellos que han perdido de vista este hermoso astro; y si en él aparecen alguna vez manchas, éstas no están más que en los ojos, jamás en el sol. La fe es una, y no puede haber nunca más que una fe, así como no hay más que un solo Dios, un solo Soberano Señor, un Bautismo. ¡Qué desgracia pata todos los herejes! Sólo en la Iglesia católica, apostólica y romana es donde reside esta fe.
Para perder la fe no es necesario no creer nada; basta errar en un solo punto en materia de fe para no tener esta fe, que no siendo más que una e indivisible, no puede sufrir ni duda, ni perplejidad ni excepción. Esta fe es la que desde el tiempo de los Apóstoles ha hecho que se despojen de sus bienes tantos fieles y ha prohibido el apego a los bienes de la tierra a todos los cristianos.
Esta fe es la que ha declarado una guerra eterna a todos los sentidos y la que ha vencido al mundo. Ella es la que ha hecho generosos a tantos millones de mártires y la que ha poblado los desiertos y los claustros de tantos penitentes fervorosos. Esta fe es la que continúa dando todos los días tantos santos a la Iglesia. La fe no es más que una, y ésta es invariable… ¿es acaso la fe de las gentes del mundo, de esas personas tan flojas en el servicio de Dios, de esas personas cuyas costumbres, cuyos sentimientos, cuya conducta corresponden tan poco a la santidad y a las máximas del Evangelio? Esas gentes tan poco devotas, tan poco fervorosas, tan poco religiosas, que llevan una vida tan poco inocente y tan poco cristiana? ¿Tienen esta fe?
Fuente: Año Cristiano de Croisset.