¿Es posible un evolucionismo cristiano? - Parte 2

Fuente: Distrito de México

El propósito de este artículo es el de ver si es posible armonizar la así llamada teoría de la evolución darwinista con el cristianismo, pues un error profano como creemos es el caso de la hipótesis darwinista puede tranquilamente ser compatible con la fe, en tanto no afecte al contenido de esta última.

Más contradicciones

De todas maneras, algunos evolucionistas católicos, en un esfuerzo por salvaguardar la creación directa del alma humana por parte de Dios, y para evitar también el problema del poligenismo, optan por decir que Dios habría “tomado” un mono y le habría infundido un alma de hombre.

Lo de “polvo de la tierra”, recordemos, habíamos aceptado que es simbólico, y que debía ser entendido como una forma animal preexistente (el mono, por cierto).

Un primer problema salta inmediatamente a la vista. Pues el Génesis dice que al serle infundida el alma (aliento de vida) a la arcilla (esto es, al “mono), “el hombre se transformó en un ser viviente”. Es decir que antes no era un ser viviente. En cuyo caso el mono tendría que haber estado muerto...

Ahora, si “polvo de la tierra” en realidad significa mono, entonces, cuando la Sagrada Escritura dice unos versículos más adelante, que después de la muerte nos convertiremos en polvo, no veo francamente la razón para concluir que después de la muerte deberíamos convertirnos en alguna suerte de mono.

Lo cual, de ser cierto, plantearía no pocos problemas teológicos, filosóficos, científicos y funerarios...

Le ruego me disculpe lector la chanza, pero si en Génesis 2, 7, “polvo” significa “mono”, ¿cuál sería el fundamento racional para que en Génesis 4, 19, “polvo” no signifique también mono?

¿Qué seriedad intelectual y exegética hay en todo esto? Evolucionismo e hilemorfismo: teoría creada por Aristóteles y seguida por la mayoría de los escolásticos, según la cual todo cuerpo está constituido por dos principios esenciales: la materia y la forma.

Pero dejemos de lado todas estas objeciones, y aceptemos a los fines del argumento que Dios tomó un mono y le infundió un alma humana.

El problema es que por el principio hilemórfico de la necesaria proporción que debe existir entre materia y forma, no puede haber alma de hombre en cuerpo de mono (ni el mismo Dios podría hacer esto...).

Por consiguiente, si Dios tomó un mono para infundirle un alma de hombre, en ese mismo instante, previo quitarle el alma de mono, tendría que haber transformado el cuerpo del mono en el cuerpo de un hombre, para que hubiese así una materia (cuerpo) capaz de recibir su forma apropiada (alma), y producir de esta manera al hombre, en el cual están indisolublemente unidos el cuerpo y el alma, formando una sola unidad sustancial.

Pero si esto fue así, entonces la transformación del cuerpo de un mono en el cuerpo de un hombre, no se debió en absoluto a las fuerzas de la naturaleza, sino a una intervención especial de Dios. De manera que la causa eficiente de esta transformación hay que referirla a Dios, y no a las mutaciones y la selección natural. Es decir, a la evolución.

Huelga destacar que desde el punto de vista evolucionista esto es, una vez más, inaceptable, ya que introducir a Dios en este esquema, no solo es superfluo, sino también contradictorio.

Si la evolución es capaz de producir hombres a partir de monos como afirma la hipótesis darwinista la intervención especial de Dios es necesaria, lo que está de más es la evolución.

Absolutamente ningún evolucionista de importancia en el mundo toma en serio esta posibilidad de una intervención divina especial en el origen del cuerpo humano.

Pero si aceptamos esta intervención especial de Dios para transformar el cuerpo de un mono en el cuerpo de un hombre, vemos que no sólo está de más la evolución, sino que también y como lógica consecuencia ¡está de más el mono!

Porque si Dios fue la causa eficiente de este cambio, entonces es exactamente lo mismo si la materia utilizada fue un mono, una culebra, un insecto, o un puñado de tierra. Pero hay más, todavía.

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