9° domingo después de Pentecostés - reflexión espiritual

Fuente: Distrito de México

Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos del 9° domingo después de Pentecostés.

"El que se cree estar firme, mire no caiga" (I Cor 10, 12)

La presunción inseparable del orgullo y de una devoción aparente es el origen, o al menos la ocasión de muchas caídas. En materia de moral, nunca está uno más próximo a caer que cuando no se teme la caída. Un alma santa es siempre timorata. Cuando uno es verdaderamente devoto es humilde, y cuando es humilde siempre desconfía de su propia virtud. Solo las almas llenas de la idea de sí mismas, y de su pretendido mérito son presuntuosas, y las caídas más funestas son el efecto ordinario de la presunción. Pocos siglos hay que no hayan ofrecido tristes ejemplos de nuestra flaqueza. Se han visto columnas de la Iglesia bambolear en medio de la calma; navíos ricamente cargados, que después de una larga y feliz navegación, después de haber resistido a las tempestades más furiosas, y a las olas embravecidas que parecían deberlos absorber, después de haberse salvado de los bancos de arena y de los sitios más peligrosos del mar, naufragaron tristemente en medio del puerto, o en alta mar hallándose en la mayor bonanza. David mismo, aquel hombre según el corazón de Dios, que había escapado de tantos peligros, tan fiel en las más grandes pruebas, da una caída funesta en medio de la abundancia y de la paz.

Salomón, aquel rey tan sabio, tan ilustrado, tan religioso, cuya sabiduría y piedad le hacían la admiración de su siglo; Salomón, el oráculo de su tiempo, cuyos escritos son la obra del Espíritu Santo y a quien Dios había dado la sabiduría como patrimonio; Salomón, en fin, de quien Dios, por decirlo así, había hecho el elogio; Salomón, en fin, después de haber envejecido en la práctica de la virtud, cae en los excesos más vergonzosos, y después de haber edificado un templo tan magnífico al verdadero Dios, consiente que a sus propias expensas se levanten templos a los falsos dioses y él mismo se hace idólatra.

Judas, llamado por el mismo Jesucristo al apostolado, criado en la escuela del divino Salvador, colmado de sus favores y de sus beneficios, educado a su vista, y hasta dotado con el don de los milagros; Judas viene a parar en medio de los Apóstoles en un infame apóstata y entrega a su Buen Maestro.

Orígenes, conocido en todo el mundo cristiano por sus sabios escritos; Orígenes abrasado en el deseo del martirio en sus primeros años, por su orgullo viene a dar en los errores más groseros, y se le mira hoy como uno de los heresiarcas más odiosos.

Tertuliano, en fin, aquel gran hombre, oráculo de su siglo, tan célebre por su apología de los cristianos y por otros sabios escritos, muere montanista1 .

Después de estos ejemplos tan notables… ¿quién es el que puede vivir tranquilo y en una larga seguridad? ¿Qué virtud hay a prueba de todos los peligros? ¿Qué inocencia, qué retiro, qué soledad hay que esté al abrigo de la tentación? ¿Qué devoción exenta de riesgo? ¿Y qué fervor, qué celo, qué edad tampoco puede contarse como segura contra todo género de caídas? Pocos hay que no hayan sido testigos de la caducidad de nuestra virtud y que no hayan visto ejemplos de nuestra flaqueza. Tiene, pues, mucha razón el Santo Apóstol para decir: “Guárdese, o caiga aquél que cree mantenerse firme”.

Fuente: Año Cristiano de Croisset

  • 1Herejía de tendencias apocalípticas y semi-místicas, iniciada en la última mitad del siglo II en la región de Frigia (Asia Menor) por Montanus.