¿Cómo prepararnos para recibir bien a Jesús Sacramentado?
Si conociéramos los dones y las virtudes que nos trae la Comunión, suspiraríamos de continuo por ella. Una Comunión basta para santificarnos en un instante, por ser el mismo Jesucristo, autor de toda santidad, quien viene a nosotros. Más es preciso comulgar bien, y una buena Comunión no se concibe sin la debida preparación y acción de gracias.
La sagrada Comunión es Jesús mismo recibido sustancialmente en nosotros, en nuestra alma, y en nuestro cuerpo, bajo forma de alimento, para transformarnos en sí, comunicándonos su santidad primero y después su felicidad y su gloria.
Por la sagrada Comunión Jesucristo nace, crece y se desarrolla en nosotros. Todo su deseo es que le recibamos, y le recibamos a menudo; tal es también el consejo de la santa Iglesia, la cual pone a nuestra disposición todos sus remedios de santificación para mejor disponernos a recibirle bien, así como todo su culto tiende a prepararnos la Comunión y a dárnosla.
Dos tipos de preparación
Cabe distinguir dos clases de preparación: la del cuerpo y la del alma.
La del cuerpo requiere ayuno completo, y nos exige, además, cierta limpieza y decencia en el exterior y en el vestir. En la Comunión celébranse las bodas regias del cristiano; nuestro divino rey nos visita; y quien comulga celebra su fiesta del Corpus; todo lo cual implica que no dejemos diligencia alguna por poner para que nuestro porte exterior sea cual conviene.
Para la preparación del alma hace falta, ante todo, que la conciencia esté limpia de todo pecado mortal, y en cuanto sea posible, de todo pecado venial voluntario. Las conveniencias exigen además devoción, recogimiento y fervor en la oración. El amor divino debiera conservarnos siempre en las condiciones necesarias para comulgar: el amor anhela, suspira, languidece por el Amado de su corazón; siempre dispuesto está el pobre a recibir limosna.
Aviva, cuando menos, tu amor, valiéndote de los cuatro fines del sacrificio.
¿Cómo recibir a Jesús Sacramentado?
Adora con viva fe a Jesús, presente en el Santísimo Sacramento, en la sagrada hostia que vas a recibir; adórale exteriormente con el más profundo respeto del cuerpo y con la mayor modestia de los sentidos; adórale también interiormente con profunda humildad, rindiéndole homenaje con todas las facultades del alma, diciéndole, con Santo Tomás: "Tú eres mi Señor y mi Dios."
Da gracias por don tan soberano del amor de Jesús, por esta invitación a su mesa eucarística que te dirige, de preferencia a tantos otros mejores y más dignos de recibirle.
Ensalza su sabiduría por haber ideado e instituido este gran Sacramento, por haber conducido hasta ti, tan puro como en su manantial, este río que culebrea por entre todas las generaciones.
Bendice su omnipotente bondad por haber sabido triunfar de tantos obstáculos, por no haber retrocedido ante ningún sacrificio ni humillación para darse plenamente.
Propiciación - Después de haber considerado al dador y la excelencia del don, echa una ojeada sobre ti mismo; ve tu pobreza, imperfecciones y deudas; humíllate al ver tanta bajeza y los pecados que has cometido, llorándolos una vez más; pide misericordia y perdón. Dile a nuestro Señor: "Pero, Señor, ¿olvidas acaso lo que he sido, el mayor de los pecadores; lo que soy todavía, la más miserable de tus criaturas; lo que tal vez sea en adelante, el más ingrato y el más infiel?... No, no; no soy digno de recibirte; con una sola palabra de perdón me basta... Aléjate de mí, que soy un pecador indigno de tu amor..." Aborrece entonces, tus pecados, desea, pide la pureza de los ángeles, la santidad de la Virgen santísima.
Imagina que escuchas esta dulce palabra del Salvador: "Porque eres pobre, vengo a ti; precisamente porque estás enfermo, vengo a curarte; para comunicarte mi vida, para hacerte partícipe de mi santidad, me he sacramentado; ven, ven, pues, con confianza; dame tu corazón, que es todo lo que quiero de ti."
Suplica al llegar aquí a nuestro Señor que quite todas las trabas. Desea, suspira por este momento de vida y felicidad; dispuesto a sacrificarlo todo por una Comunión. Y luego corre, vuela hacia la mesa celestial, que los ángeles envidian tu suerte y el cielo te contempla pasmado. Jesús te aguarda; ve, ve, al festín del Cordero.
Llegado el momento de comulgar, no te ocupes ya de tus pecados; lo contrario sería una tentación peligrosa, por cuanto te causaría tristeza y turbación, ambas cosas reñidas con la devoción.
No te ocupes tampoco ahora en hacer oraciones vocales, sino en ir a recibir a tu amoroso Dios con sosiego de la conciencia, poseído del dulce sentimiento de confianza en la bondad de Jesús, que te llama y aguarda.
Ve a la sagrada mesa con las manos juntas, los ojos bajos, el andar grave y modesto. Ponte de rodillas con el corazón penetrado del sentimiento de gozo y felicidad.
Al comulgar, ten la cabeza derecha y quieta; los ojos bajos; abre modestamente la boca; saca la lengua sobre el labio inferior y tenla inmóvil hasta que el sacerdote haya puesto en ella la sagrada forma. Guárdala un momento, si así lo deseas, sobre la lengua, para que Jesús, santidad y verdad, la purifique y santifique; introdúcela, luego, en tu pecho y ponla sobre el trono de tu corazón. Adórale en silencio y comienza la acción de gracias.
San Pedro Julián Eymard
La Sagrada Comunión
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Fuente: La Sagrada Comunión