En defensa del celibato sacerdotal
El celibato sacerdotal, que la Iglesia católica ha mantenido durante siglos como una joya sagrada, ha sido, durante varios años, objeto de dudas, desafíos e incluso ataques virulentos. Las conciencias de los católicos están preocupadas, mientras que los aspirantes al sacerdocio y los sacerdotes están perplejos. Por lo tanto, es necesario examinar esta cuestión a la luz del Evangelio y de la auténtica Tradición de la Iglesia.
Objeciones contra el celibato sacerdotal
Al parecer, existen algunos argumentos convincentes contra la práctica del celibato sacerdotal. Examinemos rápidamente algunos de los más importantes. En primer lugar, el Nuevo Testamento no parece exigir el celibato a los sacerdotes, sino que simplemente lo propone como una gracia especial, a la que cada individuo puede responder libremente (cf. Mt 19, 11-12). Por otra parte, Jesucristo no lo impuso como un requisito indispensable en la elección de sus doce apóstoles, ni tampoco los apóstoles en su elección de los líderes de las primeras comunidades cristianas (cf. 1Tm 3, 2-5; Tt 1, 5- 6).
¿Fruto de una obsesión malsana con la pureza?
Ciertamente, los Padres de la Iglesia y escritores eclesiásticos establecieron a largo de los siglos, un vínculo entre la vocación sacerdotal y el celibato. Sin embargo, los Padres más bien recomiendan la castidad en el matrimonio que el celibato en sí mismo. Además, estos textos parecen estar inspirados por un pesimismo exagerado o por una obsesión más o menos saludable hacia la pureza. Por último, se refieren a un contexto sociocultural que ya no es el nuestro. Además, esta costumbre del celibato eclesiástico equipara incorrectamente la vocación sacerdotal con la vocación al celibato. Por otra parte, nos vemos obligados a admitir la trágica disminución del clero: ¿no sería una de las causas de esta reducción la obligación de permanecer célibe, la cual es una carga demasiado pesada para muchos jóvenes de hoy? ¿Acaso la supresión de esta obligación no daría un nuevo impulso al reclutamiento sacerdotal?
¿Un requisito que es imposible de cumplir?
En todo caso, hay que reconocer el gran número de transgresiones hechas contra este celibato consagrado, ya sea por parte de los sacerdotes que abandonan su ministerio para casarse, o por parte de los sacerdotes que tienen relaciones inapropiadas más o menos clandestinas. ¿No sería mejor una franca autorización a una vergonzosa hipocresía que termina en escándalo? En realidad, el celibato perfecto es imposible de mantener, porque es contra la naturaleza e inhumano. Pone al sacerdote en una condición física y psicológicamente dañina, de la cual surge el desaliento, o incluso la desesperación. Por lo tanto, de acuerdo con sus oponentes, el celibato sacerdotal resulta infundado en la Escritura y la Tradición, excesivo, inapropiado, hipócrita y contra la naturaleza. Por ello, es urgente suprimirlo completamente o, al menos, hacerlo opcional, tanto para el clero de hoy como para los futuros sacerdotes.
¿Malas razones para defenderlo?
Con el fin de defender el celibato sacerdotal, en ocasiones se utiliza el siguiente argumento: “Si el sacerdote estuviera casado tendría que dedicarse a su esposa y familia, y esto lo haría menos accesible a sus fieles, (por ejemplo para llevar los sacramentos durante la noche o durante una epidemia). Además, los secretos que le son confiados bajo secreto de confesión corren el riesgo de ser descubiertos durante las conversaciones con su cónyuge, y el solo pensar en este riesgo impediría que los penitentes se acercaran a él”. Tales razonamientos no están enteramente desprovistos de verdad. Sin embargo, tampoco son absolutamente convincentes. En efecto, el médico también debe salir de casa por la noche o durante las epidemias para curar a las personas enfermas. También recibe las confidencias más íntimas de sus pacientes. Sin embargo, ¡nadie les ha impedido a los médicos casarse! Ésta es, por tanto, la prueba de que este argumento (tan bien fundado como parece) no es suficiente para justificar el celibato sacerdotal. Atacado por razones de peso y defendido por argumentos insuficientes, el celibato sacerdotal parece ser una causa definitivamente perdida, destinada a ser borrada por la victoriosa marcha de la historia y el progreso humano.
La práctica constante de la Iglesia
Deslumbrados por estas objeciones (y por otras que podrían ser formuladas), tal vez nos sintamos tentados a aceptar esta aparente inevitabilidad. Sin embargo, un enorme hecho se eleva ante nosotros, que nos obliga a pensar seriamente en la gravedad de la cuestión: la práctica constante de la Iglesia católica respecto al celibato eclesiástico. En efecto, desde la antigüedad cristiana, los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos son testigos unánimes de la propagación (entre el clero de Oriente y Occidente) de la práctica libremente asumida del celibato consagrado. A partir del siglo IV, la Iglesia Occidental, (gracias a las intervenciones de numerosos obispos y concilios provinciales), reforzó, desarrolló y sancionó esta práctica del celibato sacerdotal.
Las medidas adoptadas por los pontífices romanos
Los pontífices romanos, en especial, estaban decididos a proteger y restaurar el celibato eclesiástico en todo momento, incluso cuando el general decaimiento de la moral se oponía a él y cuando una parte del clero vivía públicamente en mala conducta. Esta obligación del celibato sacerdotal fue, en particular, solemnemente recordada por el Concilio de Trento e insertada en el Código de Derecho Canónico. Desde el comienzo del siglo XX, todos los Papas, sin excepción, (siguiendo una costumbre creada por San Pío X), han dirigido una carta encíclica a los sacerdotes del mundo entero, recordándoles concretamente el solemne compromiso del celibato que han contraído.
La práctica de la Iglesia de Oriente
Si la legislación de la Iglesia Oriental sobre el celibato eclesiástico es parcialmente diferente, no debe olvidarse que es debido a las circunstancias históricas propias de esta parte de la Iglesia. Sin embargo, los Padres orientales han cantado altamente las alabanzas de la virginidad y de sus profundos vínculos con el ministerio sacerdotal. Además, en el Oriente, el episcopado (es decir, la plenitud del sacerdocio) está estrictamente reservado al clero célibe. Por último, los candidatos al sacerdocio que desean el matrimonio, deben casarse siempre antes de la ordenación y, si llegan a quedar viudos, no pueden volver a casarse. De tal manera que, hasta en Oriente, el principio del sacerdocio célibe y el de la correspondencia entre el celibato y el ministerio sacerdotal permanecen establecidos hasta cierto punto, al menos en el sacerdocio episcopal.
Una práctica universal y constante
En una Iglesia que afirma ser esencialmente fiel a la Tradición, esta práctica universal y constante del celibato consagrado no puede ser tratada como una simple costumbre humana, revocable a voluntad. Por el contrario, nos lleva a pensar que el celibato eclesiástico tiene vínculos profundos con la Revelación misma.
El verdadero sentido del celibato sacerdotal
Sin embargo, la práctica de la Iglesia no es necesariamente normativa en sí misma. Debe estar cimentada además sobre fundamentos que provienen de la Revelación Divina o de la naturaleza de las cosas. Éste es el caso del celibato sacerdotal, el cual tiene sus orígenes en motivos sobrenaturales de máximo valor, y está arraigado directamente en el propio Evangelio. Sacerdos alter Christus, "el sacerdote es otro Cristo". Este es el principio fundamental que ilumina el sacerdocio católico. El sacerdocio de Cristo es único y definitivo, y el sacerdocio de los hombres, el sacerdocio ministerial (es decir, etimológicamente, el sacerdocio de los siervos) es una participación real de este Sumo Sacerdocio. Por lo tanto, es Cristo mismo quien es el modelo, el "prototipo", a quien cada sacerdote debe estar íntimamente conformado para que su sacerdocio asuma toda su verdad.
Jesucristo, el verdadero sacerdote, permaneció virgen
Es notable que Jesucristo (en un mundo donde el celibato era casi desconocido, cuando no maldecido), permaneció en el estado de virginidad durante toda su vida. Con Él, esta virginidad significa su consagración total y sin reservas a Dios. Todas sus energías, todos sus pensamientos, todas sus acciones pertenecen a Dios. Es por esta consagración total (que en Jesús llegó hasta la unión hipostática, donde la naturaleza humana ya no pertenece a sí misma, sino que pertenece directamente a la Persona del Verbo), que Cristo fue constituido mediador entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres, es decir, Sacerdote.
El celibato como consagración a Dios
Así, la virginidad significa y produce la consagración, la esencia de este Sacerdocio de Cristo. En otras palabras, la virginidad de Jesús fluye de su sacerdocio y está íntimamente relacionada con él. El sacerdote humano, (participante del Sacerdocio de Cristo), también colabora con la total consagración de Cristo a Dios y, en consecuencia, con su virginidad. El celibato consagrado del sacerdote es, pues, una unión íntima y amorosa con la virginidad de Jesús, una señal de su consagración al Padre. Ésta es la primera y más fundamental razón para el celibato de los sacerdotes.
El amor de Cristo por la Iglesia
Si Jesús permaneció virgen como una expresión de su consagración al Padre, también fue virgen en su ofrecimiento de sí mismo en la cruz por su Iglesia, para hacer de Ella una esposa gloriosa, santa e inmaculada (cf. Ef 5, 25 - 27). La virginidad consagrada del sacerdote humano también manifiesta y prolonga, por tanto, el amor virginal de Cristo por la Iglesia y la fecundidad sobrenatural de este amor. Esta disponibilidad de amar a la Iglesia y a las almas se manifiesta por la vida de oración del sacerdote, por la celebración de los sacramentos y particularmente por el santo sacrificio de la Misa, por su caridad hacia todos, por su predicación continua del Evangelio, reflejando así la vida misma de Jesús. Cada día, el sacerdote, unido a Cristo Redentor, engendra a las almas en la fe y la gracia, y hace presente entre los hombres, el amor de Cristo por su Iglesia, (lo cual es el significado de la virginidad).
La señal del Reino que ha de venir
Si examinamos, ya no la misión de Cristo en la tierra, sino la plena realización de esta misión en el Cielo, descubrimos una tercera causa de su virginidad y (en consecuencia) de la del sacerdote. En efecto, la Iglesia terrenal es la semilla de la Iglesia celestial y, al mismo tiempo, de la vida bendita que ha de venir. Lo que será la bienaventuranza celestial, ya es visible (pero veladamente y como en un enigma) en la vida terrenal de la Iglesia. Pero, como Nuestro Señor dijo enérgicamente: “en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (cf Mt 22, 30). La virginidad será, pues, el estado definitivo de la humanidad bendecida. Es conveniente que (ya desde esta vida), la señal de esta virginidad brille en medio de las tribulaciones y deseos de la carne. El celibato de los sacerdotes es así, (al igual que el de Cristo), una anticipación de la gloria celestial, una prefiguración de la vida de los elegidos y una invitación apremiante a los fieles a marchar hacia la vida eterna sin sentir el peso del día. El celibato de los sacerdotes es una participación en la virginidad del Sumo Sacerdote, que expresa su total consagración al Padre, haciendo posible su unión con la Iglesia y anunciando la bendita vida del cielo.
Respuesta a las objeciones
Cuando la ausencia de cualquier mandamiento por parte de Jesús se opone al celibato consagrado, debemos responder con una distinción elemental. En sí mismo, el sacerdocio no está ligado absolutamente al celibato porque es una cualidad espiritual del alma, un carácter sacramental. Esto explica por qué un hombre casado puede ser ordenado sacerdote válidamente, y por qué Jesús no hizo del celibato un mandamiento directo. Pero es evidente en el Evangelio, que existe un profundo vínculo entre la consagración sacerdotal y la consagración virginal. Jesús, habiendo elegido a sus primeros sacerdotes, quiso iniciarlos en los misterios del Reino de los Cielos (cf. Mt 13,11; Mc 4,11; Lc 8,10) y los llamó sus amigos y sus hermanos (cf. Jn 15,15; 20, 17). Él se sacrificó por ellos para que fueran consagrados en la Verdad (cf. Jn 17, 19) y prometió una recompensa sobreabundante a cualquiera que abandonara el hogar, la familia, la esposa y los hijos por el Reino de Dios. Finalmente, recomendó (con palabras cargadas de significado, y dirigiéndose únicamente a sus discípulos), una consagración más perfecta a Dios por medio la virginidad, propter regnum (Mt 19, 11-12). La tradición constante de la Iglesia en lo que se refiere al celibato sacerdotal se fundamenta, pues, en el propio Evangelio y en la doctrina expresada por Jesucristo.
Una congruencia particularmente expresiva
En este mismo sentido, los Padres de la Iglesia nunca intentaron transformar esta correspondencia evangélica entre el celibato y el sacerdocio, (que se convirtió en ley canónica en Occidente y en parte en Oriente), en una obligación estricta de la ley divina. Por esta razón, el vínculo que establecen entre la vocación sacerdotal y la virginidad consagrada es más una urgente exhortación que una obligación estricta. Sin embargo, sus escritos expresan claramente el espíritu del Evangelio al respecto. Además, es posible que los escritores eclesiásticos hayan sido a veces inspirados por un pesimismo exagerado o se refieran a un contexto sociocultural que ya no es el nuestro. Pero esto sólo es cierto en detalles sin importancia, o para algún sacerdote en particular. Por otro lado, la universalidad de los Padres y de los escritores eclesiásticos, que trata del profundo vínculo entre el sacerdocio y la virginidad, lejos de expresar una opinión temporal y dudosa, traducen con seguridad la misma doctrina de la Revelación divina.
La vocación no es un derecho, sino un llamado
Para quienes pretenden separar la vocación sacerdotal de la castidad consagrada, hemos de decir que están cometiendo un profundo error en la naturaleza misma de la vocación. Esta última es, en efecto, un llamado divino manifestado por la Iglesia a través de la voz del obispo. Esta llamada divina no es de ninguna manera una especie de elección casual que podría caer sobre cualquiera. Es, por el contrario, un llamado preciso que supone o crea las disposiciones necesarias en el que es llamado. Así, en la Iglesia de Oriente, debido al lugar principal que ocupa el canto eclesiástico, ningún ministro puede ser ordenado a menos que sea apto para el canto. En la Iglesia Occidental, ningún sacerdote puede ser ordenado sin el celibato consagrado. En otras palabras, en Occidente no existe una verdadera vocación sacerdotal sin el llamado al celibato consagrado. Por lo tanto, es absolutamente falso querer separar el sacerdocio y la castidad en Occidente, ya que son una sola realidad, la de la vocación divina auténtica.
El clero casado no recluta mejor que el clero célibe
Cuando se apuntan a la crisis vocacional para atacar el celibato sacerdotal, no se dice que las comunidades eclesiales que ya admiten el matrimonio de sus sacerdotes o pastores (por ejemplo, los ortodoxos, los anglicanos, etc.) experimentan las mismas dificultades de reclutamiento que la Iglesia Católica del Rito Latino. Por lo tanto, permitir que los sacerdotes se casen no es una manera especialmente eficaz de solucionar el problema de la disminución de vocaciones. Más bien, el debilitamiento del espíritu de la fe, la destrucción de la familia católica, el avance del materialismo, los enormes escándalos causados por ciertos sacerdotes, la ruina de la santa Misa por la reforma litúrgica, etc., son las verdaderas causas de la disminución de las vocaciones. La entrega total a Dios significada por el celibato consagrado es al contrario, una luz que guía a las almas generosas hacia el ministerio sacerdotal y es una de las fuentes principales de la vocación.
¿Cambiar la ley sólo porque se sigue imperfectamente?
Las violaciones de la ley del celibato, (que se extienden a los escándalos y las apostasías), existen, sería ridículo negarlo. Sin embargo, esto no es en modo alguno una razón para rechazar el celibato consagrado. De lo contrario, también tendríamos que suprimir el matrimonio. En efecto, hay violaciones de la fidelidad, adulterios y divorcios escandalosos. No obstante, la dificultad para mantener la fidelidad conyugal no es una razón para suprimirla. Del mismo modo, la dificultad para conservar la castidad sacerdotal no es una razón para abolir el celibato, sino más bien para arraigarlo cada vez más y más dentro del equilibrio humano y una auténtica vida sobrenatural. Querer suprimir el celibato porque no siempre se observa, es igual a tirar el grano junto con la paja, a deshacerse de los automóviles por los accidentes de tráfico, a suprimir los alimentos por la indigestión y a acabar con la vida porque hay gente que se suicida.
Lo que es imposible para el hombre es posible para Dios
Afirmar que la observancia del celibato no es posible es falso, tanto en el plano natural como en el sobrenatural. Sabemos por la psicología científica y filosófica, que la continencia, (incluso absoluta), no va en contra de la naturaleza en modo alguno. El hombre, un ser racional y libre, es capaz de dominar sus tendencias físicas y afectivas. Sin embargo, hay que admitir que la observación virtuosa y continua del celibato no se da ordinariamente a la naturaleza humana herida por el pecado original. En este sentido, el celibato del sacerdote se funda, no sólo en la naturaleza, sino en aquella gracia por la cual Dios hace posible lo que es imposible para el hombre. Por lo tanto, es cierto que el celibato consagrado requiere de una gracia particular, pero Dios la da sin reservas a quien se ha comprometido piadosamente en su servicio. Esta gracia le hace capaz de permanecer fiel a sus compromisos, como lo demuestra la inmensa legión de sacerdotes que (durante tantos siglos) han hecho brillar en la Iglesia el magnífico esplendor de su virginidad sin mancha.
Un hermoso texto de Pío XII
Finalizaremos con un hermoso texto de Pío XII, que recuerda la fecundidad sobrenatural del celibato sacerdotal: “La actividad del sacerdote toca todo lo concerniente al orden de la vida sobrenatural, pues le corresponde a él fomentar el crecimiento de la misma y comunicarla al Cuerpo Místico de Cristo. Por ello, es necesario que renuncie a todas “las cosas que son del mundo”, para ocuparse sólo de «las que son de Dios» (1Co 7, 32, 33). Y es precisamente porque ha de estar libre de las solicitudes del mundo, para dedicarse por completo al servicio divino, que la Iglesia ha instituido la ley del celibato, para hacer más evidente, ante todos, que el sacerdote es ministro de Dios y padre de las almas. Y gracias a esa ley de celibato, el sacerdote, lejos de perder por completo los dones y deberes de la paternidad, los incrementa infinitamente, puesto que engendra hijos no para esta vida terrenal y perecedera, sino para la celestial y eterna.
Cuanto más resplandeciente es la castidad sacerdotal, tanto más lo es el sacerdote, junto con Cristo, «hostia pura, hostia santa, hostia inmaculada»” (Pío XII, Menti nostrae, 23 de septiembre de 1950).
Fuente: laportelatine.org