19° domingo después de Pentecostés - textos litúrgicos
La Misa de este domingo nos recuerda que todos los hombres estamos llamados a la recompensa celestial y a la felicidad.
MISA
El jefe augusto del pueblo de Dios es la salvación de los suyos en todos sus males. ¿No lo probó el Domingo pasado de manera admirable, al restaurar a la vez el cuerpo y el alma del pobre paralítico en el que estábamos figurados todos nosotros? Escuchemos su voz en el Introito con agradecimiento y amor; prometámosle la fidelidad que nos pide; su ley puesta en práctica nos guardará de recaídas.
La antífona la han sugerido diversos pasajes de la Sagrada Escritura, mas no se encuentra en ella al pie de la letra. El versículo está tomado del Salmo setenta y siete.
INTROITO
Yo soy la salud del pueblo, dice el Señor: en cualquier tribulación, en que clamaren a mí, los oiré: y seré su Señor para siempre. — Salmo: Atiende, pueblo mío, a mi Ley: inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca. V. Gloria al Padre.
Para comprender bien el pensamiento que domina en las colectas y en otras muchas partes de las misas del tiempo después de Pentecostés, es conveniente no perder de vista el Evangelio del Domingo anterior. Y así la Iglesia tiene cuenta de nuevo con el episodio del paralítico, que curado en el cuerpo y el alma por el Hijo del Hombre, figuraba un misterio mayor.
Reparado en el cuerpo y el alma por la palabra omnipotente del Salvador, ahora ya puede el género humano vacar a Dios con corazón libre y dispuesto. Al unirnos con la Iglesia en la Colecta, pidamos al Altísimo que nunca ya más vuelva a embargar nuestras facultades la fatal indolencia que ha sido para nosotros tan perjudicial.
COLECTA
Omnipotente y sempiterno Dios, aparta propicio de nosotros todo lo adverso: para que, expeditos a la vez de alma y de cuerpo, hagamos lo que es tuyo con corazones libres. Por Nuestro Señor Jesucristo.