Entrevista con Monseñor Bernard Fellay - 04/03/16

¿Qué sucede con las relaciones de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con Roma?
Desde hace ya varias semanas han estado circulando numerosos rumores en la prensa[1] referentes a un posible reconocimiento canónico de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X por parte de Roma. En vez de acrecentar dichos rumores con comentarios, DICI ha optado por entrevistar al Superior General de la Fraternidad, Monseñor Bernard Fellay, con el fin de solicitarle una evaluación de los siguientes puntos:
Las relaciones de la Fraternidad Sacerotal San Pío X con Roma
Las nuevas propuestas de Roma
“Ser aceptados tal cual somos”
El Papa y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
La jurisdicción otorgada a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
Las visitas de los prelados enviados por Roma
El estado actual de la Iglesia
¿Qué debemos pedirle a la Santísima Virgen?
1. Las relaciones de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con Roma desde al año 2000
Las relaciones con Roma, de hecho, continúan, aunque esa palabra no es del todo correcta… ya que nunca se han interrumpido, ciertamente, jamás se han roto, aunque su frecuencia ha variado, y su intensidad también… Podemos decir que desde el año 2000 ha habido contactos con Roma. Las autoridades romanas fueron las que solicitaron estos contactos, con miras a regularizar la situación de la Fraternidad. Ha habido altibajos, como digo, pero a partir del cardenal Castrillón Hoyos, en el año 2000, los contactos han sido, durante algún tiempo, bastante frecuentes. Luego de que nuestras famosas precondiciones hubieran quedado bien establecidas[2], hubo un tiempo en que las relaciones fueron… no quisiera utilizar la palabra suspendidas, pero casi. En el 2005, hubo un solo contacto. Y después del 2009, es decir, en el momento del levantamiento –lo que nosotros llamamos el levantamiento de las excomuniones; digamos: la rectificación de ese decreto de excomunión–, ha habido un contacto más regular, especialmente con las discusiones doctrinales, las cuales fueron solicitadas por ambas partes y duraron alrededor de dos años[3]. Después, volvió a suscitarse lo que podríamos llamar una nueva etapa, esta vez había involucrada una propuesta de solución, la cual era doble: había una declaración doctrinal y una solución canónica. Esto duró casi un año, pero fracasó.
Luego, durante dos años las relaciones fueron escasas, para reanudarse, creo que podemos decirlo así, con el regreso de Monseñor Pozzo a la Comisión Pontificia Ecclesia Dei. Durante el tiempo de Monseñor Di Noia, hubo algunos contactos, es verdad, pero con Monseñor Pozzo tuvo lugar una nueva etapa, la cual volvió a ser doble. Por una parte, se reanudaron las discusiones, es decir, las discusiones doctrinales, de una manera más flexible, por lo tanto no completamente oficial, pero más que simplemente extraoficial, ya que estos obispos fueron enviados por Roma. Estas discusiones todavía continúan. Creo que vale la pena el esfuerzo. Y al mismo tiempo, en otro plano, y en cierto sentido, paralelamente, hubo una nueva propuesta en julio pasado: una invitación a la reflexión para buscar la forma de lograr la regularización canónica. Y aquí también, estas discusiones, estas reflexiones siguen avanzando. No existe ninguna prisa, eso es claro. ¿Estamos realmente avanzando? Yo pienso que sí. Pienso que sí, pero sin duda es un proceso lento.
2. Las nuevas propuestas de Roma estudiadas por los superiores mayores de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
Queremos involucrar a un gran número de cófrades, empezando por los superiores, en nuestra reflexión acerca de las nuevas propuestas de Roma. Creo que es importante. Hemos aprendido algunas lecciones de lo sucedido en el 2012, lo cual ocasionó roces dentro de la Fraternidad. Pienso que una de las razones fue la falta de comunicación. Fue un período un tanto difícil. Por lo mismo, esta vez hemos elegido una vía distinta para abordar estas cuestiones, que requieren mucha reflexión.
Cuando vemos la situación de Roma, de la Iglesia, obviamente no nos sentimos alentados a actuar. Es comprensible que Roma quiera hacer una invitación, ya que representamos un problema para la Iglesia. Cuando vemos todos los esfuerzos realizados en favor del ecumenismo –¡para lograr sólo Dios sabe qué clase de unidad!–, y cuando vemos cómo somos tratados en la Iglesia, significa, evidentemente, que representamos un problema. Somos una gran espina para todo el sistema ecuménico actual. Esto por sí solo bastaría para explicar (la conducta adoptada por Roma). Creo que no se trata únicamente de eso, pero, en cualquier caso –sin considerar directamente cuáles son sus motivos–, existe un movimiento de Roma que intenta solucionar el problema.
Por otra parte, vemos la situación dramática de la Iglesia, en donde verdaderamente no existen muchos estímulos que nos inviten a seguir adelante. Por lo tanto, es necesaria una reflexión profunda, pero ésta no se realizará por sí sola. Necesitamos varios pares de ojos para observar correctamente, para reflexionar sobre todas las repercusiones de estas cuestiones. Por esto hemos querido solicitar a todos los superiores sus reflexiones con respecto a este tema.
3. “Ser aceptados tal cual somos”, sin ambigüedades ni compromisos
Es absolutamente necesario evitar cualquier compromiso; entendiendo “compromiso” en dos sentidos. Compromiso en el sentido de que cada una de las partes cede algo para asegurarse otra cosa. Desde el principio se lo había dicho a Roma: “No quiero ambigüedades. Si quieren llegar a un consenso sobre un documento que es entendido de manera diferente por cada parte, significaría crear un caos, que se desataría al poco tiempo.” Por lo tanto, es absolutamente necesario evitar eso. Es prácticamente obvio que, al inicio, debido a la actual situación y los puntos de vista divergentes, el documento tenderá a la ambigüedad. Y no queremos eso en lo absoluto.
Obviamente, eso nos vuelve “rígidos”, por así decirlo. En todo caso, bastante rígidos, lo cual complica todavía más las cosas, pero para nosotros no existe una solución sencilla. Podríamos decir: “Sí, en teoría, es la solución de la verdad, pero la verdad debe ser total e íntegra.”
Este es el enfoque inicial que consideré importante adoptar con Roma. Ya con respecto al primer documento, les dije: “Es ambiguo, no va a funcionar, ¡no queremos absolutamente nada de esto!” Se trataba del primer documento, en el 2011. Esta vez me parece que la situación es mucho mejor. Verdaderamente ha habido avances importantes, en este sentido, contra la ambigüedad. Eso no quiere decir que se haya eliminado toda la ambigüedad…
Además del asunto de la claridad del documento, existe otra cuestión mucho más profunda, mucho más importante: ¿Qué margen, qué libertad se nos concedería o se nos concederá en caso de una regularización? Y, en este contexto, tomé como punto de partida una frase, que era el requisito práctico de Monseñor Lefebvre, quien lo consideraba como una condición sine qua non para una regularización; concretamente, el ser aceptados tal cual somos.
Por ello quise decirles (a Roma): “Si nos quieren, así es como somos; Uds. tienen que conocernos; así no podrán decirnos después que les ocultamos cosas. Así es como somos y así es como seguiremos siendo.” Seguiremos siendo como somos, ¿por qué? No es una cuestión de terquedad; no significa que nos consideremos los mejores; ha sido la Iglesia quien ha enseñado estas cosas y quien las ha exigido. No se trata solamente de la fe; también existe toda una disciplina que está en perfecta concordancia con esta fe, y esto constituía el tesoro de la Iglesia, esto fue lo que formó en el pasado a tantos santos, y no estamos dispuestos a renunciar a ello. En el trato con Roma he insistido mucho, diciendo: “Así es como somos; así es como pensamos”, incluso he dado ejemplos concretos, y si Roma considera que estos pensamientos y esta postura deben ser corregidos o modificados, entonces tienen que hacérnoslo saber ahora. Al mismo tiempo, les he explicado que, en caso que así fuera, no seguiremos adelante.
4. El Papa y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X: benevolencia paradójica
Es necesario utilizar el término “paradoja”, la paradoja de querer avanzar hacia lo que casi podríamos llamar “Vaticano III”, en el peor sentido que puede dársele a esa expresión, y por otra parte querer decirle a la Fraternidad: “Aquí son bienvenidos.” Esto es verdaderamente una paradoja, casi una voluntad de combinar los opuestos. No creo que esto sea por ecumenismo. Algunos podrían pensarlo. ¿Por qué no creo que sea por ecumenismo? Porque basta observar la actitud general de los obispos en este tema del ecumenismo: ¡Tienen los brazos abiertos para recibir a cualquiera, excepto a nosotros! En numerosas ocasiones, la gente ha intentado explicar por qué fuimos excluidos, diciendo: “No los tratan como a los demás, porque ustedes afirman ser católicos. Al decir esto, generan confusión entre nosotros, y por lo tanto, no los quieren.” Hemos escuchado esta explicación muchas veces, y ella excluye el ecumenismo. Pero si este enfoque que consiste en decir, “Aceptamos a todos dentro de la familia”, no es aplicable en nuestro caso, entonces, ¿qué es lo que queda? Creo que el Papa es lo que queda.
Si al principio Benedicto XVI, y ahora el papa Francisco, no hubieran visto a la Fraternidad en un modo particular, que es diferente a esta perspectiva ecuménica que acabo de mencionar, pienso que ahora no habría nada en absoluto. Creo que, en vez de esto, estaríamos funcionando una vez más bajo sanciones, censuras, excomuniones, la declaración de cisma e intentos por eliminar a un grupo problemático. Entonces, ¿por qué tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco han sido tan benevolentes hacia la Fraternidad? Pienso que la perspectiva de ambos no es necesariamente la misma. En el caso de Benedicto XVI, creo que se debía a su lado conservador, a su amor por la liturgia antigua, a su respeto por la disciplina pasada que existía en la Iglesia. Puedo afirmar que muchos, y estoy hablando de muchos sacerdotes, e incluso grupos que tenían problemas con los modernistas en la Iglesia, y que recurrieron a él cuando aún era cardenal, encontraron en él, primero como cardenal y luego como Papa, una mirada benevolente, un deseo de proteger y ayudarlos, al menos, en todo lo que le fuera posible.
En cuanto al papa Francisco, no vemos ese apego ni a la liturgia ni a la disciplina anterior de la Iglesia. Incluso podríamos decir totalmente lo opuesto, debido a sus numerosas declaraciones en contra, lo que hace más difícil y complicado entender su benevolencia. Y, sin embargo, creo que existen varias explicaciones posibles, pero admito que no tengo la última palabra en este tema. Una de las explicaciones es el enfoque del papa Francisco hacia cualquier cosa que sea marginada, lo que él llama “las periferias existenciales”. No me sorprendería que nos considerara como una de estas periferias por las que tiene una preferencia manifiesta. Y, desde esta perspectiva, utiliza la expresión: “recorrer un camino” con la gente que se encuentra en la periferia, esperando poder mejorar las cosas. Por lo tanto, no se trata de una decisión establecida de concluir inmediatamente: un proceso, un camino, va a donde sea que éste vaya…, pero al menos se es bastante tranquilo, amable, sin saber realmente cuál será el resultado. Tal vez, ésta sea una de las razones más profundas.
Otra razón: vemos que el Papa Francisco critica constantemente a la Iglesia establecida, la palabra utilizada en inglés para esto es establishment –también se emplea en francés de vez en cuando–, reprochando a la Iglesia por ser autocomplaciente, satisfecha de sí misma, por ser una Iglesia que ya no va en busca de la oveja perdida, la oveja que sufre, en todos los ámbitos, por la pobreza o incluso físicamente… Pero vemos en el Papa Francisco que esta inquietud, a pesar de las evidentes apariencias, no sólo es una preocupación acerca de las cosas materiales… Vemos claramente que cuando dice “pobreza” se refiere también a la pobreza espiritual, la pobreza de las almas que se encuentran en pecado y que deberían ser sacadas de ese estado y conducidas nuevamente a Dios. Aunque no siempre lo expresa tan claramente, podemos encontrar varias expresiones que así lo indican. Y desde esta perspectiva, ve en la Fraternidad una comunidad que es muy activa, especialmente si se la compara con la situación dentro del establishment, muy activa, en otras palabras, que busca, que sale a buscar a las almas, que tiene esta preocupación por el bien espiritual de las almas, y que está lista para poner manos a la obra y trabajar por ello
Conoce a Monseñor Lefebvre, ha leído dos veces la biografía escrita por Monseñor Tissier de Mallerais, lo que muestra, sin duda alguna, un interés; y yo pienso que le ha gustado. Y también los contactos que estableció en Argentina con nuestros cófrades, en quienes vio espontaneidad y también franqueza, pues no escondimos absolutamente nada. Claro que sí intentábamos conseguir algo para Argentina, en donde teníamos dificultades con el Estado concernientes a los permisos de residencia, pero no escondimos nada, no intentamos eludir ningún problema, y creo que eso le gusta. Éste tal vez sea el lado humano de la Fraternidad, pero vemos que el Papa es muy humano, le da mucha importancia a este tipo de consideraciones, y esto puede o podría explicar una cierta benevolencia de su parte. Reitero, una vez más, que no tengo la última palabra en este tema y, sin duda, detrás de todo esto está la Divina Providencia, que se las ingenia para poner buenos pensamientos en la cabeza del Papa, quien, en muchos puntos, nos alarma tremendamente, y no sólo a nosotros: se puede decir que cualquiera que sea más o menos conservador dentro de la Iglesia está asustado por lo que está sucediendo, por las cosas que se dicen y, sin embargo, la Divina Providencia se las arregla para hacernos pasar a través de escollos de una manera muy sorprendente. Muy sorprendente porque está claro que el Papa Francisco desea dejarnos vivir y sobrevivir. Incluso ha dicho a todo el que desea escucharlo que nunca dañaría a la Fraternidad. También dijo que somos católicos. Se negó a condenarnos como cismáticos, diciendo: “No son cismáticos, son católicos”, incluso si después utilizó una expresión un tanto enigmática, concretamente, que estamos en camino hacia una comunión plena. Quisiéramos tener alguna vez una definición clara del término “comunión plena”, porque es claro que no corresponde a nada preciso. Es un sentimiento… no se sabe bien qué es. Incluso, recientemente, en una entrevista concedida por Monseñor Pozzo acerca de nosotros, éste repite una cita que le atribuye al Papa mismo –por lo tanto, podemos considerar esto como una postura oficial: el Papa, hablando con Ecclesia Dei, confirmó que somos católicos en camino a una plena comunión[4]. Y Monseñor Pozzo explicó cómo puede lograrse esta comunión plena: aceptando la forma canónica, lo cual resulta bastante sorprendente: ¡una forma canónica resolvería todos los problemas referentes a la comunión!
Un poco más adelante, en la misma entrevista, afirma que esta comunión plena consiste en aceptar los grandes principios católicos[5], en otras palabras, los tres niveles de unidad en la Iglesia, que son la fe, los sacramentos y el gobierno. Cuando habla de la fe, se refiere más bien al magisterio. Pero nosotros nunca hemos puesto en duda ninguno de estos tres elementos. Y, por lo tanto, nunca pusimos en duda nuestra plena comunión, pero eliminamos el adjetivo “pleno”, para decir simplemente: “Estamos en comunión de acuerdo con el término clásico usado en la Iglesia; somos católicos; si somos católicos estamos en comunión, porque la ruptura de la comunión es precisamente un cisma.”
5. La jurisdicción concedida a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X: consecuencias canónicas
Si tomamos en cuenta el Derecho Canónico de la Iglesia, nadie es sujeto de un poder ordinario de jurisdicción en la Iglesia a menos que su situación sea perfectamente regular. Esto significa, una persona que no está afectada por una censura. Roma siempre ha dicho y mantiene que nuestros sacerdotes están bajo la censura de suspensión, porque no están incardinados. Nosotros afirmamos que por supuesto que están incardinados en la Fraternidad, la cual fue, en su momento, injusta o inválidamente suprimida, yendo en contra de las leyes mismas de la Iglesia; pero, no obstante, Roma ha mantenido y mantiene hasta hoy que nuestros sacerdotes están suspendidos. Suspensión, ¿qué significa eso? Significa precisamente que el sacerdote tiene prohibido ejercer su ministerio, ya sea que hablemos de la Misa o de los demás sacramentos, incluyendo la confesión. Ahora bien, conceder una jurisdicción ordinaria para confesar[6], no de manera excepcional, como sería el caso del peligro de muerte... La Iglesia, de hecho, prevé este tipo de situaciones: si alguien está en peligro de muerte, si se encuentra a punto de morir después de un accidente de tránsito, cualquier sacerdote, sin importar su estado, incluso un sacerdote excomulgado o uno ortodoxo, que ni siquiera es católico pero sí es un sacerdote vçalido, puede en ese momento confesar a la persona y dar la absolución, no solamente válida, sino lícitamente. Estos son casos excepcionales. No se trata de un “poder ordinario”. Aquí estamos hablando de un poder ordinario. Para poder tener y ejercer el poder ordinario de jurisdicción es necesario, una vez más, estar libre de toda censura. Desde el momento en que el Papa declara que nos concede este poder ordinario, implica, por ese mismo hecho, la eliminación, la supresión de la censura. Esta es la única forma de entender esta normativa de acuerdo al Derecho Canónico, no solamente de acuerdo con la letra de tal o cual canon, sino según el espíritu del derecho de la Iglesia.
6. Visitas de los prelados enviados por Roma: ¿algunas cuestiones doctrinales abiertas?
Estas visitas han sido muy interesantes. Obviamente, algunas personas en la Fraternidad las han visto con un poco de recelo: “¿Qué están haciendo esos obispos en nuestra casa?” ¡Bueno! Esa no era mi perspectiva. La invitación vino de Roma, tal vez como resultado de una idea que yo les sugerí, y que era la siguiente: “Ustedes no nos conocen; estamos hablando en una oficina aquí en Roma; vengan a vernos directamente, no podrán conocernos realmente a menos que nos vean.” Una declaración, sin importar que sea o no un gran éxito en Internet, o un comunicado no hará que nos conozcan tal y como somos; porque la mayoría de las veces sucede que en estos comunicados nos vemos obligados a tomar una postura, e incluso a condenar una u otra expresión o acción realizada en la Iglesia, pero nuestra vida como católicos no se resume únicamente a eso. De hecho, podemos incluso decir que las cosas esenciales se encuentran en otras partes. Lo esencial es la intención de vivir nuestro catolicismo siguiendo los mandamientos de Dios, esforzándonos por santificarnos, por evitar el pecado, para vivir de acuerdo con toda la disciplina de la Iglesia. Nuestras escuelas, nuestros seminarios, nuestros sacerdotes, nuestra vida sacerdotal, todo eso forma un conjunto que es la realidad, la verdadera realidad de nuestra Fraternidad.
Por lo tanto, yo insistí mucho, les dije varias veces: “Vengan a vernos.” Nunca quisieron. De pronto, súbitamente, surgió esta propuesta de enviar a algunos obispos para reunirnos. Y por mi parte, no importa cuál fuera la primera intención de Roma, estuve de acuerdo en que era una buena idea. ¿Por qué? Porque así nos verían como somos en realidad. Esa fue la consigna que di en cada uno de los lugares que visitaron: “¡No estamos cambiando nada, no estamos tratando de adornar las cosas, somos lo que somos, y dejen que nos vean exactamente en esa forma!” Y, en efecto, un cardenal, un arzobispo y dos obispos vinieron a vernos, a visitarnos, en distintas situaciones, algunas veces en los seminarios, y también en uno de los prioratos. Las primeras impresiones, los comentarios realizados durante estas discusiones, durante las reuniones y después de ellas son muy interesantes. Y creo que me dan la razón en haber apoyado esta invitación romana.
Lo primero que todos nos comentaron –¿se trataba de una línea oficial o su opinión personal? No lo sé, pero es un hecho–, todos nos dijeron: “Estas discusiones están ocurriendo entre católicos; esto no tiene nada que ver con discusiones ecuménicas; estamos entre católicos.” Por lo tanto, desde el principio hicieron a un lado todas aquellas ideas como: “No están completamente dentro de la Iglesia, están a medio camino, por lo tanto, están fuera –¡sólo Dios sabe dónde!–, cismáticos…” ¡No! Estamos hablando entre católicos. Este es el primer punto, el cual es muy interesante, muy importante. A pesar de lo que, en algunos casos, todavía hoy se dice en Roma.
El segundo punto – que en mi opinión es aún más importante –, es que los temas abordados en estas discusiones son los clásicos temas en los que siempre ha habido escollos. Ya sea que se trate de un asunto de libertad religiosa, colegialidad, ecumenismo, la nueva Misa, o incluso los nuevos ritos de los sacramentos… Bueno, todos nos dijeron que estas discusiones eran sobre temas abiertos. Creo que esta reflexión es capital. Hasta ahora, siempre habían insistido en dejar bien claro que teníamos que aceptar el Concilio. Es difícil determinar exactamente el verdadero alcance de esta expresión: “aceptar el Concilio”. ¿Qué significa? Porque es un hecho que los documentos del Concilio son completamente desiguales, y que su aceptación se hace con un criterio gradual, según una escala de obligatoriedad. Si un texto es un texto de fe, existe una obligación simple y pura. Pero quienes pretenden, de un modo totalmente erróneo, que este Concilio es infalible, exigen una sumisión total a todo el Concilio. Entonces, si eso es lo que significa “aceptar el Concilio”, decimos que no lo aceptamos. Precisamente porque lo que negamos es su infalibilidad. Si existen algunos pasajes en los documentos conciliares que repiten lo que la Iglesia ha dicho antes, en un modo infalible, obviamente estos pasajes son y seguirán siendo infalibles. Y nosotros aceptamos eso, no hay ningún problema. Por esto, cuando se dice “aceptar el Concilio”, es necesario distinguir claramente cuál es el sentido de la expresión. Sin embargo, aún con esta distinción, hasta el momento, hemos detectado una insistencia por parte de Roma: “Deben aceptar estos puntos; forman parte de la enseñanza de la Iglesia y por lo tanto deben aceptarlos.” Y aún hoy en día –no solamente en Roma, sino también en la mayoría de los obispos–, vemos esta actitud hacia nosotros, este grave reproche: “Ustedes no aceptan el Concilio.”
Y ahora, de repente, los enviados de Roma nos dicen que todos los puntos que habían sido obstáculos, son cuestiones abiertas. Una cuestión abierta es un tema que se puede discutir. Y la obligación de adherirse a cierta posición queda fuertemente e incluso, tal vez, totalmente mitigada o eliminada. Creo que esto es un punto crucial. Tendremos que ver, posteriormente, si esto es confirmado, si realmente podemos discutir libremente, o mejor dicho, honestamente, con todo el respeto debido a la autoridad, para no agravar todavía más la situación actual en la Iglesia, la cual es tan confusa, precisamente en cuanto a la fe, en cuanto a lo que debemos creer, y es aquí donde exigimos esta claridad, estas aclaraciones de parte de las autoridades. Hemos pedido esto durante mucho tiempo. Nosotros decimos: “Existen puntos ambiguos en este Concilio, y no nos corresponde a nosotros aclararlos. Podemos señalar el problema, pero quien tiene la autoridad para aclararlo es Roma.” Sin embargo, reitero, el que estos obispos nos digan que se trata de preguntas abiertas es ya, en mi opinión, algo crucial.
Las discusiones en sí se han desarrollado, más o menos felizmente, según la personalidad de nuestros interlocutores, porque también hubo buenos intercambios [en los cuales] no necesariamente estuvimos de acuerdo… No obstante, creo que todos los interlocutores son unánimes en su apreciación: quedaron satisfechos con las discusiones. Igualmente, quedaron satisfechos con sus visitas. Nos felicitaron por la calidad de nuestros seminarios, diciendo: “Son normales (¡Afortunadamente! Se tiene que empezar por ahí…), estas personas no son intolerantes ni obtusas, sino animadas, abiertas, alegres, simplemente individuos normales. Y este comentario fue hecho por todos los visitantes. Indudablemente, esto es el lado humano, pero no debemos olvidarlo tampoco.
Para mí, estas discusiones, o más precisamente esta faceta más sencilla de las discusiones es importante, ya que uno de los problemas es la desconfianza. Ciertamente nosotros tenemos esta desconfianza. Y pienso que, sin duda alguna, Roma también la tiene respecto de nosotros. Y mientras esta desconfianza prevalezca, la tendencia natural es que tomemos cualquier cosa que se dice de manera equivocada, o que asumamos el peor escenario posible. Mientras continuemos con esa mentalidad recelosa, no podremos realizar muchos avances. Es necesario llegar a tener un mínimo grado de confianza, un clima de serenidad, para poder eliminar estas acusaciones a priori. Creo que nuestra forma de pensar sigue siendo ésta, y es también la de Roma. Esto toma tiempo. Ambas partes deben poder apreciar correctamente las personas, sus intenciones, para poder superar todo esto. Creo que esto va a tomar algún tiempo.
Esto también requiere de acciones que muestren buena voluntad, y no la intención de destruirnos. Actualmente, todavía tenemos esta idea en nuestras mentes, la cual es una postura ampliamente difundida: “Si nos quieren, es para asfixiarnos, y eventualmente destruirnos, para absorbernos totalmente, para desintegrarnos.” ¡Eso no es integración, es desintegración! Obviamente, mientras esta idea prevalezca, no podemos esperar nada.
7. El estado actual de la Iglesia: inquietudes y esperanzas
Me cuesta mucho trabajo discernir una línea de acción en lo que está sucediendo. Veo una confusión cada vez mayor, que es el resultado precisamente de elementos contradictorios, de la dilución de la doctrina, de la moral, de la disciplina. Todo esto está llevando hacia un sistema en donde cada hombre tiene que valerse por sí mismo. Los obispos dicen lo que quieren, contradiciéndose unos a otros. No hay llamamientos oficiales, claros, al orden, ni siquiera llamamientos hacia una dirección cualquiera, en uno u otro sentido. Hace unos cuantos años, todavía existía una línea. Era la línea modernista. Era el famoso espíritu del Concilio Vaticano II. Actualmente, vemos un profundo desacuerdo sobre estos temas entre los obispos e incluso en Roma. ¿Qué línea triunfará? ¿Qué línea prevalecerá? Por el momento, no puedo dar la respuesta.
Obviamente, nos podemos basar en ciertas reflexiones, ciertas indicaciones, diciendo que es claro que entre más avances logremos, más se debilitan o son debilitados los modernistas. Estos carecen de fieles, carecen de vocaciones; es una Iglesia que languidece. Y esto es verdad. Por otra parte, vemos entre los jóvenes un cierto número –es difícil hacer un cálculo correcto, pero es lo suficientemente consistente para que hagamos la observación– que quieren una Iglesia mucho más seria, en todos los aspectos, particularmente a nivel doctrinal. Jóvenes, seminaristas que quieren a Santo Tomás, que desean un regreso a una filosofía sana, a una teología clara, sana, a la teología escolástica de Santo Tomás. Vemos también entre estos jóvenes el deseo de una liturgia… no la llamaría “renovada”, sino más bien un regreso a la liturgia tradicional. Y el número de jóvenes parece ser impresionante. Nosotros no podemos calcularlo fácilmente, pero cuando escuchamos a los sacerdotes que trabajan con estos jóvenes en los seminarios modernistas, algunos llegan incluso a decir que el 50% de los nuevos seminaristas en Francia e Inglaterra aspiran a la Misa Tradicional. A mí me parece un gran número, y espero que sea verdad.
Sin embargo, vemos esbozarse esta línea muy claramente, es una línea ascendente, y con el paso de los años vemos que esta tendencia aumenta. Por poner un ejemplo, desde el año pasado, con el problema del Sínodo sobre el matrimonio, sobre la familia católica, se ha visto una oposición más pronunciada entre los dos campos que la que había habido antes. Creo que esto se debe a un fortalecimiento de los conservadores, que crecen, si no en sus números, sí, al menos, en su intensidad, sin duda alguna. Y, por otra parte, la mayoría, que claramente continúa siendo la parte dominante, pero que pierde fuerza, ya no logra imponer sus condiciones, al menos no logra imponer absolutamente todo, como solía hacer anteriormente.
Y así existen estas dos líneas. ¿Cuál es nuestro futuro en esta situación? Ante todo, debemos permanecer firmes. Existe una gran confusión. ¿Quién ganará? Nadie lo sabe. Esto vuelve nuestras relaciones con Roma extremadamente difíciles, porque estamos hablando con un interlocutor sin saber si al día siguiente, el documento en el que finalmente hemos logrado llegar a un acuerdo, tras numerosas discusiones, será, en efecto, el texto definitivo. Fuimos testigos en el 2012 de cómo un documento fue corregido, alterado por una interferencia… por una autoridad superior que, sin embargo, no fue el Papa. Nuevamente surge la pregunta: ¿quién gobierna la Iglesia? Yo diría que ésta es una pregunta muy interesante que permanece sin respuesta. Se trata de fuerzas… indeterminadas.
8. ¿Qué debemos pedirle a la Santísima Virgen?
¡Ah! Muchas cosas. Antes que nada la salvación. Nuestra salvación, la de todas las personas, la de cada una de las almas que llegan a la Fraternidad, que están dispuestas a encomendarse a ella, a sus sacerdotes, y por tanto, pidámosle a Ella la fidelidad para la Fraternidad. Fidelidad a la Iglesia, fidelidad a todo el tesoro de la Iglesia, el cual –sólo Dios sabe por qué, sólo Dios sabe cómo– está en nuestras manos, una herencia extraordinaria que es el tesoro de la Iglesia, el cual no nos pertenece a nosotros, y nuestro único deseo es que vuelva a recuperar su lugar, su verdadero lugar dentro de la Iglesia.
Pidamos el triunfo de la Santísima Virgen. Ella lo anunció. Yo diría que este triunfo se hace esperar, tal vez somos incluso un poco impacientes, especialmente cuando vemos todo lo que está sucediendo y que parece una total contradicción; simplemente se trata de un desarrollo que Dios permite, un juego aterrador y terrible: la falta de correspondencia entre la libertad humana, incluso entre los cristianos, y lo que pide el cielo, esta voluntad del cielo manifestada en Fátima, en otras palabras, la voluntad de Dios, de introducir en el corazón de los cristianos la devoción al Corazón Inmaculado de María, la cual tiene muchas dificultades para prevalecer. Sin embargo, no es tan difícil; ¡es tan hermoso, tan consolador! Y vemos esta gran batalla entre el demonio y Dios, siendo las almas el campo de batalla, las almas que Dios quiso que fueran libres, y que Él quiere ganar, pero no por la fuerza. Bien hubiera podido imponer su majestad, en modo tal que todos los humanos se postraran delante de Él –es lo que sucederá al fin del mundo, pero entonces ya será demasiado tarde-. La batalla debe emprenderse ahora.
Por lo tanto, hay que pedir a Dios que envíe gracias para ganar almas para Él, ¡y hay que colaborar en esta labor! En este sentido, le pediremos muchas cosas. Le pedimos que la Iglesia redescubra todos los elementos que constituyen su misión de salvar a las almas. ¡La única cosa, la primera y la única que le importa a la Iglesia, es salvar las almas!
Con el fin de mantener el carácter distintivo de esta entrevista se ha conservado el estilo hablado.
(Video entrevista grabada por DICI el 4 de marzo, 2016 – Transcripción realizada por DICI el 21 de marzo, 2016)
[1] Ver, en DICI n° 332, del 11 de marzo de 2016, “Noticias de Prensa: Consecuencias de la conferencia de Monseñor de Galarreta en Bailly”. http://www.dici.org/en/news/press-clippings-aftermath-of-bishop-de-galarretas-conference-in-bailly/
[2] Estas precondiciones eran: la Misa Tridentina garantizada a todos los sacerdotes y el levantamiento de las censuras contra la Fraternidad. Ver DICI n° 74, del 12 de abril de 2003. http://www.dici.org/en/news/interview-with-bishop-fellay-superior-general-of-the-society-of-st-pius-x/
[3] Desde octubre del 2009 hasta abril del 2011.
[4] He aquí la respuesta de Monseñor Guido Pozzo, secretario de la Comisión Ecclesia Dei, en la entrevista que concedió a la agencia Zenit, el 25 de febrero del 2016. Pregunta: “Su excelencia, en el 2009 el papa Benedicto XVI levantó la excomunión a la Fraternidad San Pío X. ¿No significa esto que están nuevamente en comunión con Roma?” Respuesta: “Desde que Benedicto XVI levantó la censura de la excomunión de los obispos de la FSSPX (2009), ya no son sujetos a esa grave pena eclesiástica. Sin embargo, aun después de ese paso, la FSSPX sigue estando en una situación irregular, porque no ha recibido reconocimiento canónico por parte de la Santa Sede. Mientras que la Fraternidad no tenga estatus canónico en la Iglesia, sus ministros no ejercen de modo legítimo el ministerio ni la celebración de los sacramentos. De acuerdo con la frase dicha por el entonces cardenal Bergoglio en Buenos Aires, y confirmada por el papa Francisco a la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, los miembros de la FSSPX son católicos en camino hacia una comunión plena con la Santa Sede. Esta comunión plena llegará cuando haya un reconocimiento canónico de la Fraternidad.”
[5] Monseñor Pozzo, ibid.: “Es esencial encontrar una convergencia plena en lo necesario para estar en comunión plena con la Santa Sede, concretamente, la integridad del Credo católico, el vínculo de los sacramentos y la aceptación del Magisterio Supremo de la Iglesia.”
[6] Carta del papa Franciso a Monseñor Rino Fisichella, con fecha del 1 de septiembre de 2015, justo antes de empezar el Año Santo: “Por mi propia disposición, establezco que los fieles que durante el Año de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pio X para recibir el sacramento de la reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados.”