19° domingo después de Pentecostés - reflexión espiritual
Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos del 19° domingo después de Pentecostés.
“No se ponga el sol sobre vuestra ira” (Efesinos Cap. IV)
Pocas pasiones hay más odiosas ni más indignas de un hombre de bien y de un cristiano que la ira. Los pueblos más bárbaros la han reprobado luego que se han hecho fieles: la dulzura, la afabilidad y la moderación son inseparables de la virtud. La cólera es un frenesí contra la verdad, que constituye una verdadera locura: va siempre acompañada de furor y de una especie de enajenación del alma, que no la dejan tiempo de deliberar; todos esos arrebatos impetuosos, tan semejantes a los excesos de una fiebre ardiente, y a los encendimientos que se dejan ver en el rostro alterado, esas miradas furiosas, esas palabras ofensivas, esas furias violentas, siempre propicias a desencadenar tormentas.
¿Son estas señales de un hombre sabio? Todo el mundo conviene en que nada debe esperarse de la razón de un hombre colérico, la agitación de la sangre no es el único efecto de su bilis; no hay pasión que muestre ni que pruebe tanta flaqueza de ánimo como esta (Eccles VII). ¡Qué estragos funestos siguen a estos arrebatos! ¡Si a lo menos esta pasión violenta no tomase las armas más que para defender la justicia y la razón! Por el contrario, es siempre su enemigo. Una palabra fuera de propósito, escapada sin designio; una necedad de un criado, sin malicia, ordinariamente una nada es lo que ocasiona tanto estrépito. He aquí frecuentemente la chispa que causa un grande incendio. Una pequeña nube en medio de un tiempo sosegado estalla en truenos y en rayos. ¿Qué virtud puede crecer en un suelo sujeto a tantas borrascas? No hay cosa más estéril que las montañas que de tiempo en tiempo vomitan torbellinos de fuego. ¡Buen Dios! ¡Cuándo se conocerá la sinrazón de una pasión tan irracional.
¿Qué estima, qué autoridad puede conservar una persona que no puede dominar su mal humor, ni prevenir o a lo menos reglar sus primeros movimientos? Esos aires siempre duros, esos tonos eternamente amenazadores, esos torrentes de injurias… ¿endulzan mucho los ánimos? ¿Ganan los corazones? ¿Se hace alguno más respetable a fuerza de estar colérico y siempre puesto a prender fuego con la menor chispa? ¿Es uno más amado? ¿Está mejor servido? ¿Es necesario cometer una falta para reprender otra?
Olvidase una cosa a un criado, a un hijo, etc… ¿y no se les puede advertir su obligación sin ponerse furioso? El mal humor desagrada e irrita, la cólera espanta, agrede… pero no corrige.
¿Habrá que ser siempre la pasión la que pueda corregir el vicio? ¿Por qué no se han de reparar las faltas con dulzura? Un señor debe reprender como padre que corrige, y no como enemigo que se venga, si es el amor de la virtud el que nos hace tan celosos de la perfección de los demás, es preciso que nuestro celo comience con nosotros, el medio de tener una ira justa e inocente, dice el Profeta, es no encolerizarse sino contra sí mismo, contra todos sus defectos. ¡Qué ilusión la de pretender lisonjearnos que tenemos piedad, mientras que se alimenta la pasión que viola las leyes más santas y destruye las máximas más puras! Cualquiera que se irrita contra su hermano, merece ser condenado.
La dulzura, la afabilidad, la paciencia son virtudes ordinarias en las gentes de bien. Es menester siempre mezclar el aceite con el vino para curar las llagas.
Fuente: Año Cristiano de Croisset.