Encíclica Sancta Dei Civitas de León XIII - 1880
Encícila que analiza las sociedades misioneras, en la que descuella: "La Propagación de la Fe"; sus retos, dificultades, impostores y exhortaciones a todo el pueblo católico estimulado por la confianza en Dios, y sin desmayar por ninguna dificultad. Sin duda, una de las encíclicas que despertó el ánimo misionero de nuestro fundador Mons. Marcel Lefebvre.
La Santa ciudad de Dios, que es la Iglesia, no se halla circunscrita dentro de los confines de ninguna región, y tiene la fuerza, recibida por su Fundador, de dilatar más cada día el espacio de sus tiendas y de extender las aras de sus tabernáculos 1. Este acrecentamiento del pueblo cristiano, si bien es obra principalmente de la íntima asistencia y ayuda del Espíritu Santo, puede, sin embargo, operarse extrínsecamente por obra de los hombres, y conforme a las costumbres humanas, siendo propio de la sabiduría de Dios que todas las cosas vayan ordenadas y conducidas a su fin por aquel modo que conviene a la naturaleza de cada una de ellas, y ninguna más adecuada a los hombres y a los oficios de los hombres y a los oficios de los hombres, que aquella por cuyo medio se obtiene el aumento de nuevos ciudadanos en esta terrestre Sión.
Porque, en primer lugar, están los que predican la palabra de Dios; y así Cristo enseñó con sus ejemplos y sus oráculos, y así el apóstol Pablo insistía diciendo: ¿Cómo creeremos aquel a quien no oímos? ¿Y cómo oiremos si no vemos a quién predica...? Porque la fe viene por el oído por la palabra de Cristo.
Estos oficios, en primer lugar, tocan a los que legítimamente han sido iniciados en el sagrado misterio, a los cuales, no poco ayuda y conforta el obtener los socorros externos y con plegarias dirigidas a Dios atraerse los dones celestiales, por lo cual son alabadas en el Evangelio aquellas señoras que a Cristo que evangelizaba el reino de Dios, auxiliaban con sus propios bienes; y Pablo da testimonio que a ellos y a cuantos anuncian en el Evangelio, es concedido por voluntad de Dios que vivan del Evangelio. Igualmente sabemos que Cristo a los que le sguían y escuchaban dio este mandamiento: Suplicad al amo de la miés que lleve a ella a sus operarios, y que sus primeros discípulos, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, acostumbraban a suplicar a Dios con estas palabras: Concede a tus siervos que anuncien con toda confianza tu palabra.