El minimalismo, enfermedad del catolicismo contemporáneo - Roberto de Mattei
El precepto de la corrección fraterna es un precepto moral positivo. Ponerse de pie y reaccionar cuando oigamos algo contrario a la fe católica es una invitación a manifestar el maximalismo en el amor a Dios y no colocar bajo el celemín la llama de nuestra fe, iluminando con nuestro ejemplo la oscuridad de los tiempos que vivimos.
Estos últimos días circulan por Italia dos videos de internet que motivan a reflexionar. El primero recoge las palabras pronunciadas durante la Misa del Gallo por el P. Fredo Olivero, a cargo de la iglesia de san Roque en Turín:«¿Sabéis por qué no rezo el Credo? ¡Porque no me lo creo!» Entre las carcajadas de los fieles, el sacerdote continúa: «Si alguno lo entiende…, pero después de tantos años he comprendido que era algo que no entendía y no podía aceptar. Cantemos alguna otra cosa que hable de lo esencial de la fe». Entonces, en lugar de la profesión de fe, el sacerdote se ha puesto a entonar Dolce sentire, de la película Hermano Sol, hermana Luna.
El Credo compendia los artículos de la fe católica. Negar uno solo de dichos artículos constituye herejía. Negar el Credo en su totalidad es un acto de apostasía pública. Y negarlo en el momento sagrado de la Misa supone un escándalo intolerable.
La destitución, suspensión a divinis y excomunión del sacerdote deberían haber sido inmediatas. Ninguna de las tres ha tenido lugar. Mientras los medios de difusión divulgaban la increíble noticia, la única voz eclesiástica que ha reaccionado provenía del otro extremo de Italia, en Sicilia, donde el P. Salvatore Priola, párroco y rector del Santuario Mariano de Altavilla Milicia, expresó en una homilía su indignación por las palabras del sacerdote piamontés, y exhortó a sus fieles, y a todos los bautizados, a reaccionar públicamente ante escándalos semejantes.
Un video recoge sus apasionadas palabras: «Hermanos –dijo–, cuando oigáis a un sacerdote decir algo contrario a la fe católica, debéis tener el valor de poneros en pie y decírselo, incluso en plena Misa: ¡no le está permitido! Cuando oigáis cosas contrarias a nuestro Credo, es hora de ponerse de pie. Aunque las diga un obispo o un sacerdote. Levantaos y decídselo: Padre, o Excelencia, no está permitido. Porque hay un Evangelio.: Porque todos estamos obligados por el Evangelio, desde el Papa para abajo. Todos estamos sometidos al Evangelio».
Estas antitéticas homilías imponen algunas consideraciones. Si un sacerdote llega a renegar del Credo católico ante el altar sin incurrir por en sanciones por parte de las autoridades eclesiásticas, nos encontramos verdaderamente en una situación de crisis en el seno de la Iglesia, y de una gravedad inaudita. Tanto que el del P. Frido Olivero no es un caso aislado. Hay millares de sacerdotes en el mundo que piensan igual y obran en consecuencia. Lo que por el contrario parece un caso fuera de lo común, y por tanto merece todo el aprecio de los verdaderos católicos, es la invitación del párroco siciliano a ponerse en pie en la iglesia para amonestar públicamente a un sacerdote, e incluso un obispo, que sea causa de escándalo. Tal corrección pública no sólo es lícita, sino que a veces puede hasta ser un deber.
Es un punto que conviene destacar. La verdadera causa de la crisis actual no radica tanto en la arrogancia de quien ha perdido la fe, sino en la debilidad de quien conservándola prefiere callar a defenderla en público. Este minimalismo es la enfermedad espiritual y moral contemporánea. Para muchos católicos, no hay que enfrentarse a los errores; basta con portarse bien, o sea, que la resistencia debería reducirse a la defensa de los absolutos morales negativos, es decir a las normas que prohíben siempre y sin excepción determinados comportamientos contrarios a la ley natural y divina.
Esto es sacrosanto, pero no debemos olvidar que no sólo existen preceptos negativos que nos dicen lo que nunca se debe hacer; hay también preceptos positivos que nos dicen lo que se debe hacer, cuáles son las obras y actitudes que agradan a Dios y con las que podemos amar al prójimo. Mientras que los preceptos negativos (no matarás, no hurtarás, no cometerás actos impuros) se expresan en términos concretos porque prohíben acciones concretas siempre y en todo lugar, sin excepción, los preceptos positivos (la oración, el sacrificio, el amor a la Cruz) son indeterminados, porque no es posible establecer lo que se debe hacer en toda circunstancia, pero igualmente obligan, dependiendo de las situaciones.
Los modernistas extienden indebidamente la «moral de situación» de los preceptos positivos a los negativos, en nombre del amor de Dios, olvidando que amar significa observar la ley moral, porque Jesús dijo: «El que recibe mis preceptos y los guarda, ése es el que me ama» (Jn. 14,21). Los conservadores, por su parte, adoptan con frecuencia posturas de minimalismo moral, olvidando que el católico debe amar a Dios con todo el corazón, la mente y el alma y con todas sus fuerzas (Mt. 22, 35-38; Mc.12, 28-30).
Por esta razón explica Santo Tomás de Aquino que todos estamos obligados, no sólo al bien, sino al bien mejor; no en el plano de la acción, sino en el del amor (In Evang. Matth.,19, 12).
La primera verdad moral es el amor. El hombre debe amar a Dios sobre todas las criaturas y amar las criaturas según el orden establecido por Dios. Hay actos negativos que jamás se deben realizar, en ninguna circunstancia. Pero hay también actos positivos que, en determinadas circunstancias, es obligatorio realizar. Este deber moral no se basa en un precepto negativo, sino en el amor de Dios.
Los preceptos tienen, pues, un límite inferior: lo que no se puede hacer. Pero no tienen un límite superior, porque el amor a Dios y al prójimo no tiene límites y somos perfectos según la medida de nuestro amor. Juan Pablo II lo explica en el nº 52 de Veritatis Splendor.
«El hecho de que solamente los mandamientos negativos obliguen siempre y en toda circunstancia, no significa que en la vida moral las prohibiciones sean más importantes que el compromiso de hacer el bien como indican los mandamientos positivos. La razón es, más bien, la siguiente: el mandamiento del amor a Dios y al prójimo no tiene en su dinámica positiva ningún límite superior, sino más bien un inferior, por debajo del cual se viola el mandamiento. Además, lo que se debe hacer en una determinada situación depende de las circunstancias, las cuales no se pueden prever todas con antelación».
A la teoría del mal menor debemos contraponer la del bien mayor”. En el plano de la acción, no es posible determinar el bien a priori, porque las buenas acciones que podemos realizar son muchas, inciertas e indeterminadas. Pero si el bien mayor se nos presenta a la conciencia como algo claro, bien definido y posible de realizarse en el momento, la negligencia es culpable: tenemos la obligación moral de hacerlo.
El precepto de la corrección fraterna es un precepto moral positivo. No siempre se está obligado a realizarla, y tampoco se le puede exigir a otros como un deber, pero todos debemos sentirnos en el deber de reaccionar ante las negaciones públicas de la verdad católica. Quien ama verdaderamente a Dios debe imitar el ejemplo de Eusebio, laico y más tarde obispo, que en 423 se alzó públicamente contra Nestorio, el cual negaba la Maternidad Divina.
La exhortación del P. Salvatore Priola a ponerse de pie y reaccionar cuando oigamos algo contrario a la fe católica es una invitación a manifestar el maximalismo en el amor a Dios y no colocar bajo el celemín la llama de nuestra fe, sino en el candelero, iluminando con nuestro ejemplo la oscuridad de los tiempos que vivimos (Mc. 4, 21, 25).
Roberto de Mattei
Fuente: Adelante la Fe