El cardenal Sebastián y la ordenación de mujeres
El arzobispo emérito de Pamplona también sugiere que puedan ser sacerdotes hombres casados para paliar la falta de clero.
Este viernes presentó, en Madrid, sus memorias el cardenal Fernando Sebastián Aguilar, una de las figuras más relevantes en el último medio siglo de la Iglesia española. Fue rector de la Universidad Pontificia de Salamanca, colaborador del cardenal Vicente Enrique y Tarancón (1907-1994) durante la transición política española, antes y después de la muerte de Francisco Franco (1892-1975), secretario de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Pamplona.
La elevación de monseñor Sebastián a la púrpura fue honorífica, pues fue nombrado cardenal por Francisco en febrero de 2014, ya cumplidos los 84 años de edad.
Desde el punto de vista teológico no es un progresista radical, aunque sí un entusiasta del Concilio Vaticano II y sus reformas que, sin embargo, también sabe ser crítico con algunas de las orientaciones postconciliares, como lo manifiesta en sus Memorias con esperanza (Ediciones Encuentro).
De ahí la sorpresa que supone encontrar en sus páginas estas afirmaciones, que surgen al comentar las dificultades pastorales de las parroquias por la escasez de clero: "No veo con claridad que tengamos que considerar como algo definitivamente cerrado la cuestión de la ordenación sacerdotal de las mujeres. No parece que sea una cuestión de fe. Pienso que si, pasado el tiempo, la Iglesia lo ve conveniente para el bien de las almas, podría reconsiderarlo”. El cardenal Sebastián también se muestra partidario de ordenar a hombres casados como ministros de la Eucaristía que estarían “bajo la dirección y la autoridad” de un presbítero célibe: una extraña jerarquización del sacramento que lo desnaturaliza al convertirlo en algo meramente funcional.
Las palabras del purpurado español son una muestra de la confusión instaurada en la cúpula de la Iglesia. “No parece que sea una cuestión de fe” ni “algo definitivamente cerrado” la ordenación de mujeres, dice. Pues bien: si, desde la proclamación por Pío XII de la Asunción de Nuestra Señora el 1 de noviembre de 1950, ha habido un pronunciamiento papal que se ha parecido a una definición dogmática, es, por la solemnidad del tono y el énfasis en la afirmación, la carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis de Juan Pablo II, del 22 de mayo de 1994 “sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres”. La cual dice claramente: “Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.
Veinte años después de estas palabras, los mismos que canonizan a Juan Pablo II, consideran que lo que él consideró “definitivo” en su documento más auténticamente magisterial, no está “definitivamente cerrado”. ¡Postconcilio en estado puro!