Domingo de Septuagésima - reflexión espiritual
Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos del domingo de Septuagésima.
Estas gentes se abstienen de todo para recibir una corona que se marchita (Corintios, Cap. IX)
¡Cuántos falsos pretextos destruyen esta comparación y este ejemplo! Si por puros motivos humanos, si por adquirir una gloria tan diminuta, tan superficial, tan corta, si para conseguir una corona de laurel de tan poca duración, y de un precio tan vil como las hojas, han podido los gentiles sujetarse a una vida tan dura, tan incómoda, tan mortificada; ¿qué puede asegurar a los cristianos cobardes que espantados por las imaginarias dificultades de una vida cristiana, sacrifican todas las dulzuras de una vida santa, una gloria cierta y de un precio infinito , la posesión de un Dios, su salvación, una felicidad sin límites?
Cuando se piensa a sangre fría en la irregularidad extravagante de esta lamentable conducta, le da a uno gana de preguntar, ¿si esta especie de gentes son cristianas, o si estos indignos cristianos son hombres racionales? Se diría que hay una especie de fascinación que suspende, por decirlo así, el uso de la recta razón, que embota el entendimiento, e impide el juicio para todo lo que pertenece a la salud y a la conducta cristiana.
Todo espanta, todo disgusta, todo desanima, cuando se trata de vivir conforme al espíritu y a las máximas de la religión, y según las leyes del Evangelio. Bien puede Dios presentar una felicidad eterna, una gloria pura y sólida; bien puede ofrecer al vencedor de las propias pasiones, de estos enemigos mortales de nuestra salvación y de nuestro reposo, una corona preciosa que nunca se marchita, que jamás se desluce, una felicidad completa, satisfactoria, perfecta, y todo esto por algunos días, por algunas horas, por algunos momentos de mortificación de los sentidos y de las pasiones; sin embargo todo nos choca.
Jamás tiene uno bastante salud, es demasiado joven, está muy ocupado, se trabaja mucho, es muy delicado, o de una edad muy avanzada; la abstinencia, el ayuno, son superiores a nuestras fuerzas. No traigamos aquí a la memoria, ni el ejemplo de tantos santos más jóvenes, y más delicados que nosotros; no recordemos el ejemplo de S. Pablo, ni de los atletas: las mismas personas tan jóvenes, tan delicadas, tan atareadas, destruyen con su conducta, sus más especiosos pretextos, y sus más plausibles excusas. Qué no tiene que sufrir en el ejército aquel joven tan delicado, aquel hijo de familias en la flor de su edad. La ambición y el ansia de distinguirse, de adelantarse, y de adquirir nombre, hacen devorar todas las austeridades del servicio.
No pide Dios ciertamente tanto de los que le sirven. ¿Qué no influye sobre un joven corazón el interés y el deseo de hacer fortuna? ; ¿Qué poder no tiene aún sobre los mismos viejos una pasión violenta? Nada cuesta cuando se trata de satisfacerse uno a sí mismo: ¡Vos solo, Dios mío, Vos solo parecéis un Señor muy duro a todos estos esclavos del mundo! Se pasan sin quejarse, y casi sin dificultad, los días enteros sin comer, por hacer la corte a los grandes; se pone en una especie de tortura el cuerpo, para aparecer con un talle terso y agradable; se ayuna rigorosamente, se velan las noches enteras hasta alterar la salud, por asistir a los espectáculos o al baile, nada se hace cuesta arriba para condenarse.
¿Qué vida más cruda, más austera, que la de las gentes de negocios? ¿Y todo es imposible cuando se trata de hacer alguna ligera mortificación, alguna buena obra, por poco penosa que sea, por la salvación propia, por una felicidad infinita, por una gloria eterna, por Dios, a quien se le niega todo? La gloria del mundo aunque falsa, aunque frágil, es incompatible con el deleite, con la delicadeza; no se compra sino a costa de trabajo y de peligros: ¿sería justo que no costase nada el obtener la corona inmortal que el Señor nos propone? Infelices esclavos de la ambición y del interés, ¡cuántas pasiones os veis precisados á mortificar para satisfacer una! Y sin embargo estos honores tras de los que corréis, no depende de vosotros el merecerlos; depende aún mucho menos el obtenerlos después de haberlos merecido. Sí, yo me atrevo a decirlo, no os costaría tanto, os costaría aún mucho menos, el aseguraros una vida exenta de muchos disgustos, una muerte dulce, una felicidad llena y eterna.
Fuente: Año Cristiano de Croisset