18° domingo después de Pentecostés - reflexión espiritual

Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos del 18° domingo después de Pentecostés.
“Habéis sido enriquecidos con todo género de bienes” (Corintios Cap. I)
San Pablo para hacer agradable la caridad y la viva corrección que había dado a los corintios, comienza su carta recordándoles todos los dones sobrenaturales y todas las gracias singulares con que Dios les había colmado abundantemente y enriquecido desde el principio de su conversión.
Nada, en efecto, debe hacer más impresión ni mover más a los que después de haberse convertido verdaderamente y después de haber gustado las dulzuras que se hallan en el servicio de Dios dejan de ser quienes fueron y, olvidando las gracias de predilección que han recibido y los insignes beneficios de que han sido colmados, vuelven a sumergirse en el desorden. Nada, repito, es más a propósito para cubrir de confusión a estas almas ingratas e infieles que la memoria de estos mismos beneficios.
Cuesta trabajo comprender cómo un gran desarreglo de costumbres pueda suceder a una piedad ejemplar, y que después de haber sido devoto de buena fe, venga a pararse en libertino de profesión. Cómo esas luces tan vivas, tan claras, que hacen ver la virtud con un brillo tan hermoso, puedan extinguirse tan absolutamente, sin que se sienta a lo menos que se ha quedado uno ciego; cómo pueda perderse el gusto a la piedad hasta el extremo de mirarla con horror, sin que el alma advierta que está enferma; y cómo después de haber servido a Dios muchos años con fervor y con edificación, pueda uno retirarse de su servicio sin sentimiento y sin inquietud. Todo esto parecería imposible si ejemplos frecuentes no probasen demasiado todos los días que no lo es. La corrupción del corazón pasa muy pronto hasta el espíritu; dejase de pensar bien luego que se deja de vivir bien. Cuando llega a perderse el gusto a las grandes verdades de la religión, muy pronto se las pierde también de vista; nunca es pequeño el extravío, cuando después de haber conocido el buen camino se aleja de él por disgusto. ¡Qué diferencia de costumbres, de sentimientos y de conducta entre una persona verdaderamente piadosa, y la misma cuando vive en el desarreglo! Dulce, humilde, atenta, oficiosa, caritativa, porque todo esto es cuando es sinceramente virtuosa. ¡Qué sabiduría, qué prudencia, qué probidad en toda su conducta! Aquella señora perpetrada de las grandes verdades de la religión no encontraba alegría verdadera sino en los ejercicios de una sólida piedad, y vivía en el mundo sin seguir sus máximas. La regularidad de sus costumbres, su modestia, su aplicación a sus deberes, su afabilidad, daban un nuevo lustre a todas sus bellas cualidades. La envidia respetaba su virtud, se la proponía en el mundo como modelo de una señora cristiana. Aquella persona religiosa, al salir del noviciado se hacía admirar de los más antiguos por su exacta puntualidad, por su tierna devoción, por su fervor, por su mortificación, por su modestia. ¿Quién hubiera dicho que una virtud tan sólida debería perderse algún día? Pero por haber descuidado el reparar una viga, dice el Sabio, repasar el tejado, cerrar una brecha, todo el edificio se ha hundido; una pequeña hendidura en el navío le conduce a un triste naugrafio. Aquel oro tan puro ha perdido todo su precio, perdiendo su esplendor, aquella virtud tan pura y brillante, se ha oscurecido. Aquellos vasos de elección y de gloria han tenido la suerte de los vasos de barro, que a la primera caída se hacen pedazos. Salomón pervertido, y un apóstol convertido en apóstata, prueban demasiado que cuando se ha gustado de Dios, cuando uno ha sido verdaderamente devoto y ha dejado de serlo, no se hace nunca malo a medias.
Diríase que la fe, el buen sentido, la educación, la razón misma se pierden con la devoción. Aquel joven tan sabio, tan racional, tan bien educado, no es ya nada de esto desde que no es devoto. Aquella señora cristiana no es ya conocida desde que se ha hecho mundana. Aquella joven religiosa ha llegado a ser un motivo de escándalo desde que ha caído en la relajación. Acordaos, dice el Apóstol, de aquellos días antiguos en que llenos de las luces de la fe, sostuvisteis el gran combate de las pasiones. Pero sobre todo… ¡qué sentimientos produce en el fin de la vida la memoria de aquella virtud extinguida y de aquellas gracias tan preciosas de que se ha hecho un abuso tan pernicioso!
Fuente: Año Cristiano de Croisset.