Estaba la Madre dolorosa junto a la Cruz...
Contemplemos en el corazón de esta Reina de los Mártires una suerte de martirio más cruel que ningún otro: una Madre, presente a la muerte de un Hijo inocente, ajusticiado en un infame patíbulo. Stabat Mater... Apenas prendieron a Jesús en el huerto, sus discípulos lo abandonaron. Pero no así su Madre, que lo acompaña hasta verlo morir ante sus mismos ojos.
Stabat iuxta... Si los hijos sufren y las madres no pueden ayudarlos, huyen éstas de su vista. Capaces serían de padecer los dolores en vez de sus hijos. Pero verlos sufrir y no poderlos socorrer es un dolor que no pueden tolerar y por eso huyen de su lado. María no. Ve al Hijo entre torturas, ve que el dolor le va quitando la vida, y no solo no huye y se aleja, sino que se acerca a la Cruz en que el Hijo muere.
¡Madre dolorosa!, permíteme que te acompañe asistiendo contigo a la muerte de tu Jesús y Jesús mío.
Estaba junto a la Cruz... La Cruz es el lecho en que Jesús pierde la vida, lecho de dolor junto al que la Madre ve al Hijo desgarrado por los azotes y las espinas. Contempla María que su pobre Hijo, pendiente de aquellos tres clavos de hierro, no encuentra alivio ni reposo. Querría Ella proporcionarle algún descanso, y ya que Él tiene que morir, que muera entre sus brazos. Pero nada de esto le es concedido. ¡Ay, Cruz!, dice, devuélveme a mi Hijo, tú eres patíbulo para malvados y mi Hijo es inocente. Pero no te molestes, oh Madre, es voluntad del Padre que no te entreguen a Jesús, sino después de muerto. Reina de dolores, alcánzame el dolor de mis pecados.
Estaba junto a la Cruz su Madre... Mira, alma mía, a María, que al pie de la Cruz está contemplando a su Hijo ¡y qué Hijo! Un Hijo suyo que al mismo tiempo era un Dios; un Hijo que desde toda la eternidad la escogió por su madre y la prefirió en amor a todos los hombres y a todos los ángeles; un Hijo tan hermoso, tan santo y tan amable; un Hijo siempre obediente; un Hijo que era su único amor por ser su Dios. Y esta Madre tuvo que ver morir de puro dolor a tal Hijo y ante sus mismos ojos. ¡Oh María!, la más afligida de todas las madres, te compadezco en tu dolor, sobre todo cuando viste a Jesús en la Cruz entregarse a la muerte, abrir la boca y expirar. Por amor de este Hijo muerto por mi salvación, encomiéndale mi alma.
Y tú, Jesús mío, por los méritos de los dolores de María Santísima, ten piedad de mí y concédeme la gracia de morir por ti, que has muerto por mí. Muera yo Señor, diré con San Francisco de Asís, por amor tuyo ya que por mi amor te has dignado Tú morir.