El valor del tiempo

Fuente: Distrito de México

“En el tiempo de mi beneplácito otorgué tu petición y en el día de la salvación te auxilié” (Isaías, 49, 8).

Mientras esperamos volver a ver a nuestro Señor, debemos aprovechar el tiempo que tenemos. El mundo nos quiere hacer olvidar de este deber con sus halagos, pero un verdadero católico debe saber aprovechar bien el tiempo que tiene en este valle de lágrimas.

No hay cosa más breve que el tiempo; pero tampoco hay ninguna más preciosa que él. No la hay más breve que el tiempo, porque el pasado ya no existe, el futuro es incierto, y el presente se reduce a un momento. Esto es lo que quiso manifestar Jesucristo, cuando hablando de su muerte que se aproximaba, dijo: “Dentro de poco ya no me veréis”. Lo mismo podemos decir nosotros de nuestra vida, que como dice el apóstol Santiago, no es otra cosa que un vapor que se disipa en un momento: "¿Qué cosa es nuestra vida? Un vapor que por un poco tiempo aparece”. (Sant., 4, 15).

Pero cuanto tiene de breve el tiempo de nuestra vida, tanto tiene de precioso; porque en cada momento podemos adquirir tesoros de méritos para el Paraíso, empleándolo con juicio; más si lo empleamos mal, a cada momento podemos pecar y merecer el Infierno. Este es el asunto de que quiero hablaros en la plática de hoy, a saber: de cuan precioso es cada momento de tiempo que Dios nos concede, no para disiparle, y mucho menos para pecar y perdernos, sino para obrar bien y salvarnos.

1. Hablando Dios, por boca de Isaías, dice: "En el tiempo de mi beneplácito otorgué tu petición y en el día de la salvación te auxilié” (Is. 49, 8).

Y San Pablo explica este texto diciendo: que "el tiempo conveniente es aquel en que Dios ha determinado favorecernos”;

y por esto añade enseguida: "Llegado es ahora el tiempo favorable, llegado es ahora el día de la salvación” (II Corintios, VI, 2).

Con estas palabras nos exhorta el apóstol a no emplear inútilmente el tiempo presente, que él llama día de salvación, porque pasado éste día, quizá ya no habrá salvación para nosotros. Este tiempo, empero, es breve, sigue diciendo San Pablo: "y así lo que importa es, que los que lloran obren como si no llorasen, y los que huelgan como si no se holgasen, y los que gozan del mundo como si no gozasen de él” (I Corintios, 7, 29, ad 31).

Si es breve, pues, el tiempo que hemos de vivir en este mundo, aprovechémosle para conseguir la salvación eterna.

2. El Espíritu Santo dice: Fili conserva tempus. (Eccl. IV, 23). Hijo mío, ten cuenta del tiempo, empléalo bien; porque es la cosa más preciosa, el don más grande que Dios puede hacerte. Y San Bernardino de Sena dejó escrito: "Tanto vale un momento de tiempo como Dios; porque si le empleamos bien, podemos ganar en el a Dios” (In serm. 4, post. Dom. I. Quadr. cap. 5).

En efecto, añade el santo; en cada momento de tiempo puede el hombre alcanzar el perdón de sus pecados, la gracia de Dios, y la gloria del Paraíso.

3. En otro lugar se lamenta San Bernardino de ver, que “no hay otra cosa más preciosa que el tiempo”, y sin embargo, los hombres le tienen por cosa vil y despreciable (Ser. 2, ad Schot). Alguno se está cuatro o cinco horas jugando; y si se le dice: Hermano mío, ¿en que pierdes ese tiempo? responde: Me divierto. Otro pasa en la calle la mitad del día; y si se le pregunta: ¿Qué es lo que haces allí? responde: Pasar el tiempo. ¿Y porque perder el tiempo de ese modo? dice el mismo santo. Aún cuando no se tratase de otra cosa que de una hora, ¿porque habéis de perderla, si acaso esta hora será la última que Dios os concede para llorar vuestros pecados, y merecer la gracia divina?

4. ¡Oh, cómo echarán menos los hombres a la hora de la muerte, y aún más en la otra vida, el tiempo que tanto despreciaron mientras vivieron! El tiempo es un bien que sólo se encuentra en esta vida, no en el Cielo, ni en el Infierno. Por eso los condenados lloran sin cesar, diciendo: “¡Oh, si se nos concediese una hora de tiempo!” Pagarían a gran precio una hora, un minuto, que se les concediese para reparar su eterna condenación; pero, no conseguirán jamás esta hora ni este minuto. En el Cielo nadie se lamenta; pero, si pudieran quejarse los bienaventurados, solamente se quejarían de haber perdido en esta vida el tiempo en que podían haber adquirido mayor gloria, y de no poder volver a recobrarlo. Una monja benedictina difunta se apareció cercada de gloria a cierta persona, y le dijo: que estaba en el Cielo y que era enteramente feliz; pero, que si fuese capaz de desear alguna cosa, solamente desearía volver a éste mundo para sufrir y merecer de este modo la mayor gloria: y añadió, que estaría contenta de sufrir y merecer de nuevo la larga y dolorosa enfermedad de la cual murió, aunque fuese hasta el día del juicio, para adquirir la gloria que corresponde al mérito de una sola Ave María. San Francisco de Borja estaba siempre atento a emplear en honra y gloria de Dios cualquier minuto de tiempo que tenía. Cuando otros hablaban de cosas inútiles, él se entretenía hablando afectuosamente con Dios; y lo hacía con tal atención, que preguntando después su parecer acerca del asunto de que se trataba, no sabía que responder. Le advirtieron este defecto, pero él respondió: “Más quiero que me tengan por necio que perder el tiempo en cosas inútiles”.

5. Pero, dicen algunos: ¿que mal hacemos en pasar el tiempo? Y yo respondo: ¿no es obrar mal perder el tiempo en juegos, en conversaciones inútiles que de nada sirven al alma? ¿Os concede acaso Dios este tiempo para que lo perdáis? No, dice el Espíritu Santo: "Del buen don o bien que te da el Señor, no dejes perder ninguna parte” (Eccl. 14, 14).

Aquellos operarios de quienes habla San Mateo en el capítulo XX, no perjudicaban a nadie, pero perdían el tiempo permaneciendo ociosos en la plaza; y el padre de familias les reprendió por esto diciéndoles: "¿Cómo os estáis ociosos todo el día?” (Mateo, 20, 6).

En el día del juicio nos pedirá cuenta Jesucristo, no solamente de los meses y los días que hemos perdido, sino hasta de cualquiera palabra ociosa, como dice el Evangelio (Mateo, 22, 36): "Porque todo el tiempo que no hemos empleado en el servicio de Dios, es tiempo perdido para nosotros” (San Bern. Coll. 1, cap. 8).

Por eso el Señor nos aconseja, que no esperemos a hacer mañana lo que podemos hacer hoy, diciéndonos: "Todo cuanto pudieses hacer de bueno, hazlo sin perder tiempo; puesto que, ni obra, ni pensamiento… ha lugar en el sepulcro, hacia el cual vas corriendo” (Eccl IX, 10).

Porque quizá mañana habremos muerto y pasado a la otra vida, en la cual ya no hay tiempo para obrar bien, ni motivo, puesto que allí ya no se trata sino de gozar de la recompensa merecida, o de sufrir la pena en que hemos incurrido por el pecado.

6. Pero yo soy joven dicen algunos, más tarde me dedicaré al servicio de Dios. Es verdad que sois jóvenes, respondo yo; pero bien sabéis, hijos míos, que Jesucristo maldijo aquella higuera que no daba fruto, a pesar de que no era aún tiempo de higos. Con esto quiso manifestarnos el Salvador; que el hombre debe dar frutos de buenas obras en cualquier edad de su vida, y, por consiguiente, en la misma juventud; y de no hacerlo así, será maldecido y no dará fruto en adelante. El demonio cree que es poco tiempo toda nuestra vida, y por esto no deja de tentarnos día y noche, ni un sólo momento: "El diablo bajó a vosotros lleno de furor, sabiendo que le queda poco tiempo” (Ap. XII, 12).

¿Y no es otra cosa chocante y admirable, que nuestro enemigo no pierda un momento de tiempo, preparando nuestra ruina, y que perdamos nosotros todo el que Dios nos concede para asegurar nuestra salvación?

"¡Qué bien supo San Pablo recobrar el tiempo que había perdido en la vida pasada!" (San Agustín)

7. Dice el pecador: Más tarde me dedicaré al servicio de Dios. Pero San Bernardo le responde: "¡Infeliz! ¿por qué presumes que podrás hacerlo más, tarde cómo si Dios hubiese puesto el tiempo a tu disposición? ¿Quién te ha dicho, que podrás volverte a Dios cuando quieras?".

El santo Job temblaba, porque no sabía si le quedaba un momento de vida: No sé yo cuanto tiempo existiré aún, ni si dentro de poco me llevará mi Creador (Job, 32, 22) ¿Cómo te atreves, pues, a decir: no quiero confesarme hoy, ya veremos mañana? ¿Qué es lo que dices? ‒replica San Agustín‒ No tienes seguro un momento de vida, y ¿confías en el día de mañana?”

Por esto dice Santa Teresa: "Si hoy no estás dispuesto a morir, teme morir mal”.

8. San Bernardino se lamenta de la ceguera de los hombres negligentes, que pasan en la ociosidad los días en que podían asegurar su salvación, sin pensar que no han de volver a pasar los días que pierden. Desearán los desdichados en la hora de la muerte otro año, otro mes, otro día de tiempo, pero no se les concederá, y oirán que se les dice: Ya no hay tiempo. ¿A que precio pagarían entonces los que ahora desperdician el tiempo, una semana, un día, al menos una hora, para ajustar las cuentas con Dios, y asegurar su salvación? San Lorenzo Justiniano dice: que darían para obtener una hora de tiempo: sus ropas, sus honores, sus riquezas y sus placeres. Pero esta hora no se les concederá. Y el sacerdote que les asista les dirá: Partid presto de esta tierra, que ya no es tiempo.

9. De que les servirá entonces decir: ¡Oh, si yo hubiese vivido santamente! ¡Oh, si hubiese empleado mi vida en amar a Dios! Dicen esto después de haber pasado su vida en el vicio y en el desorden. ¿Que sentimiento no tiene un viajero cuando advierte que ha errado el camino, después de llegada la noche, y no es tiempo ya de remediar el error? Pues mayor será  a la hora de la muerte la pena de los que han vivido muchos años en el mundo, y no los han empleado en el servicio de Dios. Leemos de San Juan: "Viene la noche de la muerte, cuando nadie puede trabajar” (Juan, 9, 4).

Y más adelante: "Caminad pues, mientras tenéis luz, para que las tinieblas no os sorprendan” (Juan, 22, 35).

Este es el modo de no tener que llorar a la hora de la muerte el tiempo perdido, como lo lloran tantos desventurados, que no pensaron más en saciar sus pasiones, mientras vivieron sobre la tierra.

10. En la hora de la muerte nos recordará la conciencia, todo el tiempo que hemos tenido para hacernos santos, y lo hemos empleado en acumular pecados y más pecados: todas las inspiraciones, todas las gracias que el señor nos ha hecho para que le amásemos, y nosotros no quisimos aprovechar, nos serán recordadas. Entonces ya será tarde, porque ya no podremos hacer ningún bien. El desdichado moribundo, rodeado de los remordimientos y de las tinieblas de la muerte, exclamará: ¡Oh, necio de mí! ¡Oh vida que he malogrado! ¡Oh años perdidos! Yo podía haber acumulado un tesoro de méritos; podía haberme hecho santo, si hubiera querido; pero no lo hice entonces, y ahora no me queda tiempo para hacerlo. Y ¿de que servirán entonces estos lamentos y estas reflexiones, cuando va a a desaparecer la escena del mundo, cuando está próxima a apagarse la lámpara de la vida, y puesto el moribundo a las puertas de la eternidad?

11. Nos dice Jesucristo por San Lucas (XII, 40): "Estad siempre preparados, porque a la hora que menos pensáis, vendrá el Hijo del Hombre”.

No nos dice que nos preparemos a la hora de la muerte, sino que estemos preparados cuando ella llegue. Porque en aquella confusión, en aquellos últimos instantes, será cosa muy difícil preparar la conciencia de modo que no salgamos condenados del tribunal de Jesucristo. Quizá la muerte puede tardar veinte o treinta años; pero también puede que nos sorprenda dentro de un año, de un mes o de una semana. Esto supuesto, si uno creyese que debía tratarse de su fortuna y fallar dentro de breve tiempo, no esperaría a que se viese la causa, sino que buscaría inmediatamente un buen abogado para que preparase y presentase a los jueces su defensa. Y nosotros ¿que es lo que hacemos? Sabemos de positivo, que se ha de tratar un día el negocio que más nos importa, cual es nuestra vida, no la temporal, sino la eterna; y que éste día quizá esté próximo; y, sin embargo perdemos el tiempo; y en lugar de ajustar las cuentas, estamos acumulando delitos, para que recaiga sobre nosotros la sentencia de eterna condenación.

12. ¡Ea, pues, oyentes míos! si hasta aquí, por desgracia nuestra, hemos empleado el tiempo en ofender a Dios, procuremos llorar nuestras culpas en el plazo de vida que nos resta, a ejemplo del rey Ezequías, quien decía: "Repasaré, oh Dios mío, delante de Tí, con amargura de mi alma todos los años de mi vida” (Isaías, 38, 15).

El Señor nos conceda la vida con el fin de que remediemos el tiempo que hemos gastado malamente. San Pablo dice: "Mientras tengamos tiempo, obremos bien” (Gálatas, 6, 10).

No irritemos al Señor para que nos castigue con una mala muerte; y si hasta aquí hemos sido necios y le hemos disgustado obrando contra su voluntad, oigamos al apóstol que nos exhorta, diciendo: Mirad hermanos, que andéis en gran circunspección; no como necios, sino como prudentes, recobrando el tiempo, porque los días de nuestra vida son malos… estad atentos sobre cual es la voluntad de Dios. Pero ¿que significa recobrar el tiempo? San Agustín lo explica de esta manera: "Aplicarse a las cosas del alma, y no reparar en la pérdida de las cosas temporales cuando se trata de asegurar las eternas” (De Hom. 50, Hom. 1).

Debemos vivir solamente para cumplir la voluntad divina con todo cuidado; y en caso necesario, vale más sufrir algún detrimento en los intereses temporales, que descuidar los eternos, como dice San Agustín: ¡Qué bien supo San Pablo recobrar el tiempo que había perdido en la vida pasada! Dice de él San Jerónimo, que aunque fué llamado al apostolado después de todos, fue, sin embargo, el primero en méritos, por lo que trabajó después de que fue llamado. Por lo tanto, oyentes míos, reflexionemos que cada momento podemos aumentar el tesoro de los bienes eternos. Y decidme: si os asegurasen, que se os daría todo el terreno que pudieses rodear andando todo un día, o todo el dinero que pudieses contar, ¿os entretendrías en otras bagatelas? ¿no comenzaríais a caminar inmediatamente, o a contar aquel dinero? ¿Cómo, pues, perdéis el tiempo, sabiendo que cada momento podéis aumentar el tesoro de virtudes y de méritos que os han de aprovechar en la otra vida? Lo que podéis hacer hoy, no lo dejéis para mañana; porque este hoy pasará presto, y ya no volverá para vosotros; y el día de hoy le tenéis a vuestra disposición, y quizá no tendréis el de mañana. ¡Ea pues! Prometed de corazón aprovechar el tiempo para aumentar el tesoro de vuestros méritos; y hacedlo todo por la honra y gloria de Dios, como dice el apóstol San Pablo por estas palabras: "Ora comáis, ora bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios” (I Corintios, X, 32).

Éste es el modo de gozar en esta vida la paz de los justos, y después en la otra la gloria eterna. Amén.

San Alfonso María de Ligorio

Sermón para la domínica tercera después de Pascua.