Amor de 24 quilates - SMS 488

Fuente: Distrito de México

En este Seamos Católicos encontrarán un artículo sobre el amor de Dios, así como el calendario litúrgico del 25 al 9 de octubre de 2016.

Amados hermanos: hemos sido enviados a este mundo, para servir a Dios, para alabar a Dios, pero, sobre todo, para amarlo. Ese debe ser nuestro gran objetivo, para eso Dios nos ha dado la vida. Y realmente el amor a Dios tiene enormes beneficios para nuestras vidas.

Es interesante entonces plantearse la pregunta de cuánto vale nuestro amor a Dios. Podemos pensar que lo amamos mucho, cuando en realidad no es así. No hablamos aquí, por supuesto, de vivir tratando de evitar sólo el pecado mortal y contentarse con eso. Eso es realmente un amor muy básico, muy débil. Hablamos de aquellas almas que realmente buscan a Dios y quieren que Él sea su vida y su gozo, de las almas que entienden que el amor divino produce en el hombre bienes muy deseables y particularmente cuatro muy importantes, como explica Santo Tomás:

1) Produce en el hombre la vida espiritual. Y esto porque el amado está en el amante y, por lo tanto, quien ama a Dios lo tiene en su persona, como dice San Juan: "Quien permanece en caridad, en Dios permanece, y Dios en él". (I Jn 6, 16). Pertenece también a la naturaleza del amor transformar al amante en el amado; de aquí que, si amamos lo caduco y lo vil, nos hacemos viles y perecederos. Pero si amamos a Dios, nos hacemos divinos. Sí, San Agustín dice lo siguiente: “Así como el alma es la vida del cuerpo, igualmente, Dios es la vida del alma. El alma virtuosa obra perfectamente cuando obra por caridad, por la cual Dios habita en ella; pero sin caridad no obra nada semejante”. Si alguno poseyere todos los dones del Espíritu Santo pero sin caridad, no posee vida; porque ni el don de lenguas, ni el don de fe, o cualquiera otro, dan vida sin la caridad. Aun cuando un cadáver sea cubierto de oro y de piedras preciosas, no obstante muerto se queda.

2) El segundo efecto de la caridad es la observancia de los mandamientos divinos; pues, según San Gregorio: “El amor de Dios nunca está ocioso, ejecuta cosas grandes si está en un corazón; si es inactivo, no es amor”. Por lo cual la señal evidente de la caridad es la prontitud en cumplir con los preceptos divinos; pues vemos que el amante ejecuta cosas grandes y difíciles por el amado. 

3) El tercer fruto de la caridad es que presta ayuda en las adversidades; pues las adversidades no dañan al que tiene caridad, antes bien se convierten en útiles. A los que aman a Dios todas las cosas les contribuyen al bien (Ro 8, 28). Aun más, las cosas adversas y difíciles parecen suaves al amante, ningún obstáculo parece insalvable y nada es capaz de desanimar al que ama a Dios verdaderamente.

4) La caridad conduce a la felicidad, pues sólo a los que tienen caridad se les promete la eterna bienaventuranza, ya que todas las cosas sin caridad son insuficientes. Y no debemos olvidar que la bienaventuranza depende únicamente de la diferencia en la caridad y no de otra virtud. Así, los que hayan amado más a Dios en esta vida, serán los que estarán más alto en el cielo, disfrutando de una gloria mayor.

Pero el amor de más subido valor es aquel que busca sólo a Dios, es aquel que no busca las consolaciones sensibles. Ese es el amor más valioso, más puro, más hermoso. Así lo pensaba San Francisco de Sales, quien le decía a un alma privada de todo consuelo espiritual en la oración y ejercicios de devoción: “El amor de Dios no consiste en consuelos ni en ternuras; porque si eso fuera, puede decirse que Jesucristo no amaba mucho a su eterno Padre cuando se confesaba triste hasta la muerte; y cuando clamaba: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?  Y es tan al contrario, que entonces era cuando hacía el acto más sublime de amor que es posible imaginarnos. En fin, lo que nosotros quisiéramos, es tener siempre un poco de consuelo y de azúcar, es decir, sentir amor y ternura”.

Ahí tenemos los magníficos ejemplos de Job y de Tobías. Cómo siguieron amando a Dios a pesar de encontrarse en las peores dificultades y de recibir las burlas hasta de sus seres queridos. Ese era realmente un amor de 24 quilates. ¿Podremos nosotros decir lo mismo? ¿Es nuestro amor a Dios algo sólido o es un amor blandengue que a la menor dificultad empieza a flaquear?¿Es que nuestra vida espiritual está en pañales, buscando permanentemente las consolaciones?

Por esto dice el Padre Rodríguez (Alonso), que hemos de tener por el tiempo mejor empleado, aquel que hemos usado en padecer por amor a Dios. Sólo el tiempo así empleado puede hacernos sospechar que amamos a Dios de verdad y con un amor de subidos quilates. Porque en lo demás, aunque sea ser llevado hasta el tercer cielo, no se sabe si nos amamos a nosotros o si amamos a Dios: porque quizás esto es nuestro placer, porque se cumple lo que deseamos, y no puramente porque se cumple lo que Dios quiere.

Grande honra es estar firmes en lo que mucho nos amarga, y otro igual placer no damos a Dios, que cuando muy de corazón somos angustiados por Él, y bebemos el cáliz amargo en compañía de Él, que Él por nosotros bebió. Sólo el padecer por Cristo declara quién es amigo fingido o verdadero. Aquel ama de verdad a Dios, que del todo se da a Él y ninguna cosa deja para sí.

No hay cosa en todo lo criado más preciosa que en el cielo el amor glorioso de los bienaventurados, y en la tierra el amor atribulado de los justos, con gran diversidad de persecuciones y horrendas tentaciones. No hay obra en el mundo que más declare la verdadera virtud, que el padecer trabajos por amor de Dios; porque la prueba del verdadero amor es la verdadera paciencia por el amado, y ninguna otra prueba es tan sin sospecha como ésta. Así como el mismo Dios nunca descubrió a los hombres tan claramente la grandeza de su amor, por muchos otros beneficios que les hizo, hasta que vino a padecer por ellos; así ellos nunca descubrirán el suyo enteramente, por muchos servicios que le hagan, hasta que vengan a padecer por él.

Las dos personas que en este mundo hubo más amadas de Dios fueron Jesucristo y su Madre, y la ventaja que hicieron a todas las criaturas en la virtud, esa les hicieron en el padecer: no ha habido en el mundo dos personas mejores ni más atribuladas que estas dos. Sabias enseñanzas de San Alonso Rodríguez.

Así que, amados hermanos, ¿de cuántos quilates es nuestro amor a Dios? Meditemos en este punto, para no engañarnos en cosa tan importante.

Con mi bendición,

Padre Pablo González, Prior.


El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.

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