¡El Papa Francisco defiende la doctrina de Lutero!

Fuente: Distrito de México

¡El Papa Francisco defiende la doctrina herética de Lutero justificándolo así: “No se equivocó en este punto tan importante”!

El Papa Francisco rara vez ha ido tan lejos en sus palabras contrarias a la verdadera doctrina católica e insultantes para el pasado de la Iglesia. Si su declaración en favor de los homosexuales en la cual se atrevió a afirmar que “la Iglesia debe pedir perdón por no haberse portado bien en tantas ocasiones”, provocó una gran controversia en internet, y es usada por todas las organizaciones en favor de los homosexuales y los medios sujetos a la presión del lobby LGBTI quienes encontran en Francisco a un aliado de peso; otras palabras de Jorge Mario Bergoglio tienen un fuerte olor a azufre.

Hay una doctrina católica sobre la justificación, el pecado, la justicia y la misericordia divinas, de la que con algunas palabras, durante la conferencia de prensa del vuelo que le trajo de regreso a Armenia, el lunes 27 de junio de 2016, el Papa Francisco se burló públicamente, ¡desde lo alto de su autoridad apostólica! ¿Será doctrinalmente protestante? Cada cual se lo puede preguntar al leer sus palabras laudatorias de la tesis herética de Lutero respecto a la justificación por la sola fe.

A la pregunta que un periodista le hizo: “Usted irá en octubre a Suecia para conmemorar los 500 años de la Reforma, ¿piensa que es el momento adecuado no sólo para rememorar las heridas que sufrieron ambos lados, sino para reconocer los dones y también quizá para levantar la excomunión de Lutero?”. El actual sucesor de Pedro, normalmente garante de la integridad de la fe, ¡fue mucho más lejos aún que con lo que dijo de los homosexuales! Él sencillamente, lanzando golpes con garras afiladas a la Iglesia del siglo XVI, glorificó la doctrina protestante sobre la justificación por la sola fe sin obras, doctrina condenada, sin embargo, como herética por la Iglesia Católica previa al Concilio Vaticano II. Además, el Papa alabó al depravado Martín Lutero:

Yo creo que las intenciones de Martín Lutero no eran equivocadas, era un reformador. Tal vez algunos de sus métodos no eran justos, pero en ese tiempo, si leemos la Historia de Pastor -un alemán luterano convertido al catolicismo-, vemos que la Iglesia no era ciertamente un modelo a imitar: corrupción, mundanidad, apego al dinero y al poder. Y por esto, él protestó. Él era inteligente e hizo un paso más adelante explicando por qué lo hacía. Hoy, protestantes y católicos, estamos de acuerdo sobre la doctrina de la justificación: él no se equivocó sobre este punto tan importante. Hizo un medicamento para la Iglesia, y luego este medicamento se ha consolidado en un estado de cosas, en una disciplina, en una forma de hacer, de creer. Y luego estaba Zwingli, estaba Calvino, y detrás de ellos, estaba el principio cuius regio eius religio[1]. 

Debemos meternos en la historia de ese tiempo que no es fácil de entender. Luego fueron avanzando las cosas. Este documento sobre la justificación, es uno de los más ricos.”

Ante todo, el retrato que Francisco pinta del reformador es más que erróneo. El que la Iglesia militante haya tenido necesidad en esos tiempos, y en otros, de una reforma en el ámbito de las costumbres y de la disciplina eclesiástica, no legitima en modo alguno la revolución doctrinal y dogmática de Lutero, como lo pretende el Papa Francisco. Menos aún cuando la Iglesia ha demostrado que sabe reformarse: el Concilio de Trento, acta de reforma disciplinar, preservó el dogma inmutable de la fe.

Monje apóstata, borracho y blasfemo, viviendo en concubinato con una religiosa, Lutero no buscó un “medicamento para la Iglesia”, sino un “medicamento” doctrinal para justificar sus propios pecados, su “profunda neurosis de angustia”. Según las palabras de un psicoanalista freudiano, Roland Dalbiez, su obsesión por la muerte y la condenación eterna, su desesperanza, le hacía buscar con frecuencia el suicidio.

Tienes que mirar a Cristo, (...); tú, entonces, estarás seguro frente a frente a los pecados, a la muerte y al infierno. Tú dirás, entonces: mis pecados no son míos porque ellos no están en mí, sino en otro, a saber, en Cristo, por lo que no pueden dañarme. Se requiere, en efecto, un esfuerzo extremo para poder aferrar estas cosas a través de la fe y creerlas hasta el punto de decir: yo he pecado y yo no he pecado, a fin de que sea vencida la conciencia, esta dominadora potentísima que a menudo ha arrojado a los hombres a la desesperación, al cuchillo o a la cuerda. Es conocido el ejemplo de un hombre que, atormentado por su conciencia, decía: yo no he pecado. En efecto, la conciencia no puede estar tranquila sino cuando los pecados son alejados de su mirada. Es necesario, entonces, que ellos sean alejados de tu mirada, de modo tal que tú mires no lo que has hecho, no tu vida, no tu conciencia, sino a Cristo…” (In Esaiam prophetam scholia, c. 53).

La justificación por la sola fe, de Lutero, es el “yo he pecado y no quiero reconocerlo”, y el “de todas formas tengo fe en Cristo, Él me salva”; por lo tanto, no se necesitan buenas obras. Es el rechazo del libre albedrío, el silencio arbitrario impuesto a la conciencia que mueve al alma a arrepentirse y lamentarse delante de Dios, es, definitivamente, la negación de la justicia y la misericordia divinas: “A todo pecado, misericordia. Una falta reconocida es una falta ya perdonada”. Es una revuelta contra la doctrina católica sobre la justificación por la fe y las obras, necesarias para la salvación.

Lutero, como su ilustre compañero de desesperación, Judas Iscariote, no creyó en esta misericordia. Es por eso que de su cabeza atormentada y desesperada, erige un sistema moral y doctrinal para acallar su conciencia. Así aconsejó a uno de sus estudiantes, Jérôme Weller, escrupuloso como él:

Cada vez que el demonio te atormente con estos pensamientos de tristeza, busca en seguida la compañía de tus pares, o ponte a beber o a jugar, y hacer chistes picantes, busca divertirte. Debemos cometer incluso algún pecado, por odio y desprecio hacia el demonio, a fin de no darle la ocasión de crearnos escrúpulos por nada!

¡Oh! ¡Si pudiera encontrar algún buen pecado para burlarme del diablo y para hacerle comprender que no reconozco ningún pecado y que mi conciencia no me reprochará ninguno! ¡Es absolutamente necesario apartar de nuestros ojos y de nuestro espíritu todo el decálogo! ¡El diablo  quiere atormentarme y burlarse de mí!”

Fue mediante el suicidio que Lutero puso fin a una vida de libertinaje y desesperación. Sin embargo, su doctrina diabólica, que atacó, entre otras cosas, al Santo Sacrificio de la Misa y al Sacramento de la confesión (ya que no habría necesidad de confesión ni de un sacrificio incruento para las almas que han sido devifinitivamente salvadas, hagan lo que hagan) creó rivales, dividiendo a Europa en dos; y después, el funesto Concilio Vaticano II, ha ganado muchos de los espíritus eclesiásticos conciliares, inclyendo entre ellos el del Papa Francisco. Además de la concepción totalemente distorsionada de misericordia, defendida por el Papa argentino, misericordia laxa que propone al pecado, sin arrepentiemiento del mismo y sin satisfacción o penitencia, no es más que una emanación de la falsa doctrina de Lutero.

“Hoy, buscamos el camino para reencontrarnos después de 500 años”, explicó Francisco durante la conferencia de prensa. “Creo que en primera instancia debemos rezar todos juntos y en seguida, debemos trabajar por los pobres, los refugiados, los inmigrantes y por tantas personas que sufren... Debemos trabajar juntos por la paz…” Es necesario que en este enredo en el que la doctrina protestante es ya la gran victoriosa, la Iglesia Conciliar imponga al menos algunas cosas a los protestante: son las buenas obras negadas por Lutero, pero no cualquiera. ¡Las obras "sociales", "humanitarias", "por la paz"!

Por ello no hay que asombrarnos de que Francisco, el revolucionario, sujeto a tal concepció de la justificación, de la misericordia y de las buenas obras, excuse a los homosexuales, al punto de mandar a “los católicos a pedirles disculpas... se lo deben”. ¡Una doctrina errónea, moral distorsionada!

Francesca de Villasmundo

Fuente: MCI – medias-catholique.info

[1] Frase latina que significa que la confesión religiosa del príncipe se aplica a todos los ciudadanos del territorio. Una traducción aproximada sería: "según sea la del rey, así será la religión [del reino]". Es, pues, una declaración de lo que se podría denominar “Religión de Estado”.