Domingo de Sexagésima - reflexión espiritual

Conversión de San Pablo
Reflexión espiritual sobre los textos litúrgicos del domingo de Sexagésima.
Es asombroso que S. Pablo, este vaso de elección, este Apóstol de las naciones, esta brillante lumbrera de la Iglesia, que había bebido en el seno de Dios mismo, por decirlo así, en el cielo, la doctrina que enseñaba, que este doctor de los fieles, tan recomendable por sus trabajos por Jesucristo, tan respetable por el esplendor de su santidad, tan célebre por el número infinito de sus milagros, haya tenido calumniadores, y que para prevenir la seducción se haya visto en la necesidad de justificarse y probar su misión y la autenticidad de su apostolado con razones y hechos incontestables.
Esto prueba que el hombre enemigo que siembra la cizaña, sigue de cerca al padre de familias que siembra el buen grano en su campo; y que los falsos doctores son casi tan antiguos en la Iglesia como los verdaderos apóstoles. Se debe también esperar que mientras hubiere en la Iglesia verdaderos apóstoles, habrá en todos tiempos seductores que pondrán en movimiento todos sus artificios para seducir a los pueblos.
Lo que hay más que temer es la semejanza de los medios de que se sirven los unos y los otros para llegar a sus fines, bien poco semejantes. Los verdaderos apóstoles no trabajan más que por la gloria de Jesucristo; los falsos doctores no buscan más que la suya, y sus propios intereses, por más desinterés que aparenten. Puede aún asegurarse que los artificios de éstos son más imponentes, que el celo más puro de aquéllos; nada se asemeja más a la verdadera caridad, que el falso celo.
Como el espíritu de Dios es el que anima a los verdaderos apóstoles, su caridad es dulce, pacífica, uniforme, compasiva: su celo es ardiente, pero no amargo, ni tumultuoso; ellos dan al alma la paz que la anuncian; no hay nadie excluido para ellos; la salvación de sus contrarios es también objeto de su celo; se hacen todo para todos, para ganarlos todos para Jesucristo; al paso que el celo de los falsos doctores, animado siempre de un espíritu de partido, está por lo común lleno de hiel, es impetuoso, turbulento, siempre acompañado de una odiosa aceptación de personas, siempre apasionado, y siempre falso. La pasión puede muy bien contrahacer la virtud, pero no imitarla.
Como las exterioridades son necesarias para imponer, el falso celo imita artificiosamente todo lo que es capaz de engrosar su partido y engañar: modestia estudiada, mortificación exterior, aire recogido, devoción artificial, maneras afectadas, tono compungido, lamentaciones eternas sobre la relajación de las costumbres, de la moral y de la disciplina, limosnas capciosas, buenas obras de brillo, todo se pone por obra para disfrazarse los lobos que tiran al rebaño.
Bien pueden ladrar los perros que le guardan; los pastores mercenarios emplean la fuerza y el crédito para alejarles, o hacerles callar. Mentiras, calumnias, falsos retratos, todo se emplea, para hacer pasar los más santos doctores, los apóstoles más celosos de Jesucristo, por unos impostores
e hipócritas. S. Pablo no era, al decir de estos calumniadores, sino un enemigo de la ley, un hombre ambicioso, un apóstol sin misión, un hablador sin genio. Para hacer su retrato, empleaban los colores más negros y horrorosos. No teniendo nada que decir contra sus costumbres, se paran hasta en el tono desagradable de su voz, hasta en la irregularidad de su estatura.
Con tal que se le desacredite en el ánimo de los Corintios, nada les importa el camino o el motivo con que lo hagan, al paso que estos partidarios del error no cesan de ensalzar a los que son de su cabala. Todo aquel que les escucha es santo, todo el que les sigue es perfecto. Este espíritu de partido caracteriza todos los herejes. Tales han sido los arríanos, los nestorianos, los eutiquianos,
los pelagianos, y todos los sectarios de los primeros y de los últimos siglos. La máscara impone, es verdad, pero no es difícil distinguir las gentes enmascaradas.
El disfraz solo engaña a aquellos que no miran más que de lejos. Una modestia sin artificio, una humildad sin simulación, un celo puro y sin pasión, una caridad benéfica, que no excluye a nadie de sus beneficios, una piedad humilde, generosa, constante, quitan la máscara al fariseísmo.
Jamás se vio un apóstol de Jesucristo, fiero, orgulloso, duro con los demás, indulgente consigo mismo. Mas no es maravilla, añade S. Pablo, que siendo esta especie de falsos apóstoles operarios
artificiosos, tomen la apariencia de apóstoles de Jesucristo: si el mismo Satanás toma también alguna vez la apariencia de ángel de luz, no es extraño que sus ministros tomen la apariencia de ministros santos: el fin de todos estos, será tal como sus obras.
Fuente: Año Cristiano de Croisset.