Amoris lætitia: una victoria del subjetivismo
He aquí un estudio rápido de un Padre de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X sobre la exhortación postsinodal Amoris lætitia.
El pasado 8 de abril, se publicó la exhortación postsinodal tan esperada del Papa Francisco. En esta carta, el Papa no ha ni concedido un permiso general para dar la comunión a los divorciados vueltos a casar, ni dejado a las conferencias episcopales el poder de dar derogaciones. Ha retomado también los términos del último sínodo de los obispos, diciendo que “no hay ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (n° 251). Finalmente, se ha pronunciado de manera clara contra la teoría de género, denunciándola como una ideología que va en contra del orden de la creación (cf. n° 56). A causa de todo aquello, el Papa Francisco decepcionó a mucha gente entre los que no son católicos, sino [que se encuentran] en el papel y en los ámbitos liberales.
Sin embargo, con Amoris lætitia, el Papa abre una brecha que pone en tela de juicio toda la moral católica. En el capítulo 8, titulado Acompañar, discernir e integrar la fragilidad, el Papa Francisco abrió puertas que permitirán en lo sucesivo el sustraerse a la moral católica, resguardándose al mismo tiempo detrás de las instrucciones del Papa. Éste no sólo repite las afirmaciones dudosas del último sínodo, según las cuales los divorciados vueltos a casar son “miembros vivos de la Iglesia”, sobre los cuales el Espíritu Santo vierte “sus dones y carismas para el bien de todos” (n° 299), sino que va más allá todavía. Desde luego, la enseñanza sobre el matrimonio católico y todas las antiguas normas siguen todavía en vigor; para los que viven en concubinato o que están simplemente unidos por un matrimonio civil, les está, por lo tanto, prohibido recibir la absolución y la santa comunión, pero… ¡hay excepciones!
Una puesta en tela de juicio de la moral católica
Tendríamos, dice el Papa, que evitar los juicios “que no toman en cuenta la complejidad de diversas situaciones” (n° 296). Las normas generales serían desde luego un bien, “pero en su formulación, no pueden abrazar en lo absoluto todas las situaciones particulares” (n° 304). Esto se puede entender para la mayoría de las normas humanas, pero no para las leyes divinas que afirman que el acto conyugal sólo está permitido entre un hombre y una mujer unidos por un matrimonio válido, y que un matrimonio sacramental y consumado no puede ser separado por ningún poder en el mundo –ni siquiera el del Papa-. Estas leyes no conocen ninguna excepción y son válidas independientemente de las circunstancias.
Además, la Iglesia enseñó siempre, a semejanza de muchos filósofos paganos, que existe, al lado de los actos moralmente indiferentes, actos buenos o malos en sí; el alcance moral de una acción tiene, pues, algo de objetivo y no depende solamente de las circunstancias o de la intención del sujeto. Matar a un inocente, abusar de un niño o calumniar a alguien, es siempre un acto malo, cualesquiera que sean las circunstancias, y no podrá nunca llegar a ser un acto moralmente bueno, incluso si está hecho con la mejor de las intenciones. Aquel que estima, por ignorancia y con una consciencia errónea, que está permitido matar a un inocente para salvar a otro, o calumniar a un adversario para una buena causa, puede eventualmente ser excusable del punto de vista del pecado, de manera subjetiva, pero su acto sigue siendo objetivamente malo. Al contrario, ayudar a los que están en la necesidad, o respetar la promesa de fidelidad hecha a su esposa o a su esposo, constituye siempre un acto bueno. Si alguien hiciera algo bueno únicamente para ser alabado por los demás o para ser pagado a cambio, esto disminuiría su mérito personal o incluso lo suprimiría completamente, pero su acto en sí mismo seguiría siendo bueno. La ley natural no es pues solamente “una fuente de inspiración” para la toma de una decisión, como lo afirma el párrafo 305, sino que prohíbe o manda algunas acciones de manera necesaria.
Esto verdaderamente no tiene nada que ver con el hecho de creer “que todo es blanco o negro” (n° 305). Se puede tener muy bien una cierta comprensión por una mujer que se comprometería en una nueva relación en razón de una infidelidad o de la sequedad de corazón de su esposo, se puede admitir que en tal o cual caso la falta es menos grave, sin embargo, el adulterio sigue siendo un acto malo en sí.
Ahora bien, el Papa Francisco afirma ahora que “ya no es posible decir que todos los que se encuentran en una cierta situación ‘irregular’ viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”, y no sólo por ignorancia de la norma divina, sino también en razón “de una gran dificultad para captar los valores incluidos en la norma”. Un sujeto puede incluso “puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa” (n° 301). El Papa afirma así, oficialmente, que puede encontrarse que alguien deba seguir en una relación objetivamente pecaminosa para evitar cargarse con una nueva falta. El único caso imaginable aquí es el de un hombre y una mujer, no casados religiosamente, que siguen juntos para educar a sus niños menores. Este caso ya fue aprobado en el pasado por la Iglesia con la condición de que esta pareja viva como hermano y hermana, en la abstinencia completa.
¿Cuáles son las consecuencias lógicas de estos errores?
Supongamos ahora que una pareja, viviendo fuera del matrimonio, tenga una “gran dificultad” para entender que es pecaminoso. Esta pareja quiere amar y servir a Dios en esta situación y actúa así subjetivamente en toda buena consciencia. Tal caso puede eventualmente presentarse en razón de la confusión general provocada por los medios de comunicación, la opinión pública y sacerdotes que desafían la enseñanza contraria de la Iglesia. Si es pues posible que tal pareja sea exenta de pecado del punto de vista subjetivo, su relación contradice, sin embargo, objetivamente la voluntad de Dios. Un verdadero pastor, cuya misión es volver a llevar las ovejas perdidas a las vías de Dios, no puede, pues, aceptar tal situación, ni darles los sacramentos, como si se tratara de una pareja casada cristianamente. Ahora bien, es precisamente a eso a lo que conducen las consideraciones del Papa. Es posible, escribe: “que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia” (n° 305). Como lo hace notar explícitamente la nota al pie de página n° 351, esta ayuda de la Iglesia puede también componerse “en algunos casos” “de la ayuda de los sacramentos”, ya que la Eucaristía no sería “un precio destinado a los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”[1]. En esto el Papa se aleja de la moral católica, teniendo al mismo tiempo el aplomo de apoyarse, para justificar tales sofismas, sobre las distinciones enseñadas por Santo Tomás de Aquino.
El Papa Francisco puede recordar siempre que “hay que evitar toda interpretación desviante” y “proponer el ideal completo del matrimonio… en toda su grandeza”, y también que “toda forma de relativismo” debe ser desterrada, pero está ahora en manos de cada pastor el proceder, en el foro interno, “al discernimiento responsable personal y pastoral de los casos particulares” (n° 300). Así, la decisión de dar o no los sacramentos en tales casos será de facto confiada a la apreciación personal de cada sacerdote. Pero ¿qué sacerdote tomará el riesgo de dar los sacramentos a una pareja en razón de su situación particular y de negarlos a otras parejas no casadas?
Además, la argumentación del Papa puede aplicarse fácilmente a otros casos. Si una pareja de homosexuales se ama verdaderamente y si no llegan sencillamente a entender que su modo de vida es pecaminoso, ¿se les puede entonces dar también la comunión?
¿Y qué hay que pensar de la aserción: “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio” (n° 297)? En el Evangelio, el Hijo del hombre dice a los que han hecho el mal: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41). El que no quiere abandonar una situación pecaminosa, sino que al contrario, persiste en el pecado hasta el fin, está condenado por Dios para la eternidad. Sin embargo, el Papa parece decir que no se puede privar indefinidamente de la comunión a una pareja que vive en el pecado. De la misma manera, ¿cómo podemos condenar para siempre a un ladrón que se niega a devolver lo que ha robado? ¿El bien adquirido ilegalmente vuelve a ser, con el tiempo, su posesión con toda legalidad? Es exactamente lo que correspondería a la lógica del Papa.
Los bellos pasajes, ellos mismos, no están indemnes de errores
No hay que silenciar que hay también en Amoris lætitia, muy bellos pasajes. El Papa se esfuerza verdaderamente en promover el ideal del matrimonio cristiano. Explica por qué la unión entre un hombre y una mujer en el matrimonio debe ser por naturaleza indisoluble, da una bella imagen de la familia cristiana, hablando del gran regalo que representan los niños, da consejos para sobrellevar las crisis y educar a los niños. Contra la ideología, muy difundida, de género, escribe: “Cada niño tiene el derecho de recibir el amor de una madre y de un padre, los dos siendo necesarios para su maduración íntegra y armoniosa” (n° 172). Insiste sobre el hecho de que los niños necesitan la presencia de su madre, sobre todo durante los primeros meses de la vida (n° 173), y muestra también el papel importante del padre y los peligros de una “sociedad sin padres” (n° 176). Francisco recuerda además, que la educación de los niños es un “derecho primario” de los padres y que el Estado sólo tiene un papel subsidiario en ella (n° 84).
Pero incluso en estos párrafos, hay críticas que se imponen aún al espíritu. Por ejemplo, ¿es verdaderamente apropiado, en un texto apostólico sobre el matrimonio y la familia, insertar una larga cita de Martin Luther King, un acatólico notorio cuya enseñanza no tiene lugar en tal documento?
Se nota igualmente que el Papa comete un error cristológico cuando escribe que Jesús era “educado en la fe de sus padres, hasta llegar a hacerla fructificar en el misterio del Reino” (n° 65). Siendo Hijo de Dios por naturaleza, Jesús no tenía fe ya que tenía la visión de su Padre y de las cosas divinas, y por consiguiente, no necesitaba tampoco ser educado en la fe.
Repetidas veces se encuentra también una mezcla del orden natural y del sobrenatural, cuando hace el elogio de un bien natural viendo en él, demasiado rápido, la obra del Espíritu Santo. Francisco afirma así que en cada familia donde los niños están educados hacia el bien, el Espíritu es vivo, y eso de manera totalmente independiente de la religión a la cual pertenece (n° 77; cf. también n° 47 y 54).
Sin embargo, es sobre todo con el capítulo 8 que Amoris lætitia se inscribe en los escritos apostólicos más deplorables de la historia de la Iglesia actual. Sólo se puede esperar que los cardenales, obispos y teólogos que constantemente defendieron la doctrina sobre el matrimonio religioso contra las edulcoraciones de estos dos últimos años, se atrevan aún a resistir.
Padre Matthias Gaudron, FSSPX
[1] El párrafo 300, con la nota n° 336, precisa también que las consecuencias de una norma no deben ser necesariamente idénticas para todos, incluso para la “disciplina sacramental”.
Fuente: Dici