32° peregrinación anual del Distrito de México en honor a Cristo Rey
Una vez más —como ocurre cada año el domingo previo a la Festividad de Todos los Santos —, la mañana del pasado 28 octubre, aproximadamente 1,600 feligreses y miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X se habían reunido para proclamar públicamente el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo en las calles de la Ciudad de México; el motivo: la fiesta de Cristo Rey.
Desde la Plaza de Santo Domingo hasta la Basílica de Guadalupe resonaban cantos católicos; de los pechos fervorosos salían consignas para alabar a Dios y a su Santísima Madre; y, bajo el amparo de cada Avemaría, hacían eco aquellas egregias palabras del majestuoso San Pío X: “Instaurare omnia in Christo”.
El corazón de la antigua Nueva España, centro vital de la cristiandad en el Nuevo Mundo, fue testigo de la solemnidad de esta Fiesta, en la que se exalta la legítima potestad de Jesucristo, no sólo sobre las almas, sino sobre el conjunto social de los pueblos: la moral pública, el orden jurídico, político, educativo y todo lo creado, dispuesto por el Padre para su Unigénito Hijo, según las palabras del Apóstol: “Porque en Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles e invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por Él y para Él” (Col. 1, 16); Corazón ahora traspasado por tantas otras lanzas como, a imitación del soldado romano, le clavan en la actualidad los partidarios públicos del error, enemigos de la Ley Eterna y de su Divino Autor.
Y si públicamente se opera la demolición del régimen cristiano, pública debe ser la proclama de Cristo como Señor de las naciones, pública también la restitución al trono de Aquel que nació para ser Rey y regir toda la creación; este año a través del lema del Papa ya antes mencionado. Así, once sacerdotes, tres hermanas oblatas y demás fieles, de la capital e interior de México, avanzaron a lo largo de casi tres horas rumbo a la casa en el Tepeyac de la Inmaculada Virgen María, en medio de una esperanzadora peregrinación, cuya voz exclamaba el lugar real que por autoría, redención y conservación le corresponde a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y a nuestra Señora de Guadalupe por ser su madre y corredentora de la humanidad.
A los pies de la Basílica de Guadalupe, todos los que conformaron las largas filas de la procesión consagraron el Distrito de México de la FSSPX al Sagrado Corazón de Jesús en un acto solemne dirigido por su Superior, el Padre Jorge Amozurrutia, quien invitó a todas las almas fieles a continuar trabajando en conjunto por la restauración del gobierno de Dios en la vida pública. A unos metros de ahí, la capilla del convento “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro” de las Madres Mínimas Franciscanas, congregación amiga de la Fraternidad, esperaba mientras tanto a los peregrinos con su altar engalanado más de lo común, para realizarse en él la Santa Misa, el Santo Sacrificio del Rey, cuyo dominio no terminará: podrán pasar cielo y tierra, pero su realeza jamás pasará.
¡Viva Cristo Rey!
¡Viva Santa María de Guadalupe!
¡Viva México católico!
Dorian Torres