El Avemaría - Excelencias, belleza y frutos
El Avemaría resume, en la más concisa síntesis, toda la teología cristiana sobre la Santísima Virgen. En el Avemaría encontramos una alabanza y una invocación. La alabanza contiene cuanto constituye la verdadera grandeza de la Virgen María. La invocación contiene cuanto debemos pedirle y cuanto podemos alcanzar de su bondad.
La excelencia del Avemaría deriva:
- de la Santísima Virgen, a quien fue dirigida;
- de la finalidad de la Encarnación del Verbo, para la cual fue traída del cielo;
- y del arcángel Gabriel, quien fue el primero en pronunciarla.
La Santísima Trinidad reveló la primera parte. Santa Isabel –iluminada por el Espíritu Santo– añadió la segunda, y la Iglesia –en el primer concilio de Éfeso (431)– sugirió la conclusión, después de condenar el error de Nestorio y definir que la Santísima Virgen es verdaderamente Madre de Dios. Ese concilio ordenó que se invocase a la Santísima Virgen bajo este glorioso título, con estas palabras: "Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
La salutación angélica contiene la fe y esperanza de los patriarcas, de los profetas y de los apóstoles. Es la constancia y fortaleza de los mártires, la ciencia de los doctores, la perseverancia de los confesores y la vida de los religiosos. Es el cántico nuevo de la ley de la gracia, la alegría de los ángeles y de los hombres y el terror y confusión de los demonios.
El Avemaría es uno de los cánticos más bellos que podemos entonar a la gloria del Altísimo: Te cantaré un cántico nuevo. La salutación angélica es precisamente el cántico nuevo que David predijo que se cantaría en la venida del Mesías. Alabamos a Dios Padre por haber amado tanto al mundo que le dio su Unigénito para salvarlo. Bendecimos a Dios Hijo por haber descendido del cielo a la tierra, por haberse hecho hombre y habernos salvado. Glorificamos al Espíritu Santo por haber formado en el seno de la Virgen María ese cuerpo purísimo que fue víctima de nuestros pecados. Con estos sentimientos de gratitud, debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza, caridad y acción de gracias por el beneficio de nuestra salvación.
Del mismo modo que la Santísima Virgen con su hermoso cántico, el Magníficat, dirige a Dios las alabanzas y bendiciones que le tributó Santa Isabel por su eminente dignidad de Madre del Señor, así dirige inmediatamente a Dios los elogios y bendiciones que le presentamos mediante la salutación angélica.
El Avemaría es un rocío celestial y divino, que al caer en el alma de un predestinado le comunica una fecundidad maravillosa para producir toda clase de virtudes. Cuanto más regada esté un alma por esta oración tanto más se le ilumina el espíritu, más se le abraza el corazón y más se fortalece contra sus enemigos. El Avemaría es una flecha inflamada y penetrante que, unida por un predicador a la palabra divina que anuncia, le da la fuerza de traspasar y convertir los corazones más endurecidos.
Esta divina salutación atrae sobre nosotros la copiosa bendición de Jesús y María. Efectivamente, es principio infalible que Jesús y María recompensan magnánimamente a quienes les glorifican y devuelven centuplicadas las bendiciones que se les tributan: "Quiero a los que me quieren... para enriquecer a los que me aman y para llenar sus bodegas" (Pr 8,17-21). Es lo que proclaman a voz en cuello Jesús y María. Amamos a quienes nos aman, los enriquecemos y llenamos sus tesoros. Quien siembra generosamente, generosas cosechas tendrá (cf. 2 Co 9,6).
Ahora bien, ¿no es amar, bendecir y glorificar a Jesús y a María el recitar devotamente la salutación angélica? En cada Avemaría tributamos a Jesús y a María una doble bendición: "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". En cada Avemaría tributamos a María el mismo honor que Dios le hizo al saludarla mediante el arcángel San Gabriel. ¿Quién podrá pensar siquiera que Jesús y María –que tantas veces hacen el bien a quienes les maldicen– vayan a responder con maldiciones a quienes los honran y bendicen con el Avemaría?
La reina del cielo -dicen San Bernardo y San Buenaventura- no es menos agradecida y cortés que las personas nobles y bien educadas de este mundo. Las aventaja en esta virtud como en las demás perfecciones y no permitirá que la honremos con respeto sin devolvernos el ciento por uno. “María –dice San Buenaventura– nos saluda con la gracia, siempre que la saludamos con el Avemaría”.
¿Quién podrá comprender las gracias y bendiciones que el saludo y mirada benigna de María atraen sobre nosotros? En el momento en que Santa Isabel oyó el saludo que le dirigía la Madre de Dios, quedó llena del Espíritu Santo y el niño que llevaba en su seno saltó de alegría. Si nos hacemos dignos del saludo y bendición recíprocos de la Santísima Virgen, seremos, sin duda, colmados de gracias y un torrente de consuelos espirituales inundará nuestras almas.
Fuente: El Secreto Admirable del Santísimo Rosario - San Luis María Grignion de Montfort