24° domingo después de Pentecostés - reflexión espiritual
"La caridad es una deuda inextinguible, que aun cuando siempre esté cumpliéndola el verdadero cristiano, no se deshace jamás de ella. La caridad es una obligación de toda la vida. Los invitamos a leer el texto para ir preparados a la Santa Misa dominical."
Cuidad de no deber nada a nadie, más que una caridad mutua (Cap. 13 a los Romanos).
No hay ninguno de nuestros hermanos a quien no debamos amar; ninguno, sea el que quiera, a quien no debamos amar siempre. Puede hacerse indigno de mi amor por su conducta irregular, viciosa, maligna, ingrata y aun escandalosa; pero nunca podría descargarme de la obligación de amarle.
Yo puedo desaprobar su conducta, condenar sus malas costumbres; pero no por eso estoy menos obligado a amar su persona. Es este un deber de religión, y no hay nada que pueda dispensarme de él. Reclamen contra este deber el amor propio y la razón humana; él es un mandamiento semejante al de amar a Dios, tan positivo, tan preciso, tan permanente, tan indispensable. Puede decirse que este deber indispensable caracteriza en algún modo nuestra religión: ¡buen Dios! ¡Qué dulce paz, qué tranquilidad, qué unanimidad habría en la vida civil, si se guardase este precepto!
Guerras, diferencias, procesos, enemistades, celos, mala fe, todo desaparecería de la sociedad humana. Pero ¡qué mal guardado está este precepto! Todos los demás preceptos se contienen y se reúnen en el precepto de la caridad; pero desprendidos en alguna manera de lo que tienen por otra parte de incómodo y contrario a las inclinaciones de la naturaleza.
No hay deseos en desventaja del prójimo que yo no reprima con facilidad y aun con alegría, con tal que le ame como a mí mismo, según me está mandado. No sería necesaria otra ley en el mundo que la ley de la caridad si estuviese bien guardada. Si la amistad cristiana fuese recíproca, todo estaría bien ordenado, y no solo las familias estarían tranquilas, sino que todo el universo estaría en paz. ¡Ah! que este nudo tan santo se ve roto con frecuencia, este lazo de los corazones se ve desalado, la amistad pura y cristiana se ve hoy casi arrojada del mundo.
Lo que llaman en el día los hombres amistad, casi no es otra cosa que un comercio de interés, en el que el amor propio se propone siempre alguna cosa que ganar. No hay amistad sincera y durable más que en la caridad cristiana. No hay verdadero amigo sino aquel cuya amistad está fundada en la virtud.
La afinidad y la sangre no forman más que una amistad pasajera, interesada y aún superficial, que el alejamiento debilita, que las adversidades alteran, que la pasión apaga, que la diversidad de intereses hace desconocer, y que un contratiempo estanque.
La caridad, la amistad cristiana está exenta de esta triste vicisitud. La separación de las personas no desune jamás los corazones. Las tempestades, las desgracias, los diversos accidentes de la vida no la hacen nunca vacilar. Se ama sin consultar sus propios intereses, sin escuchar sus pasiones, sin consultarse a sí mismo cuando hay una caridad verdaderamente cristiana. Se ama a su prójimo como a sí mismo, cuando se le ama como cristiano.
Fuente: Año Cristiano de Croisset