El Sagrado Corazón y la Eucaristía
Conocer el amor de Jesucristo y estar llenos de Él es el reino de Dios en el hombre. Estos son precisamente los frutos de la devoción al Sagrado Corazón que vive y nos ama en la Eucaristía. Esta devoción es el culto supremo del amor. Es el alma y el centro de toda la religión(…) Estudiemos tal amor delante de la Hostia en la cual está ardiendo por nosotros.
S. Pablo deseaba que los efesios conocieran la incomparable ciencia de la caridad de Cristo para con el hombre. No podría haberles deseado algo más hermoso(...)
La devoción al Sagrado Corazón tiene un doble objeto: 1. Honrar el Corazón físico de Jesucristo. 2. Alabar el amor infinito que nos ha tenido desde su creación, el cual sigue consumiéndolo en el Sacramento de nuestros altares.
El Corazón físico de Cristo Dios
El corazón es el órgano más noble. Se halla colocado en medio del cuerpo como un rey en medio de sus estados. Está rodeado de los miembros principales, que son como sus ministros y oficiales: los mueve comunicándoles el calor vital acumulado y reservado que hay en él. Es la fuente de donde emana la sangre para todas las partes del organismo regándolas y refrescándolas. Esta sangre, debilitada por la pérdida de principios vitales, vuelve desde las extremidades al corazón para renovar su calor y recobrar nuevos elementos de vida.
Lo que es verdad tratándose del corazón humano, lo es también tratándose del Corazón de Jesús. Es la parte más noble del Cuerpo del Hombre-Dios unido hipostáticamente al Verbo, por lo cual merece el culto supremo de adoración. El culto que tributamos al Corazón pasa a la Persona adorable que lo posee y a la cual está unido para siempre. Al honrar a su Corazón, lo que en realidad pretendemos es celebrar todas sus acciones, su vida entera, que no es otra cosa que la difusión de su Corazón al exterior.
Así como en el sol se forman y de él emanan los rayos ardientes que fertilizan la tierra comunicando mayor vigor a todo lo que tiene vida, así también del corazón parten esas dulces y vigorosas energías que llevan el calor vital y la fuerza a todos los miembros del cuerpo. Si languidece el corazón, todo el cuerpo se debilita con él, si el corazón sufre, todos los miembros sufren. De modo semejante, la función del Corazón de Jesús consistió en vivificar, fortalecer y conservar todos los miembros su Cuerpo mediante la acción continua que en ellos ejercía, de tal modo que su Corazón fue el principio de las acciones, afectos y virtudes de toda la vida del Verbo encarnado. Y, dado que el corazón es el foco del amor y que el móvil de toda la vida de Jesús fue el amor, hay que que referir a su Corazón Sacratísimo todos los misterios de su vida y todas sus virtudes.
El Corazón de Jesús fue el órgano de su amor. Experimentó todas las sensaciones de amor que pueden conmover al corazón humano con la diferencia de que, amando el alma de Jesucristo con un amor incomparable e infinito, su Corazón ha sido y es una hoguera inmensa de amor de Dios y de los hombres, de donde salen continuamente las llamas más ardientes y puras del amor divino. Esas llamas le abrasaron desde el primer instante de su Concepción hasta el último suspiro de su vida, las cuales, después de la Resurrección, no han cesado ni cesarán jamás de abrasarle. El Corazón de Jesús ha latido y late cada día con innumerables actos de amor, dando más gloria a Dios con cada latido que la que pueden darle todos los actos de amor de los ángeles y de los santos.
El alma devota del Sagrado Corazón se ejercitará especialmente en actos de amor divino y, como el Santísimo Sacramento es la prenda sensible y permanente del amor, en la Eucaristía encontrará el Corazón de Jesús, donde ha de aprender a amar.
El amor infinito que lo consume
Queriendo Jesucristo ser siempre amado por el hombre, éste último debe manifestarle siempre su amor y, así como para vencer y conquistar nuestro corazón tuvo el buen Dios necesidad de hacerse hombre, sensible y palpable, así también, para que su conquista quede asegurada, debe continuar haciéndole sentir un amor sensible y humano. La ley del amor es perpetua y la gracia que necesitamos para poder amar debe serlo también. El Sol de amor no debe ocultarse nunca al corazón del hombre ya que éste se enfriaría y llegaría a morir helado por el frío de la muerte y del olvido. El corazón del hombre no se entrega sino a seres vivos y sólo admite uniones con otro amor actual que sienta y que le dé pruebas actuales de su existencia.
Pues bien, todo el amor de la vida mortal del Salvador, su amor infantil en el pesebre, su amor lleno de celo apostólico por la gloria de su Padre durante su predicación, su amor de víctima sobre la Cruz, todos esos amores se hallan reunidos y triunfantes en su Corazón glorioso que vive en la Eucaristía. Aquí debemos buscarle para alimentarnos de su amor. También está en el cielo, pero para los ángeles y los santos ya coronados. En la Eucaristía está para nosotros: nuestra devoción al Sagrado Corazón debe ser eucarística...
Es verdad que este Corazón no está allí de un modo sensible, tampoco se le puede ver, pero lo mismo ocurre con todos los hombres. Este principio de vida conviene que sea misterioso, que esté oculto: descubrirlo sería matarlo. Sólo se conoce su existencia por los efectos que produce. El hombre no pretende ver el corazón de un amigo, le basta una palabra para cerciorarse de su amor. ¿Qué diremos del Corazón divino de Jesús? Él se nos manifiesta por los sentimientos que nos inspira y esto debe bastarnos. Por otra parte, ¿quién sería capaz de contemplar la belleza y bondad de este Corazón? ¿Quién podría tolerar el esplendor de su gloria o soportar la intensidad del fuego devorador de su amor capaz de consumirlo todo? ¡El Corazón de Jesús! ¡Ah, es el cielo de los cielos, habitado por Dios mismo, en el cual encuentra todas sus delicias! ¡No, no vemos el Corazón eucarístico de Jesús, pero lo poseemos! ¡Es nuestro!
El Sagrado Corazón nos protege: mientras que Cristo, encerrado en una débil Hostia, parece dormir el sueño de la impotencia, su Corazón vela: Ego dormio et cor meum vigilat:“Yo duermo, pero mi Corazón está despierto” (Cant 5, 2). Vela, pensemos o no en Él. No descansa. Continuamente está pidiendo perdón por nosotros a su Padre. Nos escucha con su Corazón y nos preserva de los golpes de la cólera divina provocada por nuestros pecados. En la Eucaristía, como en la Cruz, está su Corazón abierto dejando caer sobre nuestras cabezas torrentes de gracias y de amor. También está para defendernos de nuestros enemigos, como una madre que para librar a su hijo de un peligro lo estrecha contra su corazón, a fin de que no hieran al hijo sin alcanzarla también a ella. Y Jesús nos dice: “Aun cuando una madre pudiera olvidar a su hijo, Yo no os olvidaré jamás” (Is 49,15).
Conclusión
Queridos fieles, que estas palabras de S. Pedro Julián Eymard sirvan para preparar nuestras almas para la fiesta de Corpus Christi, en este mes dedicado al Sagrado Corazón. Es cierto que vamos caminando en este “valle de lágrimas”, donde muchas veces las huellas que dejamos van teñidas de sangre, en medio de gemidos y llanto, pero también es cierto que no estamos solos, nuestro Cristo Dios lo prometió: Cor meum ibi cunctis diebus: “Mi Corazón estará allí todos los días” (III Reg 9, 3).
En Cristo y María,
Padre Guiscafré Musalem