Domingo de Quincuagésima - textos litúrgicos

Fuente: Distrito de México

La Iglesia nos manda leamos hoy el estupendo panegírico de la caridad escrito por San Pablo. "La caridad es paciente, es benigna: la caridad no es ambiciosa, no busca sus cosas, no se irrita, no piensa mal, no se alegra de la iniquidad, sino que goza con la verdad: todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. La caridad no desaparece nunca."

MISA

La estación se celebra en la basílica de S. Pedro del Vaticano. Parece se escogió cuando todavía se leía en este domingo el relato de la ley dada por Moisés. Este Patriarca era considerado por los primeros cristianos de Roma como el tipo o figura de S. Pedro. Cuando la Iglesia estableció hoy la consideración del misterio de la vocación de Abrahán reservando hasta ya entrada la Cuaresma la lectura del Exodo, quedó no obstante fija la estación romana en la basílica del Príncipe de los Apóstoles, figurado también por Abrahán en su cabida de Padre de lo creyentes.

El Introito nos muestra los sentimientos del ciego abandonado que implora la compasión del Redentor quien se dignará ser su guía y su anfitrión.

INTROITO

Sé para mí un Dios protector y un lugar de refugio, para que me salves: porque tú eres mi sostén, y mi seguridad: y por tu nombre serás mi caudillo, y me nutrirás. — Salmo: En ti, Señor, he esperado, no sea confundido para siempre: líbrame en tu justicia, y sálvame. V. Gloria al Padre.

COLECTA

Suplicámoste, Señor, escuches clemente nuestros ruegos: y, libres de los lazos de los pecados, defiéndenos de toda adversidad. Por el Señor.

EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Corintios.

Hermanos: Si hablara las lenguas de los hombres y de los Ángeles, pero no tuviera caridad, sería como un bronce sonoro, o como una campana que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; y si tuviera tal fe, que trasladara los montes, pero no tuviera caridad, no sería nada. Y si distribuyera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo, para ser quemado, pero no tuviera caridad, de nada me serviría. La caridad es paciente, es benigna: la caridad no es ambiciosa, no busca sus cosas, no se irrita, no piensa mal, no se alegra de la iniquidad, sino que goza con la verdad: todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. La caridad no desaparece nunca, aunque pasen las profecías, aunque cesen las lenguas, aunque se destruya la ciencia. Porque ahora conocemos sólo en parte, y en parte profetizamos; mas, cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando era niño, hablaba como niño, juzgaba como niño, pensaba como niño. Mas, cuando me hice hombre, abandoné las cosas de niño. Ahora vemos por espejo, en obscuridad; pero entonces (veremos) cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad: la mayor de ellas es la caridad.

ELOGIO DE LA CARIDAD

La Iglesia nos manda leamos hoy el estupendo panegírico de la caridad escrito por San Pablo. Esta virtud, que en sí encierra el amor de Dios y del prójimo, es la luz de nuestras almas; si éstas carecen de ella, viven en tinieblas y cuanto hagan es estéril. El poder mismo de hacer milagros no es capaz de asegurar la salvación a quien no tiene Caridad; sin ella, las obras más heroicas en apariencia, no son más que un lazo más. Pidamos al Señor esta divina luz; por mucho que aquí nos lo conceda en su bondad, nos la guarda sin medida en la eternidad. El día más espléndido de que podemos gozar en este mundo, es tiniebla espesa comparado con los resplandores eternos. La fe se eclipsará ante la realidad contemplada para siempre; la esperanza no tendrá razón de ser en cuanto entremos en posesión de lo esperado. Sólo el amor reinará y tal es el motivo de su preeminencia sobre las otras dos virtudes teologales. He aquí bien destacado el destino del hombre redimido y alumbrado por Cristo; ¿habrá, por tanto, motivo de asombrarse, que deje todo el hombre para seguir a tal caudillo? Pero... cristianos bautizados en esta fe, en esta esperanza, y con primacías de este amor tan celebrado por S. Pablo, se precipitan estos días en desórdenes groseros, por refinados que pretendan mostrárnoslos a veces. Se diría que pretenden los tales extinguir en sí mismos hasta el último fulgor de la luz divina, en conjura manifiesta con las tinieblas. La Caridad, si en nosotros impera, debe hacernos sensibles al ultraje que a Dios hacen, y movernos a solicitar para esos ciegos, hermanos nuestros, la misericordia del Señor. En el Gradual y el Tracto, celebra la Iglesia las bondades del Señor para con sus elegidos. Los libró del pesado yugo del mundo, ilustrándolos con su luz; son su pueblo y ovejas de su rebaño.

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