El gran medio de la Oración

Fuente: Distrito de México

Lo olvidamos a menudo: ¡es absolutamente necesario rezar para salvarse!

Necesidad de la oración

Nada más claro que el lenguaje de las Sagradas Escrituras cuando nos hablan de la necesidad de la oración para salvarnos: "Es menester orar siempre y no desmayar… Vigilad y orad para no caer en la tentación… Pedid y se os dará…" Está  Bien claro que las palabras: "Es menester… orad…pedid…" significan y entrañan un precepto y grave necesidad. El docto Leonardo Lessio escribió al respecto: "No se puede negar la necesidad de la oración para salvarse… pues es doctrina evidentísima de las Sagradas Escrituras que la oración es el único medio para conseguir lasa ayudas necesarias para la salvación eterna".

La razón de esto es clarísima: "Sin Mí nada podéis hacer", dice Jesucristo. Con ello nos dio a entender nuestro Salvador que sin su gracia no pedemos realizar el bien. Y lo mismo testifican otros pasajes de la Escritura. Recordemos algunos: "Dios obra todas las cosas en nosotros…" "Yo haré que caminéis por la senda de mis mandamientos y guardéis mis leyes y obréis según ellas". De aquí concluye San León Papa que nosotros no podemos hacer más obras buenas que aquellas que Dios nos ayuda a hacer con su gracia.

Así lo declaró solemnemente el Concilio de Trento: "Si alguno dijere que el hombre, sin la previniente inspiración del Espíritu Santo y sin su ayuda puede creer, esperar, amar y arrepentirse debidamente para que se le conceda la gracia de la justificación, sea anatema".

El hombre por sí mismo es completamente incapaz de alcanzar la salvación eterna, porque dispuso el Señor que cuanto tiene y pueda tener, todo lo tenga con la ayuda de su gracia. Y esta ayuda de la gracia, según su providencia ordinaria, no la concede sino a aquél que reza.

Es verdad que las primeras gracias, como la vocación a la fe y la penitencia, las tenemos sin ninguna cooperación nuestra, según San Agustín, el cual afirma que las da el Señor aun a los que no rezan. Pero el mismo Doctor sostiene que las otras gracias, sobre todo el don de la perseverancia, no se conceden sino a los que rezan.

De aquí que los teólogos, como San Basilio, San Juan Crisóstomo, Clemente Alejandrino y también San Agustín, sostienen comúnmente que la oración es necesaria a todos, como precepto y como medio. Lo cual quiere decir que, según la providencia de Dios, ningún cristiano puede salvarse sin encomendarse a Dios, pidiéndole las gracias necesarias para su salvación. Y lo mismo sostiene Santo Tomás con estas graves palabras: "Después del bautismo le es necesaria al hombre continua oración, pues si es verdad que por el Bautismo se borran todos los pecados, no lo es menos que queda la inclinación desordenada al pecado en las entrañas del alma y por fuera el mundo y el demonio nos persiguen a todas horas".

Y sigue diciendo el Doctor Angélico: "Nosotros, para salvarnos tenemos necesidad  de luchar y vencer, según aquello de San Pablo, El que juega en los juegos públicos, no es coronado si no combatiese según la reglas. Sin la gracia de Dios, no podemos combatir y resistir a los muchos enemigos… Y como esta gracia sólo la da a los que rezan, por tanto, sin oración no hay victoria, no hay salvación".

Y a los que dicen que no es necesario orar, ni pedir a Dios por nuestras necesidades, puesto que Él las conoce mejor aún que nosotros, Santo Tomás contesta que: "No es preciso orar para que Dios conozca nuestra necesidades, pero sí para que nosotros lleguemos a convencernos de la urgencia que tenemos de acudir a Dios para alcanzar los medios convenientes a nuestra salvación, y por ese camino reconocerle a Él como Autor único de todos nuestros bienes".

"Pedid y se os dará… Buscad y hallaréis".

A propósito, San Juan Crisóstomo nos hace esta comparación : "A la manera que la lluvia es necesaria a las plantas para desarrollarse y no morir, así nos es necesaria la oración para lograr la vida eterna". Y en otro lugar nos dice: "Así como el cuerpo no puede vivir sin el alma, de la misma manera el alma sin oración está muerta y corrompida".

Vencer las tentaciones y guardar los mandamientos

La oración es el arma necesaria para defendernos de los enemigos de nuestra alma. "El que no la emplea está perdido", dice Santo Tomás. San Carlos Borromeo dice en una de sus cartas pastorales que, de todos los medios que el Señor nos dio en el Evangelio, el que ocupa el primer lugar es la oración, y hasta quiso que la oración fuera el sello que distinguiera a la Iglesia de las sectas, pues dijo: "Mi casa será llamada casa de oración". Y el Santo Rey David clamaba: "Mírame Señor, y ten piedad de mí, que estoy solo y pobre. A Ti clamé, Señor, sálvame para que guarde tus mandamientos… porque yo nada puedo y fuera de Ti, nadie me podrá ayudar".

Conviene saber que nadie podrá resistir las tentaciones impuras de la carne si no se encomienda a Dios Nuestro Señor en el momento de la tentación. Tan poderoso y terrible es este enemigo que cuando nos combate, se apagan todas las luces de nuestro espíritu y nos olvidamos de las meditaciones y santos propósitos que hemos hecho, y nos parece que en esos momentos despreciamos las grandes verdades de la fe y perdemos el miedo de los castigos divinos. Y es que esa tentación se siente apoyada en la natural inclinación que nos empuja a los placeres sensuales. Quien en esos momentos no acude al Señor está perdido. Ya lo dijo San Gregorio Nacianceno: "La oración es la defensa de la pureza". Y antes lo había afirmado Salomón: "Y como supe que no podía ser puro si Dios no me daba esa gracia, a Dios acudí y se la pedí". La castidad es, en efecto, una virtud que con nuestras fuerzas no podemos practicar; necesitamos la ayuda de Dios, mas Dios no la concede sino a quien se la pida.

Injustamente se excusan los pecadores cuando dicen que no tienen fuerzas para vencer las tentaciones. Atinadamente nos responde el apóstol Santiago cuando nos dice: "Si las fuerzas os faltan,. ¿por qué no las pedís al Señor? ¿No las tenéis? ¡Señal de que no las habéis pedido!"

Oigamos las palabras de San Pablo: "Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho para poder manteneros".

Débiles somos, pero Dios es fuerte, y cuando le invocamos nos comunica su misma fortaleza, y podremos decir como el Apóstol: Todo lo puedo en Aquél que es mi fortaleza.

Acudir a los Santos como a nuestros intercesores

Es cosa buena y útil invocar a los santos para que nos sirvan de intercesores y nos alcancen, por los méritos de Jesucristo, lo que por nosotros mismos no podemos obtener: así lo declaró el Concilio de Trento. Y no se diga que esto es negar el honor debido a Dios, pues es más bien duplicarlo. Santo Tomás sostiene que es cosa muy excelente acudir a muchos santos, porque se obtiene, por las oraciones de muchos, lo que por las de uno solo nos se logra alcanzar. Y si alguno por ventura objetase que no puede servir el recurrir a los santos, pues que ellos rezan por todos los que son justos y dignos en sus oraciones, responde el mismo santo Doctor que, si alguno no fuese digno, cuando los santos ruegan por él, se hace digno desde el momento en que recurre a su intercesión.

La intercesión de María Santísima

Lo que hemos dicho de la intercesión de los santos puede decirse, pero con mucha mayor excelencia, de la intercesión de la Madre de Dios: sus intercesiones valen más que las de todo el Paraíso. Santo Tomás dice de los santos que, según su mérito, así es el poder que tienen de salvar a muchos otros; pero como la Madre de Jesucristo tiene gracias tan abundantes, por eso puede salvar a todos los hombres. San Bernardo, hablando de la Virgen, escribió estas palabras: "Así como nosotros no podemos acercarnos al Padre sino por medio del Hijo, que es mediador de justicia, así no podemos acercarnos a Jesús, si no es por medio de María, que es la Medianera de la gracia y nos obtiene con su intercesión todos los bienes que nos ha concedido Jesucristo". Saca el mismo santo de todo esto una consecuencia lógica, cuando dice que "María ha recibido de Dios dos plenitudes de gracias: la primera, la encarnación del Verbo eterno, que tomó carne humana en su purísimo seno; la segunda, la plenitud de las gracias que de Dios recibimos por su intercesión: Puso el Señor en María la plenitud de todos los bienes, y por tanto, si tenemos alguna gracia y alguna esperanza, si alguna seguridad tenemos de salvación eterna, podemos confesar que todo nos viene de Ella, pues rebosa de delicias divinas…"

Podemos asegurar, por tanto, que todos los bienes que del Señor recibimos nos llegan por intercesión de María. ¿Por qué es así? Porque así lo ha dispuesto el mismo Dios, responde categórico San Bernardo, es voluntad de Dios que todo lo recibamos por manos de María. San Agustín nos da otra razón, y es que María es nuestras Madre; lo es, porque su caridad cooperó para que naciésemos a la vida de la gracia y fuésemos hechos miembros de nuestra Cabeza que es Jesucristo. Pues Ella ha cooperado con su bondad al nacimiento espiritual de todos los redimidos, por eso ha querido el Señor que con su intercesión coopere a que tengan la vida de la gracia en este mundo, y en el otro mundo la vida de la gloria. Es por esto que la Santa Iglesia se complace en llamarla y saludarla con estas suavísimas palabras: "Vida, dulzura y esperanza nuestra".

Nos exhorta San Bernardo a acudir siempre a esta divina Madre, ya que sus súplicas son siempre escuchadas por su divino Hijo. Acudamos a María… el Hijo oirá a su Madre.

Eficacia de la oración

Tan gratas son a Dios nuestras plegarias que ha querido que sus santos ángeles se las presenten apenas se las dirigimos. Para entender mejor la excelencia de nuestras oraciones ante el divino acatamiento, bastará que lean en las Sagradas Escrituras las promesas que ha hecho el Señor al que reza, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Recordemos algunos textos: "Invócame en el día de la tribulación… Llámame y Yo te oiré… Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y  se os abrirá… Cosas buenas dará mi Padre a quien se las pida… Todo aquel que pide, recibe. Todo cuanto pidieren lo hará mi Padre por ellos… Si algo pidiereis en mi nombre, se os concederá".

Así afirma San Juan Crisóstomo: "Cierto es que somos débiles y los enemigos muchos y muy poderosos; ¿cómo, pues, podremos hacerles frente y derrotarlos?" Responde el Apóstol animándonos a la lucha con estas palabras: "Todo lo puedo en Aquel que es mi fortaleza". Todo lo podemos con la oración. San Bernardo escribe: "Fuerte es el poder del infierno, pero la oración es más fuerte que todos los demonios".

¿Qué es la oración? Es áncora para el que está en peligro de zozobrar… tesoro inmenso de riquezas para aquel que nada tiene… medicina eficacísima para los enfermos del alma… defensa segurísima para aquel que quiere conservarse firme en su santidad.

Condiciones de la buena oración

Nos dice Jesucristo que nos concederá todo cuanto le pidamos, pero con la condición de que recemos con las debidas disposiciones. Ya lo dijo el Apóstol Santiago: "Si pedís y no obtenéis lo que pedís, es porque pedís malamente". Y San Basilio agrega: "Si alguna cosa pediste y no la recibiste, fue seguramente porque pediste con poca fe y poca confianza, con pocas ansias de alcanzar la divina gracia; porque pediste cosas no convenientes o porque no perseveraste en la oración hasta el fin".

Debemos pedir no sólo por nosotros mismos, sino por nuestros semejantes, especialmente los pecadores.

Las oraciones que hacemos por los pecadores a ellos les son muy útiles y agradan mucho al Señor. Santa María Magdalena de Pazzis decía así a sus monjas: "Hermanas, Dios nos ha sacado del mundo no sólo para que trabajemos por nosotras, sino también para que aplaquemos la cólera de Dios a favor de los pecadores".

Por tanto, cuando oigamos la Santa Misa, en la comunión, en la meditación, y cuando visitemos a Jesús Sacramentado, no dejemos de pedir por los pobres pecadores. Quien más pide por otros más pronto verá oídas las plegarias que haga por sí mismo.

Pedir cosas necesarias para la salvación.

Santo Tomás nos dice que para que la oración sea eficaz debemos: pedir cosas necesarias para la salvación, pedirlas con piedad y con perseverancia. La promesa que nos hizo Nuestro Señor Jesucristo no es de cosas exclusivamente materiales o que nos sean convenientes para la vida terrena, sino de aquellas gracias que necesitamos para ir al cielo. Dijo el Señor que pidiéramos en su nombre; y no pedimos en nombre del Señor cuando pedimos cosas que son contrarias a nuestra salvación.

Pedimos no pocas veces a Dios bienes temporales, y no nos escucha. Esto es una disposición de su misericordia, porque nos ama y quiere nuestro bien. El médico sabe, mejor que el enfermo, lo que a éste le conviene; y el médico no da al enfermo cosas que pudieran serle nocivas. Algunos piden bienes de fortuna, y el Señor no se los da, porque sabe que aquellas cosas serían para ellos ocasión de pecado o de vivir una vida de tibieza espiritual.

No queremos decir con esto que sea impropio pedir cosas convenientes para la vida presente. Ni es defecto tener por esos bienes materiales una ordenada solicitud. Defecto sería si mirásemos esas cosas terrenales como la suprema felicidad de la vida y pusiéramos en su adquisición exagerado empeño, como si en tales bienes estuviera nuestra felicidad. Por eso, cuando pedimos a Dios gracias temporales, debemos pedirlas con resignación y a condición de que sean útiles para nuestra salvación eterna.

Sucede también a menudo que pedimos a Dios que nos libre de una tentación peligrosa y parece que el Señor no nos escucha y permite que siga la guerra de la tentación. Lo que debemos hacer en esos momentos es clamar con fervor y decir: "Libradme, Señor de este tormento interior; y si permitís que siga, dame la fuerza de resistir hasta el fin". A veces permite que nos azoten las tempestades para de esa manera quede afirmada nuestra fidelidad. Parece Dios sordo a nuestras plegarias perno no es así. Estemos ciertos que en esos momentos se haya muy cerca de nosotros, fortificándonos con su gracia, para que resistamos el ataque de nuestros enemigos. Nos dice el Salmista estas palabras: En la tribulación me invocaste y Yo te libré. Te oí benigno en la oscuridad de la tormenta. Te probé junto a la aguas de la contradicción.

Hay que orar con humildad

Escucha el Señor bondadosamente las oraciones de sus siervos, pero sólo las de sus siervos sencillos y humildes, como dice el Salmista: "Miró el Señor la oración de los humildes". Y añade el Apóstol Santiago: "Dios resiste a los soberbios y da sus gracias a los humildes". Acaeció al apóstol Pedro, el cual, cuando el Señor anunció que aquella misma noche todos sus discípulos le habían de abandonar, él, en vez de confesar su debilidad y pedir fuerzas al Maestro para no serle infiel, confió demasiado en sus propias fuerzas y replicó orgulloso: "Aunque tenga que morir, yo no te negaré". ¿Qué pasó? Tres veces negó a su divino maestro descaradamente, afirmando que no conocía a tal hombre. Si Pedro se hubiera humillado y pedido la gracia de la fortaleza, seguramente no le hubiera negado tan villanamente.

Hay que orar con confianza

Lo que más encarecidamente nos pide el apóstol Santiago, si queremos alcanzar con la oración las divinas gracias, es que recemos con la más firme confianza de que seremos oídos. "Pide con confianza, sin dudar". Santo Tomás nos enseña que así como la oración tiene su mérito por la caridad, así tiene su maravillosa eficacia por la fe y la confianza.

La causa de que nuestra confianza en la misericordia divina sea tan grata a Dios es porque de sea manera honramos y ensalzamos su infinita bondad, que fue la que Él quiso sobre todo manifestar al mundo cuando nos dio la vida. Así lo cantaba el Profeta cuando decía: "El Señor es protector de todos los que esperan en Él. Señor, Tú eres el que salvas a los que en Ti confían".

¿Y cual es el fundamento de nuestra confianza?

Quizás dirá alguno: "Pues si yo soy ruin y miserable, ¿sobre qué fundamento puedo apoyar mi confianza de alcanzar todo lo que pidiere?" Respuesta: Sobre el de la promesa infalible que hizo Jesucristo cuando dijo: "Pedid y recibiréis". ¿Quién puede temer ser engañado cuando el que promete es la misma verdad? Como podemos dudar de la eficacia de nuestras oraciones, cuando Dios, que es la misma verdad, nos garantiza que nos dará todo lo que pidamos? Y añade el mismo santo Doctor: "No nos exhortaría a  pedir si no quisiera escuchar". Pero leamos el Evangelio: "Orad… pedid… buscad…" y alcanzaréis cuanto pidiereis. Pedid cuanto queráis: todo se hará a medida de vuestros deseos.

También los pecadores deben orar

No faltará alguno que dirá: "Soy pecador y por tanto no puedo rezar, pues Dios no escuchará mi oración". Nada más falso. Nos dice San Agustín que si Dios no oyera a los pecadores, hubiera sido inútil la oración de aquel humilde publicano que le decía: "Señor, tened piedad de mí, pobre pecador". Sin embargo, expresamente nos dice el Evangelio que fue oída su oración y que salió del templo justificado. Santo Tomás dice que es oído el pecador cuando reza, ya que su oración no se apoya en la justicia, sino en la bondad de Dios.

Recordemos al Buen Ladrón. ¡Qué grande y maravillosa es la eficacia de la oración! Dos son los pecadores que en el Gólgota están al lado de Jesucristo: uno reza, "Acuérdate de mí", y se salva; el otro no reza y se condena.

Hay que orar con perseverancia

No basta que nuestra oración sea humilde y llena de confianza para obtener la perseverancia final y con ella la salvación eterna. La gracia necesaria para este fin no es sólo una; es más bien una cadena de gracias, y todas ellas unidas forman el don de la perseverancia. A esta cadena de gracias ha de corresponder otra cadena de oraciones, y por tanto, si rompemos la cadena de oración, rota queda la cadena de gracias que han de obtenernos la salvación y estaremos fatalmente perdidos.

Nuestro divino Salvador nos dice: "Es menester orar siempre y no desmayar nunca… Bienaventurado el hombre que me escucha, que vela continuamente a las puertas de mi casa y está de centinela en los umbrales de ella".

Apéndice:

Los Santos insisten en la necesidad de la oración

  • San Juan Crisóstomo: "A la oración deberíamos considerarla como el culmen y el término de todos nuestros bienes… Ella es la que produce en nosotros una vida santa… Es una verdad a todos manifiesta, que sin la oración no se puede vivir virtuosamente".
  • San Hilario: "Habiendo puesto Cristo Nuestro Señor leyes difíciles de cumplir, luego dio este consejo: “Pedid y recibiréis”, para indicarnos la manera de poderlas cumplir… La consecuencia de todas la gracias divinas depende únicamente de la oración".
  • San Pedro de Alcántara: "Sin la gracia de la oración es imposible mortificar la carne; y aún mucho más, mortificar el espíritu".
  • San Francisco de Sales: "No hay cosa que purifique más el entendimiento de ignorancias y de voluntad de afectos depravados que la oración…"
  • San Felipe Neri: "La oración mental y el pecado no pueden estar juntos. Un hombre sin oración es como un animal, que no tiene razón".
  • San Antonio María Claret: "La oración es el más rico y más necesario de todos los dones de Dios".
  • San Agustín: "Si quieres vivir cristianamente con facilidad, haz mucha oración y lo conseguirás".
  • Santa Teresa de Jesús: "La oración es el camino real para el cielo, y camino seguro… Me parece que es perder el camino dejar la oración".
  • Santa Teresita del Niño Jesús: "La oración y el sacrificio son mis armas invencibles; constituyen todas mis fuerzas, y sé por experiencia que conmueven los corazones mucho más que las palabras"
  • Y también Lucía Dos Santos (La vidente de Fátima), en carta a su sobrino el P. José: "Lo que le recomiendo, por encima de todo, es que le llegue al Sagrario y rece. En la oración fervorosa recibe la luz, la fuerza y la gracia que necesita… Nunca considere malgastado el tiempo que pasa en oración".