Cuaresma: una historia de amor divino
Pequeña reflexión espiritual para la Cuaresma.
Aunque Dios sea amor en sí mismo, quiere el amor humano, espera nuestro amor, porque el amor divino es un imán que atrae al amor; el amor divino tiene virtud de atracción. Y ¿por qué? Por la unidad, que tiende a hacer uno de todos los amores de la tierra y del cielo. Precisamente porque Dios es amor y la criatura tiene el reflejo de Dios, algo de Dios, a Dios mismo en su alma, es lógico que Dios atraiga a Dios, que lo divino atraiga a lo divino, Dios inmortal al alma inmortal, salida de su seno santísimo.
El hombre rompió con su pecado esa alianza que lo unía con el cielo, ese ser de amor y de gracia con que fue creado; y por eso Dios, en su infinita caridad para con el hombre, no le dejó rodar y perderse; y para reconquistar el derecho de origen que tenía sobre el hombre –derecho nacido del amor, lazo indestructible entre Dios y el hombre-, quiso obligarlo a que lo amara con un mandamiento especial y absoluto:
amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo".
Es el hombre mismo quien al no escuchar este llamamiento de amor se aparta de su felicidad y se precipita en su desgracia eterna; porque el pecado destroza el amor y esto sólo bastaría para ser infierno: la eterna desgracia del alejamiento del amor de todo un Dios, de la privación del santo amor de Nuestro Padre que está en los cielos.
Escuchemos esa voz de Dios quien desde lo alto de una Cruz está buscando nuestro amor, quiere acercarse a nosotros y ayudarnos a quitar de nuestra vida todo aquello que no nos permite amarle y ser amados por El.