Espíritu de resistencia y amor a la Iglesia
Al acercarse el quinto aniversario de la elección del papa Francisco, oímos decir con frecuencia que estamos viviendo unos momentos dramáticos y totalmente inéditos en la historia de la Iglesia. Esto es sólo verdad en parte. La Iglesia siempre ha conocido horas trágicas en que ha visto lacerado su Cuerpo Místico desde que nació en el Calvario hasta los tiempos más recientes.
Los más jóvenes no saben, y los más ancianos olvidan, lo terribles que fueron los años que siguieron al Concilio Vaticano II, origen de la situación actual. Hace cuarenta años, mientras estallaba la revuelta de mayo del 68, un grupo de cardenales y obispos que habían sido protagonistas del Concilio, trataron de imponer una transformación radical de la doctrina católica sobre el matrimonio. Su tentativa se vio frustrada, porque Pablo VI, mediante la encíclica Humanae Vitae del 25 de julio de 1968, reiteró la prohibición de la contracepción artificial y devolvió el ánimo y la esperanza a la desorientada grey. Pero Pablo VI, el papa de la Humanae Vitae,fue también quien causó una profunda ruptura con la Tradición católica al imponer en 1969 el nuevo rito de la Misa, en donde encuentra su origen la devastación litúrgica contemporánea. El mismo Pablo VI promovió la Ostpolitik, asumiendo el 18 de noviembre 1973 la grave responsabilidad de destituir al arzobispo de Esztergom y primado de Hungría, cardenal József Mindszenty (1892-1975), adalid de la oposición católica al comunismo. El papa Montini esperaba que se alcanzara un compromiso histórico en Italia, confiado al acuerdo entre Aldo Moro, secretario de la Democracia Cristiana, y el Partido Comunista de Enrico Berlinguer. La operación fue bruscamente interrumpida solo por el secuestro y asesinato de Moro, al cual siguió, el 6 de agosto de 1978, la muerte del propio papa Montini. También se cumplen cuarenta años de ello.
En aquellos años de traición y de sangre se alzaron voces valientes que es preciso tener presentes, no sólo porque es un deber recordarlas, sino porque nos ayudan a orientarnos en la oscuridad del momento actual. Entre otras recordamos dos antecesoras del estallido del llamado caso Lefebvre, el arzobispo francés cuya «misión profética en el momento extraordinariamente oscuro de una crisis generalizada de la Iglesia» ha subrayado monseñor Athanasius Schneider en una reciente entrevista.
La primera voz que se alzó fue la de un teólogo dominico francés, el padre Roger Calmel, que desde 1969 rechazaba el Novus Ordo de Pablo VI y en junio de 1971 escribió en la revista Itinéraires:
«Nuestra resistencia cristiana como sacerdotes o como laicos, resistencia dolorosísima porque nos obliga a decirle que no al propio Papa en lo que se refiere a la expresión modernista de la Misa católica, nuestra resistencia respetuosa pero irreductible, está dictada por el principio de una fidelidad total a la Iglesia siempre viviente; o, dicho de otra manera, del principio de la fidelidad viviente al desarrollo de la Iglesia. En ningún momento pensamos frenar, y menos aún impedir lo que algunos con términos sumamente equívocos además, llaman el “progreso” de la Iglesia, mejor dicho el crecimiento homogéneo en materia doctrinal y litúrgica, en continuidad con la Tradición, en vista de la consummatio sanctorum. (…) Como nos reveló Nuestro Señor en las parábolas, y como nos enseña San Pablo en sus epístolas, creemos que la Iglesia, a lo largo de los siglos, crece y se desarrolla en la armonía pero también a través de millares de padecimientos, hasta el glorioso regreso de Jesús, Esposo de Ella y Señor nuestro. Como estamos convencidos de que en el curso de los siglos se efectúa un crecimiento de la Iglesia, y como estamos decididos a participar en él, por lo que a nosotros se refiere, lo más rectamente posible, en este movimiento ininterrumpido y misterioso, rechazamos ese supuesto progreso que se remonta al Concilio Vaticano II y que en realidad es una desviación mortal. Retomando la distinción clásica de San Vicente de Lerins, tanto como habríamos deseado un crecimiento bueno, un espléndido profectus, con tanta mayor energía repudiamos sin concesiones una funesta pennutatio, un cambio radical y vergonzoso; radical, porque al provenir del modernismo, reniega de toda fe; vergonzoso, porque la negación de cuño modernista es ambigua y camuflada.»
La segunda voz es la del pensador y hombre de acción brasileño Plinio Correa de Oliveira, autor de un manifiesto de resistencia a la Ostpolitik vaticana que se publicó el 10 de abril de 1974, en nombre del asociación Tradición, Familia y Propriedad, con el título de La política de distensión del Vaticano con los gobiernos comunistas. Para la TFP: ¿omitirse o resistir?
Plinio Corrêa de Oliveira explicaba:
«Resistir significa que aconsejaremos a los católicos que continúen luchando contra la doctrina comunista con todos los recursos lícitos en defensa de la Patria y de la Civilización Cristiana amenazada»; y añadía: «Las páginas de la presente declaración serían insuficientes para contener el elenco de todos los Padres de la Iglesia, doctores, moralistas y canonistas –muchos de ellos elevados a la honra de los altares– que afirman la legitimidad de la resistencia. Una resistencia que no es separación, no es rebelión, no es acritud, no es irreverencia. Por eI contrario, es fidelidad, es unión, es amor, es sumisión. “Resistencia” es la palabra que escogimos a propósito, pues ella es usada por el propio San Pablo para caracterizar su actitud. Habiendo tomado el primer Papa, San Pedro, medidas disciplinarias referentes a la permanencia de prácticas remanentes de la antigua sinagoga en el culto católico, San Pablo vio en esto un grave riesgo de confusión doctrinal y de perjuicio para los fieles. Se levantó entonces y resistió “cara a cara” a San Pedro. Éste no vio en el lance inspirado y fogoso del Apóstol de los Gentiles un acto de rebeldía, sino de unión y de amor fraterno. Y, sabiendo bien en qué era infalible y en qué no lo era, cedió ante los argumentos de San Pablo. Los santos son modelos de los católicos. En el sentido en que San Pablo resistió, nuestro estado es de resistencia. Y en esto encuentra paz nuestra conciencia.»
La resistencia no es una profesión de fe puramente verbal, sino un acto de amor a la Iglesia que tiene consecuencias prácticas. Quien resiste se separa de quien provoca la división en la Iglesia, lo critica en su cara, lo corrige. En este sentido se expresó en 2017 la Correctio filialis al papa Francisco y el manifiesto de los movimientos provida que se publicó con el título de Fieles a la verdadera doctrina, no a los pastores que se equivocan. Y en ese sentido se posiciona actualmente sin hacer concesiones el cardenal Giuseppe Zen Zekiun ante la nueva Ostpolitik del papa Francisco con la China comunista. A quien objeta que es necesario buscar puntos en común para reparar la brecha que desde hace décadas se abre entre el Vaticano y la China», el cardenal Zen responde: «¿Es que se puede tener algo en común con un régimen totalitario? O te rindes, o aceptas la persecución siendo fiel a tus convicciones. ¿Cabe imaginar un acuerdo entre San José y el rey Herodes?» Y a quienes le preguntan si está convencido de que el Vaticano está vendiendo la Iglesia Católica china, responde: «Sí. Sin ninguna duda, si avanzan en la dirección claramente indicada por todo lo que han hecho en los últimos meses y años.»
Para el 7 de abril está previsto un encuentro, del que todavía no se sabe mucho, pero que tendría por tema la crisis actual de la Iglesia. La participación de algunos cardenales y obispos, y sobre todo del cardenal Zen, daría la máxima importancia a dicho encuentro. Es preciso rezar para que en dicho encuentro se alce una voz de amor a la Iglesia y de firme resistencia a todas desviaciones teológicas, morales y litúrgicas del pontificado actual, sin hacerse ilusiones de que la solución está en insinuar la invalidez de la dimisión de Benedicto XVI o la elección del papa Francsco. Ampararse en el problema canónico significa abstenerse de debatir el doctrinal, en el cual está la raíz de la crisis a la que asistimos.
Roberto de Mattei
Fuente: Adelante la Fe