3° domingo de Adviento - textos litúrgicos

Fuente: Distrito de México

En este día la Iglesia nos invita a estar alegres, aun en medio de este tiempo de expectación y penitencia. Entremos en su espíritu y regocijémonos hoy a causa de la proximidad del Señor. Mañana, nuestros gemidos tomarán otra vez su vuelo; porque aunque no ha de tardar, no ha llegado todavía. Deseemos, pues, el advenimiento de Nuestro Señor y suspiremos por él con santa impaciencia.

En este domingo se aumenta todavía la alegría de la Iglesia. Continuamente suspira ella por el Señor; pero ahora siente que se aproxima y cree poder mitigar un poco la austeridad de este tiempo de penitencia, con la inocente alegría de las pompas litúrgicas. En primer lugar, este Domingo ha recibido el nombre de Gaudete por la primera palabra de su Introito; pero, además en él se observan también las prácticas características del cuarto Domingo de Cuaresma llamado Laetare. Se toca el órgano en la Misa; los ornamentos son de color rosa; el Diácono vuelve a tomar la dalmática, y el Subdiácono la túnica; en las Catedrales asiste el Obispo con la mitra preciosa. ¡Admirable condescendencia de la Iglesia que tan armónicamente sabe unir la seriedad de su doctrina con la graciosa poesía de las formas litúrgicas! Entremos en su espíritu y regocijémonos hoy a causa de la proximidad del Señor. Mañana, nuestros gemidos tomarán otra vez su vuelo; porque aunque no ha de tardar, no ha llegado todavía.

La Estación se celebra en San Pedro del Vaticano. Este sagrado templo que contiene el sepulcro del Príncipe de los Apóstoles, es el asilo universal del pueblo cristiano; es natural que sea testigo de las tristezas y de las alegrías de la Iglesia.

El Oficio nocturno comienza por un nuevo Invitatorio: el grito de la Iglesia es un grito de alegría; todos los días, hasta la Vigilia de Navidad, comienza sus Maitines por estas magníficas palabras:

El Señor está ya próximo: venid, adorémosle.

Tomemos ahora el libro del Profeta y leamos con la Santa Iglesia;

Del Profeta Isaías.

Confianza en Dios: El humilla a los soberbios

En aquel día, se cantará este cántico en la tierra de Judá:

Tenemos una ciudad fuerte, nos dará el Señor su ayuda por muralla y fortaleza. Abrid las puertas para que entre un pueblo justo que guarde fidelidad. Esperanza inquebrantable, tú nos conservarás la paz, porque en ti reina la confianza. Tened siempre confianza en el Señor; porque el Señor es un refugio eterno. Él ha destruido a los moradores de las alturas, ha echado por tierra la ciudad soberbia; la humilló hasta el suelo, la arrojó en el polvo, y fue pisoteada por los pies del pobre y del mendigo.

El justo espera el reinado de la justicia y permanece fiel a Dios

El sendero del justo está en línea recta; no se desvía de ella la senda que Tu abres al justo. En efecto, en la senda de tus juicios, hemos puesto, oh Señor, nuestra confianza; tu nombre y tu recuerdo son el deseo del alma.

Mi alma te deseó en la noche y te buscarán mis más íntimos suspiros. (ls„ XXVI, 1-9.)

¡Oh santa Iglesia Romana, nuestra ciudad fuerte!, hénos aquí reunidos en tus muros, alrededor del sepulcro de este pescador cuyas cenizas te amparan en la tierra, mientras que, con su doctrina inconmovible, te ilustra desde el cielo. Mas, si eres fuerte, lo eres por el Salvador que va a llegar. Él es tu muralla; porque Él es quien rodea a todos tus hijos con su misericordia; Él es la fortaleza invencible; gracias a Él, jamás los poderes infernales prevalecerán contra ti. Ensancha tus puertas, para que puedas acoger dentro de ti a todos los pueblos; pues eres maestra de la santidad y guardiana de la verdad. ¡Termine cuanto antes el antiguo error que se opone a la fe y difúndase la paz sobre todo tu rebaño! ¡Oh Santa Iglesia Romana! Tú has puesto para siempre la esperanza en el Señor; y El a su vez, fiel a su promesa, ha humillado delante de ti a las alturas de la soberbia y a las ciudades del orgullo. ¿Dónde están los Césares que creyeron haberte ahogado en tu propia sangre? ¿dónde los Emperadores que quisieron violentar la inviolable virginidad de tu fe? ¿dónde los sectarios que en cada siglo, por decirlo así, combatieron sucesivamente todos los artículos de tu doctrina? ¿dónde aquellos desagradecidos príncipes que se empeñaron en avasallarte, cuando fuiste tú quien los ensalzó? ¿dónde está el Imperio de la Media Luna que tantas veces se enfureció contra ti, y cuyas orgullosas conquistas, tú desarmada, rechazaste tan lejos? ¿dónde están los Reformadores que trataron de fundar un cristianismo sin ti? ¿dónde estos modernos sofistas, a cuyos ojos no eras tú más que un impotente y apolillado fantasma? ¿dónde estarán, dentro de un siglo, esos reyes perseguidores de la Iglesia, esos pueblos que buscan la libertad fuera de la Iglesia? Habrán pasado, como un torrente, en su fracaso; y tú, tú estarás siempre tranquila, siempre joven, siempre sin arrugas, ¡oh Santa Iglesia Romana! sentada sobre la roca inconmovible. Tu camino a través de los siglos habrá sido recto como el del justo; y siempre te volverás a hallar semejante a ti misma, como lo has sido durante diecinueve siglos, bajo el sol que, fuera de ti, sólo ilumina las vicisitudes humanas. ¿De dónde a ti esa solidez sino de Aquel que es la misma Verdad y la justicia? ¡Gloria sea a Él en ti! Todos los años te hace su visita; todos los años te renueva sus dones, para ayudarte a terminar tu peregrinación; hasta el fin de los siglos vendrá igualmente a visitarte, a renovarte, no sólo por la virtud de aquella mirada con la que renovó a Pedro, sino llenándote de sí mismo, como llenó a la Virgen gloriosa, objeto de tus más dulces amores después del de tu Esposo. Contigo suplicamos, oh Madre nuestra, diciendo: ¡Ven, Señor Jesús! "Tu nombre y tu recuerdo son el ansia de nuestras almas; en la noche te desean ellas y te buscan nuestros más íntimos suspiros."

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