Comentario sobre el Concilio ortodoxo
Análisis sobre algunas de las decisiones tomadas durante el “Santo y Gran Concilio” de la Iglesia ortodoxa oriental, celebrado en junio de 2016, en Creta.
El “Santo y Gran Concilio” de la Iglesia ortodoxa oriental finalizó el 26 de junio del 2016, en Creta, con la promulgación de una encíclica y una serie de documentos oficiales en donde se abordaron temas como el ayuno, el matrimonio y las relaciones entre los ortodoxos y otras denominaciones cristianas, incluyendo a la Iglesia Católica. Aunque la reunión tenía como finalidad ser un símbolo de unidad conciliar, hubo cuatro miembros de la confederación eclesiástica mundial ortodoxa que decidieron no asistir al evento: Antioquía, Bulgaria, Georgia y Rusia. Esto significa que aproximadamente dos tercios de todos los cristianos ortodoxos no estuvieron representados en el Concilio, lo cual hace que surjan algunas dudas sobre el carácter “vinculante” de los documentos conciliares. A diferencia de la Iglesia Católica, los ortodoxos no tienen una autoridad central capaz de determinar magistralmente el alcance y autoridad de un concilio y de sus obras. Aunque algunos teólogos ortodoxos han declarado que el Concilio de Creta es “ecuménico” y, por lo tanto, con autoridad sobre el mundo ortodoxo, muchos permanecen escépticos ante el hecho de que una reunión tan insuficientemente representada pueda ser algo más que un sínodo local.
Aunque no es posible analizar todos los documentos del Concilio cretense (algunos de los cuales se ocupan de las cuestiones gubernamentales intra-ortodoxas, y probablemente carecerán de interés para los católicos), hay ciertos puntos que vale la pena destacar. Con respecto al documento titulado “El Sacramento del Matrimonio y sus impedimentos”, los católicos deberían alegrarse, pues el texto deja en claro que “la Iglesia [ortodoxa] no permite a sus miembros las uniones entre personas del mismo sexo o cualquier otra forma de cohabitación además del matrimonio” (párrafo 10) y que “[un] matrimonio civil realizado entre un hombre y una mujer, registrado de acuerdo a las leyes, carece de carácter sacramental, ya que sólo es una cohabitación legalizada reconocida por el Estado, lo cual difiere de un matrimonio bendecido por Dios y la Iglesia” (párrafo 9).
Sin embargo, existe un conflicto evidente en el documento entre su afirmación de la indisolubilidad del matrimonio (párrafo 2) y el hecho de que la ortodoxia permite a los esposos divorciarse y volver a casarse sacramentalmente bajo determinadas circunstancias (por ejemplo, abandono, adulterio y apostasía). Esta práctica, que no tiene ningún origen auténtico en la tradición cristiana, se debe en gran medida a la fusión de la ley civil romana y la ley eclesiástica, que tuvo lugar durante la época del Imperio Bizantino. Otro hecho lamentable es que el documento no aborda el grave problema moral de la anticoncepción, una práctica históricamente prohibida por la ortodoxia, pero que ha sido tolerada por un creciente número de sacerdotes y obispos ortodoxos durante el último siglo. (Para mayor información sobre estos temas, ver Gabriel S. Sánchez, No Light from the Orthodox East on Christian Marriage, The Angelus, julio-agosto 2014.)
Respecto al tema del ecumenismo, el documento titulado “Relaciones de la Iglesia Ortodoxa con el Resto del Mundo Cristiano” es bastante modesto, sobre todo si se compara con las declaraciones tan confusas emitidas por Roma durante los últimos 50 años. Sin renunciar a la creencia ortodoxa de ser “la Única, Santa, Católica y Apostólica Iglesia”, como se sostiene en el Credo Niceno-Constantinopolitano (párrafo 1), el documento hace un llamamiento al “diálogo teológico entre la Iglesia Ortodoxa y el resto del mundo Cristiano”, aunque en conformidad con los “principios canónicos de la eclesiología ortodoxa y los criterios canónicos de la ya establecida Tradición de la Iglesia” (párrafo 20). Aunque esta declaración es ligeramente ambigua a primera vista, sin duda, tiene como finalidad apaciguar a todos los obispos, sacerdotes y teólogos ortodoxos que, durante el período previo al Concilio, expresaron públicamente su preocupación de que los participantes de las reuniones corrían el riesgo de adoptar una “doctrina de ramificación” al estilo de la Iglesia anglicana, donde las distintas denominaciones cristianas del mundo constituyen las “ramas” de la “única Iglesia”.
Lo que es más preocupante para los católicos, es la condenación que hace el documento del “proselitismo, uniatismo o cualquier otro acto provocativo con miras a un fin interreligioso” (párrafo 23). Para aquellos que no lo sepan, el “uniatismo” (actualmente considerado por muchos como una expresión peyorativa) es el medio por el cual las iglesias cristianas occidentales regresaron a la comunión plena con la Sede de Roma luego de un período de separación. Según la opinión ortodoxa, la reunión más controversial se llevó a cabo en 1596 con la Unión de Brest-Litovsk (y se expandió 50 años después con la Unión de Uzhhorod), lo cual dio lugar a las iglesias ucranianas, bielorrusas y greco-rutenas. Durante largo tiempo, la opinión sostenida por numerosos ortodoxos ha sido que tanto éstas, como otras, instituciones cristianas son ilícitas y no tienen derecho a existir en los territorios ortodoxos occidentales tradicionales (especialmente en Ucrania y Rusia). La oscura ironía de la declaración “anti-uniatismo” realizada por el Concilio, es que el documento no se arrepiente de los intentos relativamente recientes llevados a cabo por los ortodoxos, de manera conjunta con los poderes seculares, para incorporar por la fuerza el catolicismo griego a la ortodoxia.
Por ejemplo, luego de la victoria de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética, con el respaldo absoluto de la Iglesia Rusa Ortodoxa, encarceló, torturó y ejecutó a numerosos sacerdotes, obispos y fieles católicos ucranianos, antes de montar un pseudo-sínodo en Leópolis, Ucrania, en 1946, el cual abolió ostensiblemente la Iglesia católica greco-ucraniana. Igualmente, tuvieron lugar persecuciones similares dentro de Rusia y Rumania. Aunque se han llevado a cabo algunas acciones para sanar estos dolorosos recuerdos, la insistencia de la Iglesia Ortodoxa de que los católicos griegos no tienen derecho alguno de difundir el Evangelio en “sus tierras” o de ganar conversos para la Santa Iglesia de Cristo es inquietante, particularmente si se tiene en cuenta que la diáspora ortodoxa en el occidente no ha tenido ningún reparo ni escrúpulo en realizar un proselitismo activo para la conversión de los católicos latinos a su fe.
Como se indica al inicio de este comentario, se desconoce la magnitud del carácter vinculante que cualquiera de los documentos del Concilio tendrá sobre la comunión ortodoxa mundial. El Patriarca de Antioquía, que no participó en el Concilio, ya ha emitido una declaración, en la cual “se rehúsa a otorgar un carácter conciliar a cualquier reunión ortodoxa en donde no se incluya a todas las Iglesias Ortodoxas Autocéfalas [es decir, autónomas]” y “afirma que lo que se haya emitido en la reunión llevada a cabo en Creta, respecto a decisiones y otros temas, no tiene ningún carácter vinculante, sobre el Patriarca de Antioquía y todo el occidente.” No existe ninguna duda de que las otras iglesias ortodoxas que se rehusaron a participar en el Concilio comparten la misma opinión.
Lo que el futuro le depara a las relaciones conciliares intra-ortodoxas está por verse. Muchos tienen la esperanza de que la reunión de Creta, aunque no sea aceptada como un “verdadero concilio” por la mayoría de los cristianos ortodoxos, conducirá a futuros encuentros encaminados a la superación de las numerosas diferencias eclesiásticas ortodoxas. Aunque varios católicos (y algunos ortodoxos) tenían la dudosa esperanza de que el Concilio Cretense sería el equivalente del Concilio Vaticano II para la ortodoxia, afortunadamente no sucedió así. En lo que concierne a la eclesiología, teología y liturgia, los ortodoxos optaron por mantenerse fieles a su tradición, y no permitieron que los procedimientos fueran manipulados por los renovacionistas. No obstante, como se subrayó anteriormente, los ortodoxos aún tienen mucho trabajo por delante en lo que respecta a la aclaración de distintas cuestiones concernientes a la fe y a la moral y, lo que es más importante, en su orientación de regreso a la comunión con la Iglesia Católica Romana.