20° domingo después de Pentecostés - reflexión espiritual

Fuente: Distrito de México

Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos del 20° domingo después de Pentecostés.

“Rescatemos el tiempo porque los días son malos.” (Efesinos Cap. IV)

Es muy precioso el tiempo para que no sean los días muy apreciables; ni son tampoco malos días, sino por el mal uso que hacemos de este tiempo. Sería necesario conocer el precio inestimable del tiempo para comprender la pérdida que se hace empleándole mal.

Es el tiempo una cosa tan preciosa que todos los honores, todos los bienes del mundo no valen lo que vale un momento; y aun cuando no se hubiera empleado más que un momento para adquirir todos los bienes del mundo; aun cuando no haya más que esto, puede decirse que delante de Dios, que juzga santamente todas las cosas, es haber perdido el tiempo. No hay réprobo en el infierno que no estuviese pronto a dar todos los reinos y todos los bienes del mundo, si fuese dueño de ellos, por tener un momento de aquel tiempo que se ha perdido en bagatelas y que todos perdemos también del mismo modo.

Concibamos, si es posible, lo que es la gracia, el precio de la sangre y de la muerte de un Dios, concibamos lo que vale la posesión de un Dios en la mansión de los bienaventurados, el tiempo no se nos ha concedido sino para que cada momento procuremos un aumento de gracia para merecer con el auxilio de esta misma gracia el reino de los cielos, la estancia de los bienaventurados, la posesión del mismo Dios. Es, pues, innegable que cada momento que no hemos empleado para Dios, hemos hecho mayor pérdida que si hubiésemos perdido todos los tesoros de la tierra.

Lo que los santos no podrán hacer en el cielo durante la eternidad, con todos los actos más perfectos de amor de Dios, que es merecer un nuevo grado de gloria, lo puedo yo hacer por un solo acto de caridad en cada momento. Lo que los réprobos no podrán hacer durante la eternidad con sus llantos, con sus lamentos y con todos sus incomprensibles tormentos, que es aplacar la ira de Dios, y obtener el perdón de sus crímenes, lo puedo yo hacer en cada momento. Comprendamos pues el mérito, el precio, el valor inestimable de este tiempo que perdemos sin pesar ni cuidado. ¡Cuán precioso se presente en la hora de la muerte el tiempo que ha pasado para nosotros! Pero, ¿de qué consecuencia no aparece entonces la pérdida irreparable que hemos hecho de él? Enojosa ociosidad, ¡Qué de tesoros me has hecho perder! Visitas inútiles, vanas y fastidiosas conversaciones, diversiones frívolas. ¡Cuánto me costáis!

¡Oh Dios mío! Si tuviese yo una hora de aquel tiempo tan mal empleado, dice el que se está muriendo… ¡Qué uso no haría yo de él! Pero yo he tenido aquellas horas, he tenido a mi disposición muchos meses y muchos años y por mi pura necedad he perdido aqullos preciosos días. ¿Qué se debe pues, ahora pensar del tiempo que se emplea, que se pierde desgraciadamente en el juego, en los espectáculos, en los entretenimientos tan vacíos y aún criminales, en las reuniones mundanas? ¡Ah! Las dos terceras partes de la vida son perdidas, el tiempo aún menos mal empleado exige acaso penitencia. ¡Buen Dios! ¡Cuál será nuestra suerte!

Obremos bien ya que tenemos todavía tiempo. Rescatemos el tiempo perdido, empleando en buenas obras el poco que nos resta.

Fuente: Año Cristiano de Croisset.