El P. Schmidberger relata 40 años de sacerdocio
Les ofrecemos una entrevista con el P. Franz Schmidberger, con motivo de sus 40 años de sacerdocio, además de una galería de fotos.
Reverendo Padre, Usted festeja este año sus 40 años de sacerdocio. Hace 40 años, la Fraternidad apenas había nacido en la confusión del post-concilio. ¡Iba a entrar en una lucha gigantesca para preservar la Tradición! Usted siguió todas las peripecias de dichas batallas, a la cabeza de la Fraternidad de 1982 a 1994, después, en los diferentes puestos de combate que fueron los suyos. Usted dirige actualmente el seminario de lengua alemana, en Zaitzkofen, donde Ud. reside.
Vocación
1. ¿Cuál es el origen de su vocación?
Yo escuché por primera vez la llamada del Señor con ocasión de una primera misa, celebrada en un pueblo vecino cuya iglesia está dedicada a la Virgen María Inmaculada. Tenía apenas 12 años. Llegando a casa, le dije a mi madre: “Yo también quisiera ser cura”. Ella me respondió: “Si es verdad lo que quieres hacer, te lo permito”. Esta primera llamada se perdió con los años, pero siempre reaparecía, de forma esporádica, sin tomar forma realmente.
2. ¿Por qué razones entró al seminario de Mons. Lefebvre?
El 14 de octubre de 1972, después de haberme graduado en matemáticas, entré al seminario San Pío X en Écône pues, como otros estudiantes del grupo de juventud del cual yo formaba parte en Múnich, me oponía firmemente al Novus Ordo Missæ y a cualquier modernización de la Iglesia. Jamás habría entrado en un seminario si hubiera adoptado la nueva liturgia, y no quería tampoco ser ordenado por un obispo que celebrara la nueva misa.
3. ¿Cómo resumiría sus años pasados en el seminario?
Fue necesario primero mejorar mis conocimientos en francés que se remontaban a la preparatoria. Pero luego el seminario en Écône fue para mí un verdadero tiempo de gracias. En espiritualidad, teníamos un profesor excelente, el P. Gottlieb, que se había formado también en el Seminario francés de Roma. El canónigo Berthod, Director del seminario y profesor de teología moral, enraizó profundamente en nosotros la enseñanza escolástica de la Iglesia. Estaba, además, el Padre Spicq, un dominico, para la exégesis, y el Padre Mehrle, dominico también, para los cursos de dogma. Para la vida de oración y el combate espiritual, recibimos nuestra formación del Padre Barrielle, Director espiritual, que nos transmitió también el tesoro invaluable que son los Ejercicios Espirituales de San Ignacio: hizo todo lo que estuvo en sus manos para que nosotros pudiéramos, por nuestra parte, predicar los retiros ignacianos. Jamás se lo agradeceremos lo suficiente.
Pero, por encima de todo, estaba la figura de Mons. Lefebvre, que, como hombre de Iglesia, marcaba el rumbo a seguir y, como verdadero padre de los seminaristas, enraizó en nuestros corazones la aversión a los errores modernos, el liberalismo y el laicismo. Entre los mayores eventos del seminario, tuvimos la visita canónica de noviembre de 1974 y la supresión –totalmente ilegal – de la Fraternidad el 6 de mayo de 1975, que trajo consigo la salida de una docena de seminaristas que no tenían firmeza.
4. En un solo año, ¡Usted recibió el subdiaconado, el diaconado y el sacerdocio! Usted fue ordenado sacerdote el 8 de diciembre de 1975, en la fiesta de la Inmaculada Concepción; ¿podría explicarnos estas circunstancias?
Como ya había estudiado un poco de filosofía en Múnich, inmediatamente después del año de espiritualidad, me adelantaron al tercer año. En aquella época, la formación en el seminario se limitaba aún a cinco años de estudios; recibí, pues, de manera del todo normal el subdiaconado el 29 de junio de 1975, durante el Año Santo. Un poco antes, Mons. Lefebvre me había encargado de la organización del seminario en lengua alemana, en Weissbad (Suiza), que abrió efectivamente sus puertas el 16 de julio, en la fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Un joven sacerdote francés, recién ordenado, tenía que ser su director. A mediados de septiembre, después de una reunión preparatoria, éste dijo a Monseñor: “No puedo estar solo aquí; necesito que el Padre Schmidberger venga a ayudarme”. Al día siguiente por la mañana, nuestro fundador confesó: “Dormí mal esta noche”. Después, volviéndose hacia mí, me dijo: “Quédese aquí para que sean al menos dos miembros de la Fraternidad. Adelantaré su ordenación. Usted puede terminar aquí sus estudios dando ya algunos cursos”. De esta manera, al final del retiro de reingreso, el día de la fiesta de la Maternidad de la Santísima Virgen, me ordenó diácono en Weissbad, después sacerdote en Écône, el 8 de diciembre. Mi alegría por haber recibido las tres órdenes mayores durante el Año Santo fue inmensa.
Superior General
5. Usted se codeó con Mons. Lefebvre durante muchos años, ¿cómo llegó a confiarle cuando aún vivía, la dirección de la Fraternidad?
Acompañado por el Padre Wodsak, me encontré por primera vez con Mons. Lefebvre el 12 de marzo de 1972, domingo de Laetare, en Friburgo, Suiza, donde estaba la casa de la Fraternidad. Le ayudamos en su Santa Misa y hablamos de nuestra inscripción en el seminario de Écône. En 1976, me confió la dirección del seminario alemán, primero dos años en Weissbad, después un año en Zaitzkofen. Después, me nombró superior del distrito de Alemania y Austria, que en aquellos comienzos formaba tan sólo una entidad.
Como hombre sabio, que no busca su propia gloria, se preocupaba de la perpetuación de su obra después de su muerte y pensaba en un sucesor, al cual podría dar consejos y asistencia durante el tiempo que le quedara por vivir. Así, el Capítulo General de 1982 escogió, bajo su propuesta, a mi humilde persona como Vicario General, con el derecho de sucederlo a la cabeza de la Fraternidad. Después en 1983, cuando anunció a los fieles, que vinieron a las ordenaciones sacerdotales, el día de la fiesta de San Pedro y San Pablo, su decisión de dejar la dirección de la Fraternidad, les pidió dirigirse a partir de entonces a su sucesor.
6. ¿Cuáles son sus recuerdos de 1988?
Nuestro venerable fundador me compartió por primera vez sus reflexiones sobre la consagración de obispos de agosto de 1983, después de algunos problemas de salud. En un principio, la idea fue inmediatamente descartada. Monseñor consultó a sacerdotes y laicos en 1985. En La Reja, conversó con Mons. De Castro Mayer a quien animó a hacer primero una consagración en Campos, pero sin éxito. Con la reunión de Asís en 1986 y las respuestas muy decepcionados a nuestras Dubia sobre la libertad religiosa, resolvimos hacer de común acuerdo, un último intento para obtener una solución pacífica de nuestra situación. Aceptábamos la visita canónica propuesta por Roma, que fue llevada a cabo por el cardenal Gagnon y Mons. Perl del 8 de noviembre al 8 de diciembre de 1987. Como Monseñor se daba cuenta que no podía otorgar ninguna confianza a las personas establecidas en Roma en aquella época, a pesar del informe muy positivo de esta visita, él se preparaba a pesar de la presión, de las influencias y de las súplicas de todas partes, para proceder a las consagraciones del 30 de junio, para el bien de la Iglesia. Un solo pensamiento lo guiaba, en efecto: sin obispo católico, no hay sacerdote católico; y sin sacerdote católico, no hay Santa Misa. Para esto, los candidatos a las ordenaciones fueron escogidos de común acuerdo entre Mons. Lefebvre y el Superior General.
7. Después de las consagraciones de 1988, ¡Usted era Superior General de una pequeña congregación, en problemas con Roma, con 5 obispos, incluyendo al fundador! Pero su expansión misionera fue increíble. ¿Cómo vivió Usted estas contradicciones?
Cuando Monseñor puso a la Fraternidad en otras manos, ésta poseía casas en doce países: en Francia, España, Italia, Alemania, Austria, Suiza, Inglaterra, Irlanda, Estados Unidos, Canadá, Argentina y Australia. A esto se añadieron cinco fundaciones en 1984: México, Colombia, Sudáfrica, Holanda y Portugal. En 1986, la Fraternidad se estableció en Gabón, en la India, en Nueva Zelanda y en Chile; en 1987, en Zimbabwe. En 1988, el Seminario Holy Cross abría sus puertas en Australia. Después la expansión se hizo significativamente más lenta, a fin de consolidar la obra del interior. Fue sólo en 1993 cuando apareció la primera fundación en Polonia y la extensión del apostolado hacia los países del Este [europeo].
Las ordenaciones sacerdotales fueron muy numerosas en aquellos años. El seminario de Écône estaba tan lleno que resultó indispensable un reparto de seminaristas con un nuevo seminario en Francia, el de Flavigny.
Naturalmente, no fue fácil dirigir esta obra, pues era necesario al mismo tiempo la cohesión interna y reponder a la vez a las solicitudes de los fieles de todo el mundo que pedían nuestra llegada. Con la gracia de Dios, la Fraternidad consiguió todo ello, no sin muchas dificultades, pruebas y cruces, pero también con alegrías y consuelos profundos.
8. ¿Hay algún recuerdo particular que conserve Usted de esos años de expansión misionera?
Un episodio extremadamente triste, el de la gran crisis que atravesó el seminario de La Reja, en Argentina, y los distritos de Sudamérica y de México en 1989. En un solo día, era el 21 de junio, la mitad de los seminaristas, movidos por su antiguo Director, se iban burlándose y denigrando a la Fraternidad. En cambio, la reconstrucción de nuestro apostolado en los Estados Unidos, después de la gran crisis de 1983, fue una alegría profunda, el fruto maravilloso de la constancia, de la paciencia y de la perseverancia.
Por todas partes nos agradecían nuestro apoyo para mantener la fe católica y para abrir de nuevo las fuentes de la santificación celebrando la Misa de siempre y dando los sacramentos, como los recibieron nuestros padres. ¿Hay acaso alegría más grande que contribuir a mantener la fe en numerosas familias, a celebrar la Santa Misa según el antiguo y venerable rito, en tantos países? Todo eso deja buenos recuerdos, profundamente grabados en el espíritu, y lleva siempre el alma al reconocimiento y a la admiración para con Dios.
El 8 de diciembre de 1984 fue un día absolutamente inolvidable cuando la Fraternidad, con todos los superiores reunidos en Écône, se consagraba solemnemente a la Santísima Virgen, para que no fuese ya nuestra obra, sino Su obra, para que Ella conservara a cada uno de sus miembros con una fidelidad a toda prueba.
9. El día del entierro de Mons. Lefebvre, Usted tuvo la delicada misión de pronunciar el sermón. Una vez huérfano, ¿a qué punto y cómo continuó siendo Monseñor su consejero?
En primer lugar, responderé a esto: poco tiempo después de la desaparición de este gran hombre, el cardenal Thiandoum me preguntó si había milagros atribuidos a Mons. Lefebvre. Yo le dije que el más grande milagro que hacía, cada día, era el mantenimiento de la Fraternidad e incluso su continua expansión. El Cardenal sonrió y pareció satisfecho con esta respuesta.
Además, nuestro fundador nos legó, a todos nosotros, una rica herencia, sobre todo con esta consigna: “Ni liberal ni modernista, ni cismático tampoco”, -es decir, separado de Roma dejándose llevar por el error del sedevacantismo- luego permanecer católico, católico romano. Además, nos bastaba simplemente con seguir su enseñanza, su espiritualidad, sus numerosas instrucciones espirituales, y su ejemplo, para permanecer en el camino que él había trazado.
Y es del todo cierto que, en la eternidad, él sostiene de manera especial a los que llevan la responsabilidad de la Fraternidad San Pío X, como lo hizo en vida.
10. En 1994, Mons. Fellay fue elegido Superior General y Usted recibió el cargo de Asistente. ¿Puede comentar esta experiencia? ¿Ha medido aún más la virtud de Mons. Lefebvre cuando le dejó dirigir su obra?
La enseñanza de esta elección es la siguiente: aquel que debe dirigir la Fraternidad es aquel a quien los co-hermanos, conforme a los estatutos, entregan su confianza, independientemente de si es obispo o simple sacerdote. Monseñor nos dio un bello ejemplo de humildad y de sentido del bien común, sea para la obra que él fundó o para la Iglesia. Después de su retiro, se sentaba en segundo lugar en la mesa, dejando el primero al Superior General. Conviene, en tales momentos, recordar las palabras de Jesucristo: “Cuando hayáis hecho lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos” (Lc 17, 10). Finalmente debemos, o más bien tenemos, el honor de servir a una causa que supera enormemente nuestras personas: Dios y su reino sobre la tierra. ¡Qué gracia, qué privilegio!
Recuerdos y ánimos
11. Usted estuvo lo más cerca posible de Mons. Lefebvre en sus negociaciones con Roma desde los comienzos de la Fraternidad. Las circunstancias cambiaron de Pablo VI a Juan Pablo II. Durante un tiempo, Monseñor tenía apoyos, aliados e incluso amigos. Después buscó apoyos, esperó reacciones. Negoció un acuerdo antes de reconocer la evidencia de que no recibiría la ayuda necesaria para la Tradición. Entonces consagró a los obispos. Según Usted, ¿pensó él que nada se podría hacer ya con las autoridades romanas y que sólo un milagro los podría convertir? ¿Le dio algunas directivas, consejos para el futuro?
Mons. Lefebvre preveía muy bien, después de las consagraciones episcopales, la posibilidad de nuevas conversaciones con Roma. Un día, a propósito de la dirección futura de la Fraternidad y en particular del Capítulo general por venir, en 1994, me dijo muy precisamente lo siguiente: “Si Roma reestablece relaciones con Usted, más vale evitar que un obispo sea Superior General, pues será quizá difícil para las autoridades romanas tratar con un obispo ‘excomulgado’; si no es el caso, un obispo puede entonces retomar la dirección de la Fraternidad”.
Él contaba con que un día las cosas se normalizarían y deberían normalizarse, con relación, en particular, a lo que los hechos mostraban: por un lado, el rechazo y la descomposición rápida y continua de la Iglesia oficial, por otro, la extensión continua y el desarrollo de la Fraternidad. Justo en lo tocante a dichos contactos, Monseñor nos precisó el camino a seguir: no puede haber ningún compromiso con la doctrina ni con la fe católica en su integridad, pero se puede mostrar flexibilidad cuando se trata de la aplicación de principios. Dicho de otra forma, fortiter in re, suaviter in modo [inflexible en el fondo, suave en la manera]. Si las autoridades romanas y, en particular, el Papa mismo, nos llaman a unir nuestros esfuerzos para recristianizar la sociedad, entonces no podremos sino alegrarnos cuidando, sin embargo, conservar nuestra integridad, permaneciendo tal como somos.
12. La tradición católica, a través de la confesión de la fe y sus muchas obras, está viva hoy. La antorcha ha pasado a la generación siguiente. ¿Qué ánimo daría Usted a los que están tentados por la fatiga o la amargura? ¿Qué diría a los jóvenes que gozan ahora de tesoros ganados a costa de tantos esfuerzos?
No hay más que una solución: combatir hasta el final al modernismo y al liberalismo dentro de la Iglesia con las armas del espíritu, es decir, con la sana doctrina, una espiritualidad profunda basada en la Santa Misa, y por la santidad de vida. Sólo cuando la fe, la liturgia y la vida se compaginan totalmente, se completan armónicamente, es cuando nuestra postura es convincente y obtendrá la larga la victoria. Continuemos pues, combatiendo; Dios mismo, en su momento, dará la victoria en la Iglesia y en la sociedad, no a nosotros, sino a Cristo Rey y Sacerdote eterno.
Del resto, hay también ligeros progresos visibles, por ejemplo, el otorgamiento formal de una jurisdicción para la confesión a los sacerdotes de la Fraternidad durante el Año Santo, a pesar del hecho de que administramos este sacramento de forma válida y lícita, debido al estado de necesidad en la Iglesia. En resumen, la fatiga y la amargura son ambos malos, muy malos consejos, sobre todo en la difícil situación de hoy.
13. Hoy Usted está encargado del seminario de lengua alemana, de la formación de los sacerdotes. Después de 40 años de sacerdocio, ¿qué le gustaría decir a los seminaristas?
Nosotros disponemos de una herencia preciosa a la cual hay que ser fieles: la herencia de un verdadero padre que abrió de nuevo, para nosotros, los tesoros de la unción sacerdotal y del sacerdocio real de Jesucristo, y las fuentes de la santidad. Él también nos mostró, gracias a su larga experiencia misionera, cómo reconstruir una cristiandad con seminarios, parroquias, escuelas, casas de retiros, centros de fe y de caridad cristianas.
Esta llave, este empleo de todos los medios que Nuestro Señor Jesucristo nos dejó, es lo que falta hoy a la mayoría de los obispos, incluso a aquellos que tienen buena voluntad, que ven y que reconocen el desastre de la Iglesia; en particular la oración perseverante, la confianza en la Divina Providencia y también la penitencia.
14. Este año Usted viajó a los Estados Unidos para predicar retiros sacerdotales. Usted volvió a visitar algunas de nuestras capillas norteamericanas. ¿Cuáles fueron sus impresiones? ¿Qué mensaje tiene Usted para nuestros lectores estadunidenses?
Estos dos viajes a los Estados Unidos me permitieron ver que el apostolado allí es próspero. No puedo más que felicitar a mis co-hermanos, agradecerles por su trabajo y animarlos a continuar en este camino que es católico. No hay otra solución para los problemas de la Iglesia y de la sociedad.
Quisiera también agradecer a los fieles americanos por su apoyo enérgico y su ayuda durante todos estos años. Su fidelidad ha pagado y producido muchos frutos. Continúen este trabajo, queridos fieles, con todos sus talentos, todas sus capacidades, continúen apoyando con el espíritu limpio y el corazón ardiente a esta obra, que no es nuestra, sino de Nuestra Señora, de Su Doloroso e Inmaculado Corazón.
Le agradecemos de todo corazón, Reverendo Padre. Con nuestras felicitaciones y gratitud por estos 40 años de fidelidad, cuente con nuestras oraciones. Ad multos annos! Hacemos nuestra la oración de Mons. Lefebvre el día de su ordenación:
La fidelidad, si está unida a la virtud de fe como su fundamento, en su práctica, la fidelidad está vinculada a la virtud de fortaleza. Es esta fuerza, este don de fortaleza, que pedimos al Espíritu Santo, os dé en vuestro sacerdocio”.
Palabras recogidas por el distrito de los EE.UU.: http://www.sspx.org