Causas y tácticas del modernismo - SMS 510

Fuente: Distrito de México

El 8 de septiembre de 1907, hace 110 años, San Pío X publicaba su encíclica Pascendi denunciando y conde­nando el moder­nismo. Que el extracto que presentamos a continuación nos anime a leer enteramente esta encíclica para fortalecer nuestra fe y mantenerla íntegra.

CAUSAS Y TÁCTICAS DEL MODERNISMO

Las causas

 

41. Para un cono­cimiento más profundo del moder­nismo, así como para mejor buscar remedios a mal tan grande, conviene ahora, venerables hermanos, escudri­ñar algún tanto las causas de donde este mal recibe su origen y alimento.

La causa próxima e inmediata es, sin duda, la perversión de la inteli­gencia. Se le añaden, como remotas, estas dos: la curiosidad y el orgullo. La curiosidad, si no se modera pru­dentemente, basta por sí sola para ex­plicar cualesquier errores.

Con razón escri­bió Gregorio XVI, predecesor nues­tro: «Es muy de­plorable hasta qué punto vayan a pa­rar los delirios de la razón humana cuando uno está sediento de nove­dades y, contra el aviso del Apóstol, se esfuerza por sa­ber más de lo que conviene saber, imaginando, con excesiva confian­za en sí mismo, que se debe buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, en la cual se halla sin el más mínimo se­dimento de error».

Pero mucho mayor fuerza tiene para obcecar el ánimo, e inducirle al error, el orgullo, que, hallándose como en su propia casa en la doctri­na del modernismo, saca de ella toda clase de pábulo y se reviste de todas las formas. Por orgullo conciben de sí tan atrevida confianza, que vienen a tenerse y proponerse a sí mismos como norma de todos los demás. Por orgullo se glorían vanísimamente, como si fueran los únicos poseedores de la ciencia, y dicen, altaneros e in­fatuados: “No somos como los demás hombres”; y para no ser compara­dos con los demás, abrazan y sueñan todo género de novedades, por muy absurdas que sean. Por orgullo des­echan toda sujeción y pretenden que la autoridad se acomode con la liber­tad. Por orgullo, olvidándose de sí mismos, discurren solamente acerca de la reforma de los demás, sin tener reverencia alguna a los superiores ni aun a la potestad suprema. En verdad, no hay camino más corto y expedito para el modernismo que el orgullo. ¡Si algún católico, sea laico o sacer­dote, olvidado del precepto de la vida cristiana, que nos manda negarnos a nosotros mismos si queremos seguir a Cristo, no destierra de su corazón el orgullo, ciertamente se hallará dis­puesto como el que más a abrazar los errores de los modernistas!

Por lo cual, venerables hermanos, conviene tengáis como primera obli­gación vuestra resistir a hombres tan orgullosos, ocupándolos en los ofi­cios más oscuros e insignificantes, para que sean tanto más humillados cuanto más alto pretendan elevarse, y para que, colocados en lugar inferior, tengan menos facultad para dañar. Además, ya vosotros mismos perso­nalmente, ya por los rectores de los seminarios, examinad diligentemente a los alumnos del sagrado clero, y si hallarais alguno de espíritu soberbio, alejadlo con la mayor energía del sa­cerdocio: ¡ojalá se hubiese hecho esto siempre con la vigilancia y constancia que era menester!

42. Y si de las causas morales pasa­mos a las que proceden de la inteli­gencia, se nos ofrece primero y prin­cipalmente la ignorancia.

En verdad que todos los modernis­tas, sin excepción, quieren ser y pasar por doctores en la Iglesia, y aunque con palabras grandilocuentes subli­man la escolástica, no abrazaron la primera deslumbrados por sus apara­tosos artificios, sino porque su com­pleta ignorancia de la segunda les privó del instrumento necesario para suprimir la confusión en las ideas y para refutar los sofismas. Y del con­sorcio de la falsa filosofía con la fe ha nacido el sistema de ellos, inficionado por tantos y tan grandes errores.

Táctica modernista

 

En cuya propagación, ¡ojalá gastaran memos empeño y solicitud! Pero es tanta su actividad, tan incansable su trabajo, que da verdadera tristeza ver cómo se consumen, con intención de arruinar la Iglesia, tantas fuerzas que, bien empleadas, hubieran podido ser­le de gran provecho. De dos artes se valen para engañar los ánimos: pro­curan primero allanar los obstáculos que se oponen, y buscan luego con sumo cuidado, aprovechándolo con tanto trabajo como constancia, cuan­to les puede servir.

Tres son principalmente las cosas que tienen por contrarias a sus co­natos: el método escolástico de filo­sofar, la autoridad de los Padres y la tradición, el magisterio eclesiástico. Contra ellas dirigen sus más violen­tos ataques. Por esto ridiculizan ge­neralmente y desprecian la filosofía y teología escolástica, y ya hagan esto por ignorancia o por miedo, o, lo que es más cierto, por ambas razones, es cosa averiguada que el deseo de no­vedades va siempre unido con el odio del método escolástico, y no hay otro más claro indicio de que uno empie­ce a inclinarse a la doctrina del mo­dernismo que comenzar a aborrecer el método escolástico. Recuerden los modernistas y sus partidarios la con­denación con que Pío IX estimó que debía reprobarse la opinión de los que dicen: «El método y los principios con los cuales los antiguos doctores escolásticos cultivaron la teología no corresponden a las necesidades de nuestro tiempo ni al progreso de la ciencia. Por lo que toca a la tradición, se esfuerzan astutamente en pervertir su naturaleza y su importancia, a fin de destruir su peso y autoridad».

Pero, esto no obstante, los católicos venerarán siempre la autoridad del concilio II de Nicea, que condenó «a aquellos que osan..., conformándose con los criminales herejes, despreciar las tradiciones eclesiásticas e inventar cualquier novedad..., o excogitar tor­cida o astutamente para desmoronar algo de las legítimas tradiciones de la Iglesia católica». Estará en pie la profesión del concilio IV Constanti­nopolitano: «Así, pues, profesamos conservar y guardar las reglas que la santa, católica y apostólica Iglesia ha recibido, así de los santos y cele­bérrimos apóstoles como de los con­cilios ortodoxos, tanto universales como particulares, como también de cualquier Padre inspirado por Dios y maestro de la Iglesia». Por lo cual, los Pontífices Romanos Pío IV y Pío IX decretaron que en la profesión de la fe se añadiera también lo siguiente: «Admito y abrazo firmísimamente las tradiciones apostólicas y eclesiásticas y las demás observancias y constitu­ciones de la misma Iglesia».

Ni más respetuosamente que sobre la tradición sienten los modernis­tas sobre los santísimos Padres de la Iglesia, a los cuales, con suma teme­ridad, proponen públicamente, como muy dignos de toda veneración, pero como sumamente ignorantes de la crítica y de la historia: si no fuera por la época en que vivieron, serían inex­cusables…


El Seamos Católicos es el boletín oficial del Priorato Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México.

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