¿Asistir a misa nueva durante las vacaciones?
La llegada de las vacaciones hace que mucha gente se formule cada año la misma pregunta: “si no tenemos otra misa a nuestra disposición más que la misa nueva, ¿qué debemos hacer? ¿Podemos asistir a la misa moderna, aún a pesar nuestro? ¿O debemos abstenernos absolutamente de ella, leyendo en casa el texto de la misa?
Empiezan, entonces, las objeciones: “¿Asistir? ¿Pero si es para enojarse desde el principio hasta el final? ¿Quedarse en casa? Parecería ser una solución simplista. ¿Sería educativo para mis hijos de plano no asistir a misa?”
Considerar así este problema sería plantearlo de una manera demasiado orientada hacia nosotros mismos, a nuestro bien espiritual. Eso es legítimo pero no primordial. Todo debe ser juzgado bajo el punto de vista de la gloria de Dios, de aquello que le dé más gloria a Dios.
¿Las misas nuevas pueden, a pesar de todo, aportarnos la gracia y glorificar a Dios verdaderamente? Esta es la pregunta clave que debemos hacernos, y la que vamos a tratar de responder.
Cristo dijo: “¡Padre, glorifica Tu Nombre!”… Y también: “Quien no honra al Hijo, no honra al Padre.”… Y los santos añaden: “¡Los que no honran a la Madre, no honran al Hijo!”. Comparemos, entonces, los dos misales, el tridentino y el nuevo, para comprobar el lugar de honor que cada uno brinda a la Santísima Virgen María.
Pero primero una parábola: Un reino, un palacio, un Rey glorioso, Hijo mayor de una Reina: La Reina-Madre es aclamada con amor: Salve Regina Mater… Su Hijo quiere que su Madre sea honrada en todo lugar. En el Palacio hay siete cuadros de oro, siete retratos de la Reina en todo su esplendor, adornada de joyas que le dio su Hijo, joyas que solo ella tiene el privilegio de llevar. Todos sus otros hijos y todos sus súbditos la aman y la honran. Pero un estafador, que ha sido echado del palacio, está rabioso de odio contra el Rey y contra la Reina que lo han despedido. Llega a seducir a uno de los hijos. “¡Esta Reina, que sólo es una mujer, es demasiado honrada, en detrimento del Rey, su eclipsado Hijo! Un grupo entero de hijos, de súbditos, se dejan adoctrinar, abandonan el palacio con estruendo y se mantienen lejos de allí llenos de odio. Su partida provoca entre los fieles un aumento de devoción y de respeto.
Pero el tiempo… el tiempo desgasta. La división de los dos grupos empieza a considerarse progresivamente como un escándalo. Hay que reconciliar a los “hermanos separados”. Existe un obstáculo: el culto a la Reina. Es ella quien impide a sus hijos reconciliarse. ¡Rehagamos la unidad “a espaldas suyas”! Hay que dar gusto a aquellos que queremos volver a ver en el Palacio: quitemos los siete cuadros de oro; los siete retratos gloriosos. ¡Todo al desván! Contentémonos con una simple foto de credencial pegada en la pared con una tachuela.
Si por casualidad la Reina pasara discretamente por el Palacio, ya que sigue siendo su derecho, imaginémonos el insulto y el deshonor: pueden verse todavía sobre los tapices las huellas de los cuadros desplazados. Es insultante: no sólo el hecho actual de la foto con tachuela, sino también, y sobre todo, la comparación inevitable entre el antes y el después, el pasado glorioso y el rechazo actual.
Es un insulto semejante al que la misa nueva lanza a la Santísima Virgen, como lo demostraremos a continuación.
En la misa tradicional, hay por lo menos 7 menciones gloriosas de la Regina Mater, los 7 retratos, 7 menciones: 4 en el Confiteor, una al final del Ofertorio, una en el Canon antes de la Consagración, una después del Pater. En todas partes se le llama bienaventurada a la Virgen. (¡Ella lo había profetizado en su Magnificat!). En todas partes se le declara siempre Virgen (antes, durante y después del parto)…, y dos veces sobre todo es honrada con el título de Madre de Dios, Dei Genitrix. Son honores supremos.
¿Cómo no dudar que haya sido el enemigo personal de la Reina quien participó en la creación del nuevo misal? María fue echada de él tanto cuanto fue decentemente posible. La nueva misa solo hace una mención de la Virgen, en la segunda oración eucarística. “Todas las naciones me proclamaran bienaventurada…”
El diablo se ha encargado de impedir que esta profecía se haga realidad, porque, de ahora en adelante (a partir de la misa nueva), María es proclamada bienaventurada, siempre Virgen y Madre de Dios mucho menos que antes. Y en algunos países, y dependiendo de las traducciones, ni siquiera se le menciona. ¡Gracias al ecumenismo!
Peor aún, la intención de querer insultarla es evidente. Basta con tomar la oración que sigue al Pater y que ha sido parcialmente conservada. Se conservó el principio y el fin, pero se eliminó del corazón del texto, voluntariamente y sin dudarlo, la acumulación de todos los privilegios de la Santísima Virgen: “Bienaventurada, gloriosa, siempre Virgen, Madre de Dios, María”. Es la afrenta absoluta.
En la misa nueva, María no intercede, no es mediadora de las gracias. No es más que una cristiana que precede a las otras sin proporcionarles ninguna ayuda. No hay que extrañarse, entonces, de que los “hermanos” protestantes se sientan cómodos con estos textos ofensivos.
Pero que tampoco nos extrañe lo que debe responder un católico fiel, a la vista de estos elementos, cuando se le pregunte si puede o no asistir a la misa nueva:
Todo católico ha de preguntar forzosamente: “¿Cómo un católico que ama filialmente a su Madre puede asistir a una misa que la deshonra gravemente, intencionalmente? Celebrar esta misa, asistir a ella, es participar, por lo menos de manera material, en el insulto, volverse cómplice. ¿Podemos correr el riesgo? Esta misa que deshonra a la Madre, no puede honrar al Hijo. ¿No honrando al Hijo, puede honrar al Padre?
Todo se relaciona. Incluso la cuestión de las gracias otorgadas. Una misa de la cual se expulsa a la Mediadora de todas las gracias, la verdadera “Madre de los vivos”, ¿puede ser fuente abundante, fuente de vida? No nos extrañemos, entonces, de la esterilidad que engendra en todas partes, de la anemia espiritual que la acompaña.
Por nuestra parte, estemos orgullosos de haber recuperado en el desván los siete retratos gloriosos; de exponerlos, aunque tengamos que hacerlo en las paredes de una bodega. Que en nuestra casa, la Santísima Virgen sea Quasi Mater honorificata como dice la Sagrada Escritura… “Como una Madre rodeada de honor”. Que sea Regina Mater para ser al mismo tiempo Vita nostra, Spes nostra.
Frente a esta deshonrosa misa nueva, sepamos compensar la ofensa a través del rezo del Magnificat: “¡De ahora en adelante, todas las naciones me proclamarán bienaventurada!” Así impediremos que el enemigo triunfe totalmente, y prepararemos el triunfo esperado: “Al fin, mi Corazón Inmaculado triunfará…” ¡y el nuevo misal del insulto será desechado!
Traducido y adaptado del R.P. Eloi Devaux. Fideliter no 99 - 1994