2° domingo de Cuaresma - textos litúrgicos

Fuente: Distrito de México

La Transfiguración de Nuestro Señor

La Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo en el Monte Tabor fue la manifestación de la divinidad de Jesús. Repasando el Evangelio de hoy, una sola mirada a la Divinidad de Jesucristo basta para fortalecernos contra el desaliento y el fracaso.

LA TRANSFIGURACIÓN

Propone hoy la Santa Madre Iglesia a nuestra consideración un asunto de capital importancia para el tiempo en que estamos. La lección que el Salvador dio un día a tres de sus Apóstoles, nos la aplica a nosotros en este segundo Domingo de la Santa Cuaresma. Esforcémonos por estar más atentos a lo que estuvieron los tres discípulos del Evangelio de hoy cuando su maestro se dignó preferirles a los demás para honrarlos con favor tan señalado.

LA CONDESCENDENCIA DE JESÚS

Preparábase Jesús a pasar de Galilea a Judea para ir a Jerusalén donde debía hallarse en la fiesta de la Pascua. Era esta la última Pascua que iba a comenzar con la inmolación del cordero figurativo y acabarse con el sacrificio del Cordero de Dios que borra los pecados del mundo. Jesús no debía ser ya desconocido a sus discípulos. Sus obras habían dado testimonio de él a los ojos de los mismos extraños; su palabra de tan calificada autoridad, su bondad tan atractiva, su paciencia en sufrir la grosería de los hombres que se había escogido por compañeros; todo debió contribuir a unírseles a él hasta la muerte. Habían oído a Pedro, uno de ellos, declarar por inspiración divina que era Jesús el Cristo, el Hijo de Dios vivo[1]; la prueba, sin embargo, que se les venía encima iba a ser tan espantosa, dada su flaqueza, que Jesús quiso antes de someterles a ella procurarles un último socorro para armarles contra la tentación.

EL ESCÁNDALO DE LA CRUZ

No sólo para la Sinagoga, desgraciadamente, iba a ser la Cruz motivo de escándalo[2]; Jesús en la última Cena decía delante de sus apóstoles reunidos en torno suyo: "Todos os escandalizaréis esta noche por mi causa"[3]. ¡Qué prueba cruel para hombres carnales como ellos el verle arrastrado y cargado de cadenas por mano de soldados, conducido de un tribunal a otro, sin pensar en defenderse; el ver salir adelante aquella conspiración de pontífices y fariseos tan frecuentemente confundidos por la cordura de Jesús y el brillo de sus milagros; ver al pueblo que poco antes gritaba Hosanna, reclamar apasionadamente su muerte; verle finalmente expirar en patíbulo infame entre dos ladrones y servir de trofeo a los odios reconcentrados de sus enemigos! ¿No se desalentarán a la vista de tantas humillaciones y sufrimientos esos hombres que desde hace tres años siguen sus pasos? ¿Se acordarán de cuanto han visto y oído? ¿El pavor y cobardía no paralizarán sus almas el día en que se cumplan las profecías que les hizo sobre su persona? Jesús, no obstante quiere ensayar un último esfuerzo en tres de ellos que le son especialmente queridos: Pedro, a quien ha hecho fundamento de su futura Iglesia, Santiago, el hijo del trueno, que será el primer mártir en el colegio apostólico, y Juan su hermano, que es llamado el discípulo amado. Jesús quiere tomarlos aparte y mostrarles por unos instantes el esplendor de la gloria que oculta a los ojos de los mortales hasta el día de la manifestación.

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