El velo del templo y el conopeo del Sagrario

Fuente: Distrito de México

Existía una vez el conopeo que velaba el sagrario. Hoy se ve muy raramente, sobre todo cuando el sagrario esta separado del Altar. No siempre se ve tampoco la lámpara que debería arder al lado; se habla mucho de signos, pero son precisamente los signos los que han desaparecido. 

Me gusta dar al conopeo el mismo valor que al velo del templo, que distinguía el “Sancta Sanctorum” del resto del edificio sagrado de Jerusalén, donde sólo el Sumo Sacerdote entraba dos veces al año. En el momento de la muerte de Jesús el velo del templo se rasgó, la tierra tembló y muchos cuerpos de Santos resucitaron. ¡Qué importante era aquel velo! ¡Qué importante es el conopeo, aunque arbitrariamente muchos ya no lo usan e incluso han hecho desaparecer sus rastros! No todos, naturalmente, antes bien hay quien lo está redescubriendo y vuelve a usarlo. Deo gratias!

Como la llama de la lámpara encendida junto al Santísimo indica la presencia real de Jesús Sacramentado, así también el conopeo que cubre o vela el sagrario. Si se retiran estos signos no se ayuda a comprender, a creer. ¡No importa que el conopeo cambie según los colores litúrgicos, basta un solo color, el blanco! Naturalmente nunca ha sido consentido el conopeo negro, ni siquiera para las Misas de difuntos y para los funerales, sino sólo el conopeo morado. Sobre el sagrario donde está Jesús vivo y verdadero, no puede estar el color del luto. Lo mismo que se dice sobre el conopeo vale también para el cubre copón. A muchos estos signos no les dicen ya nada, es verdad; pero eliminándolos no se obtiene nada, solo un empobrecimiento.

Las sacras, una vez cuidadas en los mínimos particulares, han tenido siempre su justo significado y no han sido nunca superfluas. Dígase lo mismo para el vaso de las abluciones que, en un tiempo, no faltaba nunca al lado del sagrario. Servía y sirve todavía para que el sacerdote o el diácono purifiquen sus dedos si distribuye la Santa Comunión fuera de la S. Misa.

Nada es inútil, nada es superfluo en la Sagrada Liturgia, ni siquiera el mantener el pulgar y el índice unidos a partir de la Consagración hasta el momento en el que se purifican el Cáliz y los dedos después de la Comunión. Pero todo esto se considera superado y no se comprende ya su significado. No se entiende si ya no es explicado y si de la Doctrina se elimina una cosa detrás de otra. Cosas pequeñas, quizá, piezas pequeñas que, si faltan, impiden que se forme la imagen bella y resplandeciente que se espera.

El velo del templo de Jerusalén se rasgó en el momento de la muerte de Jesús: ya no servía porque comenzaba una nueva era. Pero la era cristiana no ha terminado ni terminará. Las cosas pequeñas citadas arriba no son inútiles y el hecho de que hayan caído en desuso no nos autoriza a eliminarlas del todo. Más bien debemos redescubrirlas y volver a apreciarlas. Los fieles que las han conocido en  los viejos tiempos se alegran cuando las ven.

Pero donde se ha remado contra la Tradición es difícil hacer comprender de nuevo lo que sólo hace unos decenios formaba parte de la norma y nutría la fe del pueblo cristiano. “Pero el Hijo del Hombre, ¿encontrará cuando vuelva la Fe sobre la tierra? ¡Pregunta inquietante, hecha por Jesús!

¡Alabado sea Jesucristo!

Presbyter senior

Fuente: Sí Sí No No - Traducido por Adelante la Fe